Todavía recuerdo el día que me aproximé al tema de la mutilación genital femenina por primera vez. Y lo recuerdo con mucha claridad porque fue muy traumático.
Han pasado por lo menos unos 25 años de aquella noche que llegué tarde a casa de trabajar, encendí la televisión para alcanzar algo de noticias y en en el canal 13 de Tv Azteca estaba comenzando un reportaje narrado y firmado por el periodista Sergio Sarmiento, para el noticiero de Javier Alatorre. Ahí escuché por primera vez la palabra “ablación”.
Parecía algo tan lejano, empezando porque todos los testimonios eran de mujeres africanas, quienes hablaban de su tradición de “cortar el clìtoris” a las niñas, y que, a pesar del trauma y el dolor, representaba para ellas un honor en sus comunidades.
Si semejante declaración me resultó de un impacto brutal, cuando apareció la imagen a full de pantalla, del procedimiento de la mutilación genital en una pequeñita de no mas de tres años, con una navaja primitiva, en medio de un grupo de mujeres que realizaban el acto como una celebración ceremonial - para mi satánica-, en medio de los gritos desgarradores de la niña, el sonido de tambores y el lenguaje incomprensible de esas mujeres, yo simplemente me horroricé.
Es de las pocas veces en mi vida que, literalmente, no pude continuar mirando, me enfurecí hasta las lágrimas. Me indignó que semejantes imágenes estuvieran siendo proyectadas en televisión, me pareció innecesario exponer a la audiencia a semejante violencia contra una niña, y en un país como el nuestro, donde los más ignorantes gustan de copiar los peores ejemplos.
Pero pronto entendí que lo que el periodista Sergio Sarmiento estaba haciendo, era lo mismo que hacían ya decenas de las más importantes organizaciones en favor de los derechos humanos en el mundo: exponer e intentar sensibilizar a la sociedad sobre el horror de la mutilación genital femenina, que no importa cuan lejos de nosotros suceda, hay que visibilizarla, para que se alcen todas las voces posibles, en todos los idiomas, para intentar impedir que otra niña más sea sometida a ese tormento, por religión, tradición o esa superstición ignorante que tantas vidas de mujeres ya se ha llevado.
Cada año, casi 4 millones de niñas en el mundo corren el riesgo de ser mutiladas genitalmente, en un terrible procedimiento al que son sujetas, por lo general antes de cumplir los 15 años.
Los países donde se realiza esta práctica - mayormente en el continente africano y el sudeste asiático- son aquellos donde la violencia contra las mujeres está tan normalizada, que es socialmente aceptable; donde la desigualdad de género es parte de la idiosincrasia. Para algunos es un rito de transición a la madurez, para otros es una forma de control de la sexualidad de las mujeres. En algunos países esta práctica representa el honor de la familia a la que pertenece la niña y garantiza su correcta unión en matrimonio.
Dicha “tradicion” está asociada a creencias religiosas, donde el pecado juega un papel importante, aunque no exista un solo texto, en ninguna religión del mundo, donde dicha práctica sea mencionada. La mutilación genital, no importa en que paìs se practique, en qué idioma o bajo qué creencias, no tiene justificación y es una violación a todos los derechos humanos fundamentales de las niñas, que no solo quedarán marcadas físicamente, sino emocionalmente para toda su vida.
Pero ¿existe en América Latina?…
Dolorosamente la respuesta es Sí.
La luz se prendió en el año 2007, luego de que dos niñas que pertenecían a la comunidad indígena de los Emberas en Colombia, perdieran la vida víctimas de una agresiva infección genital.
En realidad fueron víctimas de una práctica ancestral de su comunidad, conocida como el ‘corte de callo’, un ritual en el que se extirpa el clítoris a las mujeres con una cuchilla caliente.
El médico que recibió una de las niñas en el hospital, fue quien dio aviso a las autoridades de salud sobre las características de la lesión en la vagina de la niña y fue entonces que se encendieron las alarmas, no solo en Colombia, sino a nivel internacional. El tema llegó a las páginas de prácticamente todos los diarios colombianos y fue así que el país sudamericano pasó a formar parte de la lista de países en el mundo donde en pleno siglo XXI se sigue practicando la mutilación genital femenina.
El caso del grupo étnico de los Embreá Chamí es particular, porque se trata de una de las etnias colombianas que viven más apartadas, prácticamente escondidos en la selva, con poca comunicación con el exterior y en condiciones muy precarias. Al terrible ritual ellos le llaman “curación”, cuyo origen sigue sin estar muy claro dentro de esta comunidad aborigen, pero que ellos veían como una forma de purificación o limpieza.
El hecho provocó un acalorado debate que dio como resultado el lanzamiento de un proyecto de salvación, llamado “Embera Wera” (“Mujer Embera”) impulsado originalmente por el Fondo de Población de las Naciones Unidas y al que se unió en 2008 el Fondo para el Logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en Colombia.
El Objetivo claro del proyecto es transformar la practica de la ablación femenina desde la propia comunidad, en busca de alternativas que sustituyan su significado en el imaginario indígena. Una tarea titánica, pero que desde entonces ha alcanzado importantes logros en favor de los derechos y la salud de las niñas de aquella región.
La mutilación genital femenina es un crimen.
Hoy en Colombia se imponen multas y castigos a quien practique la mutilación femenina, decisión que ratificó el Congreso de usos y costumbres del pueblo Emberá, que extendió la prohibición a todo el departamento de Risaralda, territorio donde se encuentran asentadas las comunidades que lo practican. Y es que expertos investigadores en Colombia creen que en la comunidad Embrá Chamí, llegaban a morir de tres a cuatro niñas al año, víctimas de complicaciones derivadas de la “curación”.
Actualmente en aquella región se tienen identificadas a 46 niñas víctimas sobrevivientes de dicho procedimiento. 32 de ellas menores de 1 año.
Existen registros etnográficos desde los años ochenta, que dan cuenta de la realización de la mutilación genital femenina no solo en Colombia, sino también en comunidades de áreas fronterizas con otros países, como los “Ticunas del Javarí” (río fronterizo entre Perú y Brasil), y los “Sálivas”, que habitan la cuenca del Orinoco entre Colombia y Venezuela.
Lo anterior exhibe el mucho trabajo que aún queda por hacer en favor de los derechos de muchas niñas indígenas sudaméricanas, en cuyas comunidades se lleva a cabo esta traumática y letal practica, y dada la dificultad de para ubicarlas, aun no han sido intervenidas.
En general en el mundo, es muy complicado conocer el número exacto de niñas, adolescentes y mujeres a las que se les ha practicado la mutilación genital, pero un reporte presentado por
UNICEF
en 2016, señaló una estimación de por lo menos 200 millones de niñas y mujeres, en 30 países.
Existe un acuerdo universal para la erradicación de dicha práctica, ratificado por la Asamblea General de la ONU, sobre la “Intensificación de los esfuerzos mundiales para la eliminación de la mutilación genital femenina”. Porque viola los derechos de las niñas. Viola los derechos sexuales y reproductivos, a la salud, a la seguridad, a la integridad física de la persona, el derecho a estar libre de tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho a la vida, puesto que el procedimiento potencialmente puede llevar a la muerte.
La mutilación genital femenina es un crimen que hay que erradicar. ¡Ni una más!
* Mónica Garza es periodista, titular del noticiero “Es de mañana” en ADN40 , columinsta en Opinión 51 y en el periódico La Razon. Miembro de la asamblea consultiva del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminacion (COPRED).
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