Por Hugo Roca Joglar*
La naturaleza del jazz es impulsiva, trágica. Sus búsquedas, marcadamente visuales, absorben del mundo emociones, panoramas e historias en tiempo real. El jazz carece de pasado: se crea a sí mismo instante a instante en cada improvisación sobre el escenario.
Para estos procesos de apropiación y riesgo, los lugares físicos resultan muy importantes. En la Ciudad de México el jazz adquiere colores especialmente caóticos e indómitos. El sonido se impregna de la angustia del tránsito, el aire asfixiante, la saturación de espacios, la violencia sostenida y el pavimento.
Jazz hecho en México
El jazz entró a México hacia 1920 por medio de dueños de hoteles y salones de baile fronterizos, de Juárez y de Tijuana, que invitaban a bandas estadounidense para entretener a sus clientes extranjeros con la última novedad musical… innovación que las instituciones gubernamentales de la época consideraron antimoral por erótica y vulgar, al grado que, en 1921, el Departamento de Diversiones del Ayuntamiento de la Ciudad de México clausuró dos de los primeros cabarés, El Palacio de Mármol y el París, en donde se tocó jazz en vivo.
Despreciado por dirigentes y cúpulas artísticas, el jazz, durante los años 30, encontró en el cine su principal canal de difusión: muchos teatros de la capital (Capitolio, Monumental, Goya o Granat) contrataron a recién formadas bandas de jazz mexicanas (como Jazz Band Escalante, Jazz Band Alcázar, Jazz Band León o Los Diablos del Jazz) para musicalizar las películas mudas. Se trataba de un jazz influido por géneros de salón como el danzón y el fox-trot en donde la improvisación libre o la ambigüedad armónica, búsquedas principales de subgéneros del jazz como el bebop, no tenían cabida.
Los compositores académicos de la época, encabezados por Manuel M. Ponce (1882-1948), nunca consideraron al jazz música digna de salas de concierto… nunca vieron en él más que un atroz género bailable. Incluso, Miguel Lerdo de Tejada (1869-1941) definió este género como “infame música hecha con los pies para los pies”.
Jazzeros mexicanos
Juan José Calatayud (1939-2003), un músico egresado del Conservatorio Nacional de Música (institución que se negó a incluir el jazz en su programa de estudios), fue el primer compositor en escribir un jazz de alta calidad auténticamente mexicano (para muestra, sus obras “Misa en soul mayor” y el ballet “Jazzomatía”).
Este esfuerzo por construir narraciones jazzísticas cuyas complejidades técnicas y búsquedas expresivas novedosas fueran dignas de las orquestas sinfónicas lo continuaron compositores posteriores como Eugenio Toussaint (1954-2011), quien estableció las bases (en obras como “Black Brother” o “Hijo de la ciudad”) sobre las cuales se ha desarrollado el jazz mexicano contemporáneo: un jazz condenado a nacer un poco sucio y un poco roto cuya esencia es la libertad, la cual ejerce con una insaciable postura crítica visceral y emotiva.
Quizás por eso, por fiero y directo, por comprometido y profundo, por ser una metáfora de la brutal realidad, el jazz sigue siendo, aún en el siglo XXI, un género subterráneo que suena para unas cuantas almas inquietas en bares nocturnos pequeños, ocultos aquí y allá entre las frenéticas calles grises y rojas de la capital.
Actualmente, los protagonistas del jazz en México resultan misteriosos y lejanos… fantasmales. Entre ellos se encuentra el saxofonista Germán Bringas, virtuoso de la improvisación libre. O la cantante Verónica Ituarte, de una imaginación bebop oscura y deseosa. O el contrabajista Jorge Luri Molina, cuyo lirismo, casi bailable, invita a la nostalgia. O el sutil y elegante pianista Mark Aanderud… Músicos brillantes y tristes que hacen o hicieron jazz en México, desde la incomprensión y la soledad.
Tiempo de descubrir
Tal vez sea abril, con sus densos olores de temprana primavera, el tiempo correcto de acercarse al jazz. Sólo se necesita la voluntad de ser intervenido por sus sonidos; permitirles entrar en el cuerpo y atender los vibrantes diálogos entre instrumentos: seguir sus enigmas, interacciones y velocidades… En un bar de jazz, cuando el grupo interpreta, la idea es perder la consciencia de la materialidad y, aunque sea durante un instante, soñar que el cuerpo se convierte en sonido y desaparece, como efímera sustancia de sensual e interminable movimiento.
Panorama del jazz mexicano de nuestros días
Desde una mirada comercial y práctica, el jazz en México es un desastre: escasos lugares para presentar conciertos, bajos salarios para los músicos, trato discriminatorio respecto de otros géneros, nula difusión, distribución inadecuada y pocos productores especializados.
Desde una mirada estética, el jazz nacional posee una belleza estremecedora: mujeres y hombres aislados sacan del piano, la batería, el contrabajo, el saxofón y la trompeta sonidos oníricos complejos, que muchas veces cuestionan el sistema tonal y tienden hacia ambigüedades rítmicas, cromáticas, armónicas y melódicas que desencajan de cualquier narración lineal y la dejan suspendida en el tiempo.
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*Hugo ganó el Premio Nacional de Periodismo 2014 en “crónica”. Autor de la columna sobre música “Vibraciones”, que se publica en el suplemento cultural “Laberinto” del periódico Milenio. Escribe para Nexos y Pauta (libros de teoría y crítica musical).