Por Fernanda Tapia*
Dentro de las muchas fobias que tenemos en la actualidad está, por ejemplo, la lipofobia: el terror a la grasa. Ahora es pecado capital ser gordo. Hasta nos alejamos de quienes tienen sobrepeso, “no se nos vayan a pegar unos 4 o 5 kilitos de grasa”. Sin embargo, uno de los peores males que aqueja a la sociedad actual es la pigmentocracia. Ésta también ha permeado históricamente en China, en países de África, en India... como en Mexicalpan de las Tunas.
En este tipo de países, por el puro hecho de mostrar la piel más clara, la persona tiene más oportunidades, y ya ni les digo si nacen de ojos claros y cabello rubio oxigenado... ahí ya, prácticamente, tienen asegurado que se moverán en caballo de hacienda el resto de su vida: las oportunidades les lloverán, se les abrirán las puertas del trabajo, de la sociedad, y hasta las propuestas matrimoniales y de las otras les serán muy favorables. De ahí, a que puedan sostener lo que consigan, eso sí dependerá de que se esfuercen por lo menos un poquito.
Mientras que alguien que tenga la piel más oscura y los rasgos propios de su etnia (cabello hirsuto o macho y demás características de los pobladores originarios) la van a tener cuesta arriba. De ahí que los mexicanos según el Consejo para Prevenir la Discriminación de la CDMX (Copred), las mujeres compramos maquillaje dos tonos más claros del que verdaderamente es nuestro rostro (y claro, quedamos como geishas), pero los hombres no se quedan atrás, ellos opinan que tienen la piel un tono más blanco. De ahí que en lugar de llamarnos morenas preferimos decir que tenemos la piel apiñonada. ¿Creen que exagero? Ojalá, ojalá. Un maravilloso músico de aliento de la sierra oaxaqueña fue llamado a formar parte de la Sinfónica Nacional y cuando vieron que sus rasgos y color de piel eran “demasiado indígenas”, le negaron la entrada. Afortunadamente la Sinfónica de Berlín lo mando llamar y de inmediato lo contrató.
Esta sociedad tan asimétrica nos enseña que debemos ser “buenos” con todos los diferentes, pero porque los consideramos inferiores, y por ende en desventaja. Sentimos culpa de haber nacido tan “privilegiados”. Cuando dichas canonjías, nosotros solitos nos las atribuimos: son una construcción social y no algo que realmente exista. Nos asustamos de la división por castas que se utiliza en la India y sin embargo nosotros aquí la seguimos empleando bajita la tenaza.
Si los rasgos físicos producen desventaja y por ende pobreza, ¿quién querría estar en esos zapatos? Nos amenaza por siempre el temor a que lo diferente “podría estar en lo correcto y por ende sentenciarnos a la extinción”. Muy en el fondo de nuestro cerebro reptiliano seguramente se enciende un foco rojo y nos advierte que “si ellos están bien, probablemente nosotros tengamos que desaparecer del mapa”. Ahora bien, podemos apelar a la evolución, domar nuestros temores cavernarios, poco evolucionados y sosegar nuestros temores. Lo diferente no amenaza: enriquece. Y deberíamos trabajar por la equidad, por emparejar el suelo para aquellos que no lo tienen tan planito. Esto no nos arrebataría nada, ni bajaría nuestra calidad de vida; sin embargo, mantendría a raya el temor de brotes de violencia por el descontento ante la falta de justicia social.
Este sistema discriminador, clasista y racista seguramente le conviene a alguien, pero a la mayoría nos pasa a torcer. De nosotros depende perpetuarlo o ponerle un alto. Si descubriste que eres altamente discriminador, te falta ver Diálogos en confianza. El horario ya no es pretexto. Ya puedes bajar el tema que quieras de YouTube e informarte de forma veraz y sin sesgos, con especialistas por demás preparados y objetivos. Cuestiónate todo lo que crees. Atrévete a conocer otras realidades. Reinvéntate. Y si aún tienes tus dudas e insistes en que hasta “en las letrinas hay niveles”, nomás recuerda que compartimos ocho genes de los 10 que conforman la mosca de la fruta. Una bióloga del Centro de Investigación Ames de la NASA aseguró: “Aproximadamente el 61% de los genes de enfermedades humanas que se conocen tienen una contrapartida identificable en el código genético de las moscas de la fruta, y el 50% de las secuencias proteínicas de la mosca tiene análogos en los mamíferos... Los humanos somos 99.9% iguales”. Y como dijera mi abuela: “Algunos son más iguales que otros”.
* Lleva 37 años en los medios y es cabaretera los fines de semana. Ha ganado premios como el Nacional de Periodismo, el Pages Llergo, la Bienal de Radio y la Mujer del Ade. Actualmente conduce, en el canal A Más o 7.2 de Azteca, los programas In situ y La hora de la verdad. Pese a todo esto se da tiempo para echar desmadre, hacer tareas con su hija, dar conferencias y cumplir encargos apasionantes como esta colaboración.
Puedes encontrar el test para saber qué tan racista eres en nuestra edición de septiembre. También tenemos app para iPad.