En Estados Unidos (EU) a menudo se habla de la presidencia como un gran péndulo que oscila cada cuatro años entre el conservadurismo por un lado y el liberalismo por el otro, sin que se detenga en el medio, con ambas facciones insatisfechas. Y la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca tras el paso de Donald Trump es el ejemplo perfecto: los estadounidenses pasaron de un mandatario reconocido por su discurso de odio a uno que le ha apostado todo a un mensaje de unidad.
Biden cuenta con un capital político importante y desde el día uno mostró todas las intenciones de utilizarlo. En menos de 24 horas ya había firmado una serie de acciones ejecutivas para revertir muchas de las políticas de su predecesor.
Adiós al legado de Trump
Biden cuenta con un capital político importante y desde el día uno de su gestión mostró todas las intenciones de utilizarlo. En menos de 24 horas ya había firmado una serie de acciones ejecutivas para revertir muchas de las políticas de su predecesor, entre las que destacan la cancelación de la construcción del muro fronterizo, el restablecimiento del programa DACA –el cual protege a los inmigrantes indocumentados llamados dreamers– y la permanencia de EU en la Organización Mundial de la Salud.
Pero quizás lo más significativo y potencialmente definitorio de su joven presidencia fue el reingreso de su país al Acuerdo Climático de París, el cual fue diseñado para evitar la catástrofe del calentamiento global y reducir las emisiones contaminantes. Y esto no es un asunto menor; bien podría ser el primer paso para sanar una de las divisiones más profundas entre la unión americana y el resto del mundo.
Con esto no solo se enmienda una de las peores pifias de la política exterior estadounidense, sino que coloca a la lucha contra la crisis climática entre sus más altas prioridades. En otras palabras, para el demócrata, poner fin a la pandemia de coronavirus y restaurar la economía es equiparable a combatir el deterioro vertiginoso del planeta. Y tiene razón.
Pero Biden tendrá que hacer uso de toda su astucia y experiencia para lograr semejante hazaña. Después de todo, aquellos que arroparon las posturas negacionistas del republicano siguen ahí y los poderosos intereses de las industrias energéticas de los combustibles fósiles continúan merodeando libremente los pasillos del Congreso estadounidense.
Grandes desafíos para el nuevo presidente
El mandatario también tendrá que evitar a toda costa repetir los mismos errores de otro de sus predecesores y mejor amigo, Barack Obama, quien desperdició el ímpetu de su victoria electoral en tímidas legislaciones en la materia. En su intento de no incomodar demasiado a sus contrapartes ideológicas, se empantanó en el juego partidista de los tecnicismos y lo políticamente correcto.
Biden difícilmente será un presidente de doble mandato –su edad es el principal factor en esa ecuación–, pero lo que sí puede hacer es echar mano de su mayor fortaleza: la franqueza. Debe inyectar su política pública con las mismas cualidades que distinguen su don natural para las narrativas más emocionales, sin guiones y mucho más humanas. No es fortuito que su ceremonia estuviera plagada de simbolismos y emotivos momentos que buscaban elevar la investidura a su grandeza previa.
El reto frente al demócrata es inmenso. Nadie puede asegurar que estará a la altura, pero todo parece indicar que los recién llegados a la Casa Blanca han entendido el mensaje. El mandato de los votantes estadounidenses no se puede reducir a un simple deseo de expulsar a Trump de la presidencia; para muchos ciudadanos también se trata de restaurar y reconstruir las instituciones que le dan sentido a su concepción de país.
Lo más sensato sería que, en lugar de intentar doblegar a las poderosas industrias fósiles, la Administración Biden se enfoque en incrementar de manera exponencial todos los subsidios que ayuden a reducir el precio de cada tecnología de energía limpia.
Enfrentar la amenaza del cambio climático
Para el resto del mundo, nos guste o no, sin el liderazgo de EU, la lucha contra el cambio climático sería simplemente insuficiente. La urgencia es tanto política como existencial, no solo porque se trata del mayor contaminante a nivel global, sino porque numerosos informes científicos han llegado a la conclusión de que los primeros efectos irreversibles del cambio climático ya han comenzado a extenderse por todo el planeta. Y esto incluye un incremento del nivel del mar, incendios forestales sin precedentes, así como tormentas mucho más devastadoras.
Recordemos que Biden ha establecido una ambiciosa meta de eliminar las emisiones de dióxido de carbono del sector energético para 2035 y del resto de la actividad productiva para 2050. Sin embargo, es muy poco probable que pueda alcanzar esos objetivos sin una nueva legislación del Congreso. Y dada la escasa mayoría de su partido en el Senado de apenas un voto, la tarea no será sencilla, sobre todo, en medio de una pandemia, momento en que la gente no quiere escuchar a su presidente hablar de gases de efecto invernadero, mientras las cifras de fallecimientos siguen en aumento.
Lo más sensato sería que, en lugar de intentar doblegar a las poderosas industrias fósiles, la Administración Biden se enfoque en incrementar de manera exponencial todos los subsidios que ayuden a reducir el precio de cada tecnología de energía limpia. Tanto en las compras federales como en cualquier proyecto de infraestructura, el demócrata tiene que enviar el claro mensaje de su apuesta por energías renovables.
Por lo pronto, lo más importante es que el demócrata supere la prueba de las vacunas contra la covid-19. Si logra aumentar la capacidad de distribución y aplicación de manera importante, habrá librado el primer gran obstáculo. Y aun si no se ha conseguido erradicar el virus, la ciudadanía estará más abierta a lo que podríamos llamar “the big picture” o el panorama completo de la otra amenaza que enfrentamos como humanidad. Mientras tanto, el otro péndulo, el del reloj, sigue columpiándose, y la carrera contra el tiempo no se detiene para el planeta.