Por José Antonio Hinojosa Poveda , Universidad Complutense de Madrid
Que el amor impregna todos los aspectos de nuestra vida cotidiana es algo que está fuera de toda duda, incluso cuando se trata del ajeno. Basta con asomarse a los medios de comunicación o a las redes sociales para comprobar la expectación que está generando el fin del romance entre Rosalía y Rauw Alejandro .
El amor es quizás la emoción que con mayor intensidad experimentamos los seres humanos. Desde los albores de nuestra civilización nos han contado cómo la creación del mundo se resume en una serie de episodios amorosos protagonizados por titanes y dioses. Legendaria es la pasión de París por Helena, que desencadenó una de las más memorables contiendas de la mitología.
Y cuando los héroes que participaron en la guerra de Troya viajan de regreso a su patria, nos encontramos con un Ulises que se repone de las fatigas del trayecto solazándose en los brazos de Circe o Calipso, mientras una enamoradísima Penélope lo espera pacientemente en Ítaca. Sin olvidarnos de esa desconsolada Dido rindiendo Cartago a las llamas tras ser abandonada por Eneas .
Sin duda, el amor ha sido un tema recurrente en la filosofía, la literatura, la música o cualquier manifestación cultural durante siglos.
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Una definición complicada
Cuando preguntamos a las personas por nombres de emociones, el amor figura siempre en los primeros puestos. Pero ¿qué sabemos realmente del amor? Desde distintos ámbitos de la ciencia, como la antropología, la psicología o la neurobiología, se viene intentando dar respuesta a esta pregunta durante el último siglo.
El amor es una experiencia universal. Desde un punto de vista evolutivo, permite seleccionar una pareja por la que nos sentimos atraídos sexualmente. El contar con este apoyo facilita, en último término, nuestra supervivencia.
Sin embargo, existe un componente cultural en la manera en que experimentamos y expresamos el amor. Esto ha hecho posible que en muchas sociedades la preeminencia del componente sexual se haya desplazado hacia conceptos caracterizados por una representación idealizada del amor en la que han predominado aspectos como el enamoramiento casto, la fidelidad o el cuidado de los hijos. La influencia cultural es también evidente en la aparición de estereotipos como el amante latino apasionado o el gélido amante nórdico.
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El triángulo del amor: pasión, intimidad y compromiso
Desde la psicología, el amor puede ser definido como el establecimiento de un vínculo con otra persona que genera bienestar. La denominada “teoría triangular” asume la existencia de tres componentes en el amor. El primero sería la pasión o atracción física. El segundo es la intimidad generada por la cercanía afectiva. Por último, el compromiso, que no es otra cosa que darse cuenta de que amamos a alguien y queremos mantener la llama del amor encendida.
Esta teoría ha permitido identificar la existencia de varias etapas en el devenir de toda relación amorosa. Durante los primeros seis meses pasamos por una fase de enamoramiento mutuo en la que la atracción física juega un papel fundamental. Además, a la hora de elegir pareja nos sentimos especialmente atraídos por personas que complementan nuestras necesidades o carencias.
Al mismo tiempo, valoramos la semejanza en aspectos tales como el atractivo físico, el estatus socioeconómico, la inteligencia o la personalidad. Incluso hay quienes plantean que realizamos una especie de cálculo interesado sobre lo que vamos a invertir y a recibir en una relación.
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Las investigaciones sobre el amor han mostrado que cuando nos enamoramos nos sentimos proclives a revelar aspectos íntimos de nosotros mismos y a proporcionar apoyo emocional . También mostramos interés por las opiniones y actividades preferidas de la otra persona y somos más tolerantes con sus defectos. Simultáneamente, se produce una especie de contagio emocional por el que experimentamos emociones similares y tendemos a imitar sus expresiones faciales.
Mención aparte merece la importancia de la mirada para el enamoramiento. Porque, ¿quién no se ha sentido embelesado al ver a Ingrid Bergman y Humphrey Bogart cruzar miradas en la famosa escena de la película Casablanca? Pues bien, parece que basta con que alguien desconocido nos mire fijamente a los ojos para que le encontremos más atractivo, especialmente cuando es un hombre quien se siente observado.
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Tres años y medio de pasión
Una vez establecidos los cimientos de una relación, pasamos por una fase de alrededor de tres años y medio de duración en la que predomina el componente pasional. Al mismo tiempo, se incrementa nuestro deseo de intimidad y compromiso.
Durante las etapas de enamoramiento y consolidación de la pareja ocurren una serie de cambios a nivel cerebral. Los más importantes tienen que ver con la activación de varias regiones cerebrales del denominado circuito de recompensas , como el núcleo estriado o el núcleo accumbens. Además, gracias a la ayuda de uno de los pocos roedores monógamos, el topillo de la pradera , sabemos que se incrementa la liberación de las denominadas hormonas del amor, la oxitocina y la vasopresina.
A partir de los cuatro años de relación, desciende la importancia de la sexualidad. Por el contrario, la necesidad de prolongar la relación a largo plazo y la complicidad mutua alcanzan sus niveles máximos.
En esta etapa también puede ocurrir que se produzca una ruptura sentimental. Y hoy sabemos que el dolor asociado a este terrible acontecimiento incrementa la actividad en una región cerebral, la ínsula, que también se enciende cuando nos damos un golpe o nos quemamos una mano.
Así que quizá sea conveniente sustituir la expresión “me ha roto el corazón” por la mucho más exacta y menos romántica “me ha roto la ínsula”.
Pero quizás Rosalía y Rauw Alejandro puedan contarnos algo más sobre esto.
José Antonio Hinojosa Poveda , Profesor Titular del Departamento de Psicología Experimental, Procesos Cognitivos y Logopedia, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation . Lea el original .
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