“No pienses en un elefante. Hagas lo que hagas, no pienses en un elefante”.
De esta forma, aparentemente sencilla, George Lakoff (Investigador norteamericano de lingüística cognitiva) explicó que todas las palabras evocan un marco referencial y que, independientemente de la indicación que la acompañe, esa palabra evoca ineludiblemente a dicho marco, aunque lo neguemos. Lakoff puso, allá en 2014, a una parte de la población estadounidense a pensar en un elefante para explicar la derrota de los demócratas en Estados Unidos. Hoy vale la pena preguntarnos qué marco referencial hemos construido en referencia a los y las migrantes: no pienses en un migrante. Hagas lo que hagas, no pienses en un migrante.
Más allá de toda especificidad, lo que Lakoff plantea, en un extremismo simplista, es que el lenguaje importa. Las palabras que usamos para contar las historias importan. Y hablo particularmente de los medios de comunicación; los periodistas, reporteros y redactores que tenemos la inmensa responsabilidad de poner en palabras los casos que investigamos, las decisiones de la autoridad, los fenómenos sociales.
Nos gusta decir que somos diversos, pero el inconsciente siempre nos delata.
Es una palabra, un chiste, una conjunción adversativa que contradice todo lo que veníamos diciendo de manera incluyente. Y es normal, supongo, ser individuos en constante aprendizaje, construirnos y deconstruirnos para ser mejores, cambiar de opinión.
… si sabemos que el lenguaje construye realidad, debemos, entonces, preguntarnos qué realidad queremos construir.
El problema —y es que siempre lo hay—, es llevar esos prejuicios a las pantallas y los periódicos, a las páginas de internet, las revistas y los noticieros. Permitir, entonces, que esos prejuicios se institucionalicen y tomen la forma de un discurso normalizado: si sabemos que el lenguaje construye realidad, debemos, entonces, preguntarnos qué realidad queremos construir.
Las primeras diez notas informativas sobre migración que aparecen el buscador más usado del mundo hablan de migrantes «escondidos», de «oleadas» migratorias y de «crisis». Tres de ellas asocian las aprensiones de la autoridad con «rescates» y las reclusiones con «resguardos». Una describe un «enfrentamiento» entre la Guardia Nacional y la caravana migrante: es decir, cientos de hombres, mujeres y niños que vienen peregrinando para huir de la violencia después de días de comer poco o nada que se «enfrentan» a los escudos de decenas de uniformados que cuentan con el monopolio del uso legítimo de la fuerza. Más tarde, sabremos que esa caravana que se «enfrentó» con la Guardia Nacional fue disuelta; ¿qué hay detrás de ese verbo? ¿cómo se «disuelven» a centenares de hombre y mujeres que caminan? Quizá parte de nuestro trabajo sea ese: escaparle a la generalidad del lenguaje para describir, con hechos, qué hay detrás de la narrativa oficial del comunicado, del verbo que lo abarca todo y nada, del uso deliberado de la ambigüedad.
En la política, los discursos proclamados por sujetos de poder son un claro ejemplo de la relación causal entre el lenguaje y la acción, y crean, en el imaginario colectivo de las sociedades, estructuras de pensamiento que serán incorporadas a la lectura de la realidad. La narrativa de muros, crisis migrante y olas migratorias encuentran su respuesta en las fronteras de nuestro país que tienen a 2 mil 831 elementos de la Guardia Nacional y 13 mil 663 de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) desplegados en el sur y el norte [1] . La «disolución» de las caravanas tienen su correlato en los, al menos, 2 mil migrantes desaparecidos que ha reportado la Federación Mexicana de Organismos Públicos de Derechos Humanos en territorio nacional. La narrativa del miedo y el peligro sobre la otredad se refleja en discriminación: según la última Encuesta Nacional sobre Discriminación, 39% de los encuestados respondió que no le rentarían un cuarto a una persona nacida en el extranjero.
¿Somos, entonces, parte del problema?
Al menos, no estamos siendo parte de la solución. El reto está en replantearnos la narrativa, no seguir abonando al discurso público que asegura que hay que evitar que los migrantes crucen la frontera, sino orientar la pregunta a cómo los Estados deberían asegurarse de integrar y garantizar los derechos de quienes transitan y habitan, de forma permanente o temporal, en territorio nacional. ¿No sabemos, acaso, que la migración es un fenómeno que seguirá creciendo?
Si vamos a los datos, aquellos a los que los periodistas nos gusta decir que son el eje de nuestros textos, encontraremos, por ejemplo, que la presencia de personas migrantes en Estados Unidos contribuye a que el PIB sea 1.6 billones de dólares más grande cada año. O que el Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica, el Colegio Madrid y la Escuena Nacional de Antropología tienen sus orígenes en el exilio español de finales de 1930. O que los refugiados políticos de la década de los 70 provenientes de Uruguay, Argentina y Chile tuvieron contribuciones esenciales para el desarrollo de la actividad académica e intelectual de México. Y así podríamos seguir. Si en lugar de construir el marco referencial de los migrantes como amenaza o, en el mejor de los casos, como víctimas, pudiéramos reflejar que son, esencialmente, sujeto de derechos, quizá la historia sería distinta.
Lera Boroditsky, investigadora sobre lenguaje y cognición, dice que «apreciar el papel del lenguaje en nuestra construcción de estructuras mentales nos acerca un paso más a comprender la naturaleza misma de la humanidad». Esto es porque el lenguaje estructura nuestro pensamiento, nuestra forma de ver el mundo y, en ese sentido, crea realidad.
Hoy más que nunca, es importante decir: piensa en un migrante. Hagas lo que hagas, no dejes de pensar en los migrantes.
Quizá de esa forma aprendamos, de una vez por todos, a nombrarlos.
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* Nació en Buenos Aires, Argentina. Es periodista y conductora en
ADN40
. Participa todos los martes en #CódigoMVS por MVS Radio y es Maestra en periodismo sobre Políticas Públicas por el CIDE.
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[1] Información recabada en solicitudes de información: folio 330026422000333 y 332259822000219.