Esta pregunta es más o menos sencilla de resolver, gracias a Raphael Lemkin y a que tristemente el ser humano como especie tiene experiencia en ello. La primera vez que se definió, Lemkin, un jurista polaco de origen judío, estaba refiriéndose a las atrocidades masivas que se estaban cometiendo contra los judíos europeos en Alemania, otros territorios ocupados y bajo su control. En un extenso reporte, llamada El gobierno del Eje en la Europa ocupada, en el Capítulo IX, refería que nuevas concepciones requieren nuevos términos y este término invocaba la destrucción de una nación o un grupo étnico, de una forma moderna, aunque ya había sucesos como este en la antigüedad. En 1943, cuando Lemkin escribió este reporte, el genocidio ya era visible en Europa para algunos.
/ Auschwitz I / Diego Grandi/Getty Images
El término genocidio se compone de dos partes genos (raza, tribu) y de cide (matar). Aunque parece completamente ligado al exterminio, el genocidio tiene fases diferentes y su objetivo no es inmediatamente el asesinato en masa. Por un lado, el objeto o sujeto contra el cual se realiza es el grupo protegido. Por el otro lado, los destinatarios de las acciones individuales son los individuos que pertenecen a dicho grupo.
¿A qué nos referimos con esto? Lo que se está intentando modificar, son los patrones e instituciones sociales y políticas, cultura, lenguaje, religión y sentimientos de pertenencia a dicho grupo; mientras que se atenta contra la seguridad, libertad, dignidad, salud e incluso las vidas de los individuos, por formar parte de ese grupo.
En este sentido, el umbral máximo en nuestros tiempos y hasta el día de hoy, por su magnitud, en relación al término, es sin lugar a dudas el Holocausto. Por varias maneras, biológicas, políticas, económicas, sociales, culturales y religiosas el régimen nazi intentó eliminar para siempre de los territorios conquistados y de Alemania a la población judía. Los campos de concentración, Auschwitz , lo que Hitler le hizo a los judíos, eran todos términos para intentar describir lo que había sucedido contra un grupo protegido entre 1933 y 1945. Peor aún, el régimen nazi también atentó contra los roma y sinti típicamente conocidos como gitanos, contra los eslavos, contra los testigos de Jehová, todos podrían entrar como grupos protegidos y, por lo tanto, ser considerados genocidio. Además, el régimen nazi también persiguió y asesino a las personas con discapacidad, las personas de la diversidad sexual, los opositores políticos y los prisioneros de guerra, lo que hoy se considera crímenes de lesa humanidad.
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Basándose principalmente en este antecedente y en el Genocidio Armenio, realizado en el Imperio Otomano entre 1915 y 1923, Lemkin dio vida a este término y posteriormente a la Convención para la prevención y la sanción del crimen de genocidio.
Después del Holocausto, que algunos consideran sin paralelos, irrepetible y un quiebre en la historia humana, vinieron los juicios de Nüremberg, entre 1945 y 1946, del Tribunal Militar Internacional, y la adopción de los principios derivados de su trabajo; vino también, el 9 de diciembre de 1948, la Convención para la prevención y la sanción del crimen de genocidio (CCG), como un instrumento con miras punitivas; y, en paralelo, el 10 de diciembre del mismo año, un día después, una documento deontológico para los Estados, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estos instrumentos pretendían que jamás volviéramos a experimentar una conflagración bélica como la Segunda Guerra Mundial, con la destrucción que vino aparejada a ésta. Con ese viento de esperanza y crecimiento comunitario, vino también una promesa, que jamás se volviera a vivir un genocidio, Nunca Más.
Nunca más habríamos, como género humano, de experimentar el intento de destrucción de una raza, nacionalidad, etnia o religión, como tal, estos son los cuatro grupos protegidos en la CCG; Nunca Más habría que observar, desde la lejanía e impotencia, cómo esto sucedía en otras latitudes; Nunca Más los Estados permanecerían impasibles frente a la destrucción de un grupo protegido; Nunca Más la ausencia de una comunidad internacional, formada en 1945, nos impediría actuar; Nunca Más la falta de instrumentos internacionales haría que los legalismos impidieran la justicia; Nunca Más, esa es la máxima promesa incumplida, donde solo hemos aplicado la mitad, Nunca. Nunca ha detenido la comunidad internacional, la sociedad civil, el Derecho Internacional, las cortes internacionales, un gobierno dentro de su Estado, un genocidio, Nunca.
/ Refugiados de Ruanda que han sido obligados a abandonar sus casas en la frontera de Gasenyi el 19 de abril de 1994. / Pascal Guyot/AFP
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Hoy a casi 75 años de que la Convención nació, es otra la generación a la que le toca proteger a la humanidad y darle vida a esa promesa.
La memoria de lo ocurrido debe servir de manera pedagógica, para hacernos entender que los genocidios se pueden prevenir, que hay manera de evitarlos, que se puede actuar en contra sancionando a los responsables y que los seres humanos podemos vivir en paz y buscar la convivencia armónica.
A pesar de que constantemente se nos intente convencer de lo contrario… hay otros caminos, el diálogo con la diversidad, el respeto a los otros, el reconocimiento de los diferentes. Ese camino, que solemos llamar tolerancia es el que nos va a llevar a Nunca más permitir que suceda un genocidio, y esa labor, es una labor de cada uno de nosotros, como individuos y de la sociedad que formamos en conjunto. El 9 de diciembre debería marcar la posibilidad no de castigar, sino de prevenir y en el futuro, erradicar el genocidio.
Dr. Adán Baltazar García Fajardo es Director Académico del Museo Memoria y Tolerancia, internacionalista formado en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (UIA). Miembro fundador y presidente de la asociación civil Semillas de Justicia.
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