El pasado 19 de noviembre, México registró 100 mil muertes confirmadas por COVID-19, pero la cifra real podría superar los 250 mil si tomamos en cuenta todos aquellos que no acudieron a un centro de salud. Esta proyección se basa en el mismo factor de 2.6 muertes por cada confirmación de coronavirus que se ha manejado en estos nueve meses de pandemia –proyecciones que incluso han admitido las autoridades.
Esta cifra solo puede ser calificada como un fracaso monumental, aterrador e inhumano. Ahora, México también rebasa el millón de contagios, agoniza con una caída acumulada del 9.6 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y sigue sin algún antídoto económico que alivie un poco la situación.
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A nivel internacional, no estamos mejor parados. Nuestro país es el cuarto del mundo con más decesos, solo superado por Estados Unidos, Brasil y la India, aunque la población de estos países es el doble o triple de la nuestra. También ocupamos el primer lugar de fallecimientos de trabajadores de la salud y tenemos una tasa altísima de mortalidad entre pacientes graves o entubados (74%), debido a la falta de personal especializado en la operación de ventiladores.
Para ponerlo aún más en perspectiva, nos podemos comparar, por ejemplo, con Japón y sus 126 millones de habitantes –más o menos los mismos que tiene México. Ahí, a principios de noviembre, no alcanzaban ni los dos mil fallecidos. En un inicio, en aquel país, se tomaron prácticamente las mismas medidas de confinamiento que en el nuestro; la diferencia es que aplicaron pruebas masivas de diagnóstico, se impuso el cubrebocas y se dio seguimiento a los casos de contagio.
Las cifras más aterradoras de la COVID-19
Desafortunadamente, esto está lejos de terminar, pero ya comenzamos a vislumbrar ciertas lecciones que nos ha dejado la crisis, como el hecho de que la enfermedad está matando a los más pobres. Según datos del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, tres de cada cuatro fallecidos por COVID-19 en México solo contaban con nivel de educación básica, de primaria o secundaria; 48% tenía un oficio u ocupación manual, mientras que 45% eran jubilados, amas de casa o desempleados. Es decir, se trataba de personas sin acceso a un sistema de salud ni a un ingreso fijo.
Nuestro país es el cuarto del mundo con más decesos y el índice de letalidad –el número de fallecimientos por cada 100 personas contagiadas– es de 9.8%, el más alto a nivel mundial.
Sin embargo, la cifra que quizás arroje más luz sobre el desastre que ha sido el manejo de esta enfermedad es el índice de letalidad –el número de fallecimientos por cada 100 personas contagiadas–; en nuestro caso, es de 9.8%, el más alto a nivel mundial. El segundo lugar lo ocupa Irán, con 5.4%, mientras que los países europeos se ubican más o menos por la mitad: Italia, 3.8%; Reino Unido, 3.7%, y España, 2.8%. En Estados Unidos, donde actualmente se concentra el 30% de los contagios, es de 2.2%.
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Si a esto le sumamos la cantidad de personas que han sido condenadas a la muerte económica con las medidas de confinamiento en nuestro país, el panorama luce verdaderamente desolador. De hecho, al día de hoy, tres de cuatro empleos formales que se han perdido por la pandemia no se han recuperado, según datos del Inegi. Y ni hablar de los informales.
Señalamientos, explicaciones y cifras maquilladas
Lo realmente grave es que la figura al centro del manejo de esta pandemia en nuestro país, además de evadir toda responsabilidad, se ha dedicado a culpar a los gobiernos estatales y municipales y hasta a los mismos mexicanos por sus hábitos alimenticios. Aunado a esto, convirtió la crisis en un problema ideológico al relegar cualquier cuestionamiento a sus métodos a ataques políticos contra el gobierno.
Lo realmente grave es que la figura al centro del manejo de esta pandemia en nuestro país, además de evadir toda responsabilidad, se ha dedicado a culpar a los gobiernos estatales y municipales y hasta a los mismos mexicanos por sus hábitos alimenticios.
De hecho, durante la conferencia de prensa del pasado 19 de noviembre –donde se dan a conocer las cifras de contagios diarios–, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell Ramírez, calificó de “inusual y sin antecedente” el nuevo número de fallecidos. Cuando lo inusual es que se tome como indicador de “éxito” todas las camas vacías en los centros de salud y no como una muestra de la ineficacia o falta de una comunicación adecuada para evitar que los pacientes lleguen a los hospitales demasiado tarde.
Para muchos, ahora, la única solución es esperar una vacuna. Lo que parecen olvidar es que, pese a las buenas noticias respecto al avance en algunas vacunas, no se anticipa una inmunización masiva sino hasta la segunda mitad de 2021. Y, en las perspectivas menos optimistas, esa condición se calcula hasta el año 2022, debido a posibles complicaciones presupuestarias, de almacenamiento o de distribución. Y eso es algo que ninguna cifra maquillada podrá ocultar. Por el momento, solo nos queda cuidarnos y esperar que, al menos, llegue la sensatez.