Digamos la verdad: nadie necesita unos stilettos de 12 centímetros o un corset que te obliga a dejar de comer sólidos, mucho menos esos jeans que te dejan sin circulación en las piernas, y sin embargo… ahí estamos, felices. Luchando con cierres imposibles, caminando como gacelas y aguantando ampollas como si fueran trofeos olímpicos.
¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué, en serio, el dolor está tan ligado al estilo? Spoiler: no es nuevo. Esto lleva siglos.
Y aunque suene a capricho moderno, tiene mucho más de historia, de poder y de statement de lo que parece.
El cuerpo incómodo ha sido, desde siempre, una forma de decir algo. A veces sobre estatus, a veces sobre deseo, a veces sobre quién manda (y a qué precio).
Corsets, reinas y costillas comprimidas
Arranquemos por lo más obvio: los corsets. Esos cilindros de tortura tan bellos que no solo moldeaban el cuerpo, sino que podían literalmente mover órganos de lugar. En Europa, especialmente entre los siglos XVII y XIX, llevar un corset súper apretado no era solo moda, era una declaración de clase. Si podías darte el lujo de no respirar a gusto, significaba que no necesitabas trabajar, ni agacharte, ni moverte demasiado. Tu cuerpo, tieso y precioso, era tu carta de presentación.
Y sí, mucha gente piensa que los corsets eran pura opresión... pero Valerie Steele, directora del museo del Fashion Institute of Technology en Nueva York (o sea, sabe de lo que habla), tiene una perspectiva más matizada. En su libro The Corset: A Cultural History, dice que muchas mujeres los usaban porque querían, no porque las obligaban. Para algunas, el corset era una forma de afirmarse, de moldear su postura, su presencia, su estilo. No todo era sufrimiento victoriano: también había deseo, identidad, agencia.

Como fun fact: Después de años de opresión y extravagancia, las mujeres durante y después de la Revolución Francesa (finales del siglo XVIII) empezaron a rechazar los corsets como símbolo del antiguo régimen. En su lugar, optaron por vestidos de estilo griego, vaporosos y sin estructura, que dejaban el cuerpo “libre” como una declaración política.
Las merveilleuses (significa “las maravillosas”) eran mujeres ultraestilosas que caminaban por París sin corset, con vestidos transparentes, sandalias y peinados inspirados en estatuas clásicas. Literalmente estaban diciendo: “ya no somos propiedad, ya no estamos amarradas”.
Y el tight-lacing —esa práctica extrema de llevar corsets superajustados— sigue existiendo. En comunidades burlesque, góticas, fetish o incluso high fashion, el corset no murió: mutó. Para muchas personas es estética, fetiche, statement visual... y sí, una forma poderosa (y dolorosa) de decir: yo tengo el control de este cuerpo. Aunque duela.
Tacones: dolor a la altura de la elegancia
Amamos odiarlos. Los tacones altos estilizan la pierna, cambian la postura, te hacen caminar diferente y son uno de los accesorios más poderosos visualmente. Pero… ¿sabías que los tacones fueron originalmente cosa de hombres?
Así es, los usaban los jinetes persas para fijar mejor el pie en el estribo. Luego, los aristócratas europeos los adoptaron como símbolo de estatus. Luis XIV de Francia tenía sus famosos tacones rojos —mucho antes de que Christian Louboutin los volviera ícono pop— y solo él y su círculo podían usarlos. Literalmente, caminar alto era señal de poder.

Con el tiempo se feminizaron, se volvieron más altos, más delgados, más complicados. ¿Más cómodos? Jamás. Y aunque muchos diseñadores han tratado de reinventarlos, pocos han sido tan directos como el mismísimo Louboutin, quien dijo sin rodeos:
“La gente dice que soy el rey de los zapatos dolorosos. No quiero crear zapatos dolorosos, pero no es mi trabajo hacer algo cómodo. Trato de hacer tacones lo más cómodos posible, pero mi prioridad es el diseño, la belleza y el sex appeal. No estoy en contra de la comodidad, pero no es mi enfoque.”
Y eso lo resume todo. Los tacones duelen, pero también elevan (y no solo centímetros). Son símbolo, postura, estilo.
En manos de diseñadores como Vivienne Westwood, Alexander McQueen o Iris van Herpen se han convertido en esculturas usables, en retos para el cuerpo… y en declaraciones de moda que pisan fuerte.
Piercings, bondage, punk y tinta: el cuerpo como manifiesto
Si hablamos de estética + dolor, no podemos dejar fuera al body mod y el universo punk, BDSM, queer y alternativo. Piercings, arneses, collares de perro, cremalleras imposibles, látex que parece segunda piel y cierres donde no debería haber ropa: todo eso tiene una raíz estética, política y —sí— profundamente sensual.
Porque el dolor en estos contextos no es castigo, es afirmación. El mensaje es claro: mi cuerpo me pertenece.
La estética bondage, por ejemplo, no se trata solo de fetiche, sino de roles, control, poder. Es tomar símbolos de opresión (correas, ataduras, restricciones) y convertirlos en lenguaje visual, en estilo, en provocación. Cuando Jean Paul Gaultier llevó corsets cónicos y tirantes a las pasarelas en los 80 y 90, estaba reescribiendo las reglas. Su moda hablaba de sexo, sí, pero también de libertad: de la fuerza de apropiarse de lo que antes se imponía.

Extra chisme: Madonna no inventó los corsets cónicos, pero los volvió íconos. Los diseñó Gaultier y sí, dolían, pero era el tipo de incomodidad que te hace sentir imparable.
Y claro, los tatuajes. Antes símbolo de rebeldía, hoy también son arte, identidad, historia personal en la piel. Pero no olvidemos que cada línea, cada sombra, cada microdetalle se logra con agujas entrando una y otra vez en tu dermis. Duele, pero duele con propósito. Es dolor con diseño.
Fun fact: el término “máquina de tatuar” fue patentado por Thomas Edison, aunque él la pensó para grabar en papel. Fue un tatuador llamado Samuel O’Reilly quien la adaptó para lo que todos conocemos (y usamos) hoy. O sea: lo que iba a ser para escribir, terminó marcando piel.
Así que sí, perforarse, atarse, marcarse, apretarse todo eso ha sido, históricamente, más que estilo. Es cuerpo en resistencia. Es una manera de decir: esto soy yo, y sí, duele un poco... pero vale cada segundo.
Menciones honoríficas al sufrimiento chic
Porque cuando se trata de moda, el cuerpo ha pagado caro por verse “correcto”. Y si creías que los corsets y los tacones eran lo más extremo, prepárate para conocer otros looks que dolían tanto como deslumbraban.
Crinolinas asesinas (siglo XIX)
Imagínate caminar con una estructura de acero bajo la falda. Ahora imagina que esa falda es inflamable. Muchas mujeres murieron quemadas vivas por acercarse demasiado a chimeneas, velas o simplemente porque sus crinolinas se atoraron en maquinaria o ruedas de carruaje. Y todo esto, para parecer más delicadas.

Pelucas “macaroni” (siglo XVIII)
Eran enormes, empolvadas, ridículamente ostentosas y... llenas de piojos. A veces, literalmente de ratas. Los hombres que las usaban eran la élite de la moda masculina. Los “macaronis” eran influencers con picazón. Luis XIV estaría orgulloso (otra vez).
Cuellos de ruff (siglo XVI–XVII)
Los cuellos gigantes de encaje almidonado te hacían ver sofisticado, sí, pero también parecías una lámpara y apenas podías girar el cuello. Eso sí, quien podía usar uno, estaba muy por encima del resto.

Maquillaje con plomo
Lo que hoy sería un glow de Charlotte Tilbury, en el siglo XVI venía con efectos secundarios como caída del cabello, daño cerebral y muerte lenta. Pero hey, ¿quién necesitaba piel saludable cuando podía tener un cutis pálido como la nobleza?
La moda tiene muchas caras. Puede ser cómoda, claro, y práctica; pero también puede ser dolorosa, performática y profundamente emocional.
En algún lugar entre el sufrimiento físico y la estética radical, existe una zona donde se encuentran el arte, el cuerpo y la ropa. Y sí, tal vez ese corset no te deje respirar, pero ¡qué bien se ve en fotos!
¿Y tú? ¿Qué has sufrido por moda? (Escuchamos, no juzgamos. Todos hemos fingido que podíamos caminar bien con esos tacones del mal.)