Finalmente nos llegó diciembre, luego de que este año nos puso en jaque a todos y nos mostró una nueva forma de vida –a la que ya bautizamos como “nueva normalidad”–, en la que existe el código internacional de usar como protección una mascarilla si pensamos interactuar con los demás, lo cual es incluso una muestra de respeto. También está la opción de quedarse en casa, un espacio libre, con sus propios virus y la posibilidad de adentrarnos un poco más y sentirnos cómodos con nosotros mismos.
El saber que nos ha dejado la pandemia
Hay mucho en qué pensar, mucho en qué reflexionar. Durante este tiempo, quizá aprendimos a compartir a distancia con los demás. Las redes sociales –con más de una década enseñándonos el indiscutible poderío de la conexión– nos han dado la tranquilidad de seguir adelante, perteneciendo a algunos grupos con los que queremos seguir en contacto y alejándonos de quienes, aunque veíamos, necesitábamos desaparecer y desprendernos.
La vida continuó, porque el tiempo no se detiene, pero cambiaron los escenarios; trabajamos y estudiamos en casa, un espacio que nuevamente se volvió importante. Además, nos regalaron lo que antes nos faltaba: tiempo.
Nos dio por mejorar nuestros ambientes y arreglar lo que se necesitaba; redistribuimos los presupuestos de casa; nos hicimos más ordenados y disciplinados; aprendimos a perder menos tiempo en las juntas (por Zoom), “ir al grano” y no andar con rodeos, y hasta comenzamos a comer más, aunque no precisamente mejor.
También llegamos a desear menos la vida inalcanzable de viajes y lujos, ya que hoy, el verdadero lujo es la salud, y nos cuestionamos sobre nuestros destinos, mientras vimos casos de gente que, desafortunadamente, se adelantó en este camino.
Algunos decidimos ejercitarnos, poner a prueba nuestros cuerpos y nuestra fuerza física. Por ejemplo, yo lo tomé en serio –como ya he platicado aquí hace algunos escritos–, pero después me dio por descansar y encontrar una mejor forma de lograr una “mente sana en cuerpo sano”.
Un poco de luz dentro de la oscuridad
A partir de ese punto, he estado muy ocupada atendiendo a mis hijas y sus necesidades. A cambio, la vida me dio el enorme regalo de celebrarles sus cumpleaños en familia, disfrutar sus juegos, gozar la caída de los dientes de leche, ver cómo a ellas también, tal cual como me pasó a mí a su edad, les gustan las canciones que canto yo y las que bailan con su papá… en fin, tuve la oportunidad de valorar cada avance de su desarrollo.
Además, pude hacer cosas tan diferentes como jugar con Shani, la perrita nueva, y pensar en los siguientes pasos que debemos dar como familia.
Sin embargo, el evento más lindo que me trajo este 2020 fue ver a mis padres cumpliendo sus bodas de oro, 50 años juntos, algo que no necesariamente se verá en los matrimonios actuales.
Eso de sumar años y festejarlos es de lo más hermoso que te pueda pasar. Constaté lo hermoso y satisfactorio que es celebrar el aniversario de la unión y la complicidad, de haber superado problemas y tener hijos y luego nietos, esas personas que existen por ti, te abrazan y te recuerdan el inicio de una familia.
Esos dos corazones y cuatro manos unidas formaron una vida y la convirtieron en una historia de éxito, que nos unió en un desesperado abrazo grupal, nos llenó de agradecimiento y nos hizo querer extender ese día lo más posible para seguir compartiendo el momento. ¡Uf!, la maravilla de coleccionar recuerdos.
El otro lado del fin de año
Esta es la crónica de 2020, un corte previo al cierre del año. ¡Cómo nos hemos adaptado! Despertamos nuestra conciencia y descubrimos que ha sido básico entender que esta montaña rusa ha tenido sus aprendizajes y hasta sus cosas positivas.
Pero la actitud –siempre tan personal– depende de uno mismo y la forma en que miramos el cielo y encontramos la oportunidad de ser más empáticos, receptivos, observadores, tolerantes y fuertes.
Por mi parte, en este mes, estoy cumpliendo un año más al lado de mi esposo, el triunfo de la mejor decisión de nuestras vidas, vivirla juntos. ¿Y qué creen?, en unos días más me toca soplarle a mi pastel de cumpleaños. Pero esa crónica será para la siguiente que me lean.