Bienestar

Migraña, dolor y otras musas raras en el arte

Por: Lina Plancarte 21 abril 2025 • 7 minutos de lectura

Quienes padecen migrañas con aura también sufren de una distorsión de la percepción que, para muchas mentes creativas, es una visión que deja huella.

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Migraña, dolor y otras musas raras en el arte
Getty Images

Por alguna razón que aún no entendemos del todo, muchas de las mentes más brillantes y creativas de la historia han tenido algo en común: un dolor de cabeza infernal.

Pero no estamos hablando de cualquier dolor de cabeza. Las migrañas con aura son otra historia: llegan con efectos visuales dignos de un teaser surrealista. Antes de que el dolor aparezca, tu cerebro lanza su propio show: luces que parpadean, líneas que se retuercen, colores flotando, halos, puntos ciegos, visión duplicada… como si alguien le hubiera metido mano a tu percepción y movido todos los controles sin avisar.

Y aunque suene espantoso (y sí, lo es), varios artistas, escritores y arquitectos usaron esa misma distorsión como material creativo, porque si tu cabeza te muestra el mundo como un glitch, tal vez la mejor forma de sobrevivirlo es dibujarlo, escribirlo o esculpirlo.

Migrañas: una estética no tan accidental

De acuerdo con la Mayo Clinic, la migraña con aura es un tipo de dolor de cabeza que aparece acompañado por una serie de alteraciones sensoriales conocidas como “aura”.

Suena místico, pero es un fenómeno neurológico muy real: destellos de luz, puntos ciegos que se expanden, líneas en zigzag, estrellas brillantes y hasta hormigueo en la cara o las manos.

El aura suele presentarse más o menos una hora antes del dolor (aunque a veces ni siquiera llega el dolor) y dura menos de 60 minutos.

Todo empieza en el centro del campo visual y se va expandiendo hacia los bordes, como si alguien estuviera dibujando geometría en tu retina. Es, literalmente, una distorsión de la percepción y para muchas mentes creativas, una visión que deja huella.

Visiones, migrañas y otras musas raras

Georgia O’Keeffe

Antes de convertirse en ícono feminista y figura clave del modernismo americano, Georgia O’Keeffe ya estaba haciendo historia. Fue una de las primeras mujeres en tener una exhibición individual en el MoMA, y su estilo —poderoso, minimalista, a veces brutal— cambió para siempre la forma en que se hablaba del arte hecho por mujeres. Se volvió célebre por sus flores gigantes, sus desiertos infinitos, huesos de animales como esculturas y paisajes que parecían respirar.

Y sí, hay que decirlo, muchos críticos (spoiler: casi todos hombres) insistían en leer connotaciones sexuales en sus flores. Ella respondía que la gente veía lo que quería ver, y que su intención era capturar la esencia y la intensidad de la forma, no de la fantasía. Al final, su arte no solo sobrevivió a esas lecturas, las trascendió.

Georgia O’Keeffe
Wikimedia Commons

Pero detrás de ese ojo para el detalle, también había dolor. Georgia O’Keeffe sufría migrañas tan intensas que en algún momento tuvo que dejar de enseñar, pero nunca dejó de crear. Para ella, el arte también era una forma de atravesar el malestar.

En Special Drawing No. 9, una de sus obras más crudas, usó el carbón para capturar una migraña en pleno auge: un patrón negro, denso, como si algo explotara desde el centro de la cabeza.

Según el MoMA, O’Keeffe creía que el carbón podía transmitir sensaciones físicas, y esa pieza es prueba de ello. No se trata solo de dolor, sino de cómo se ve el dolor desde adentro.

Francisco de Goya

Antes de volverse el pintor de las pesadillas, Francisco de Goya fue el artista más célebre de su tiempo en España. Pintor de cámara del rey, retratista de la alta sociedad, maestro del detalle y del drama barroco. Sus obras colgaban en palacios y eran sinónimo de prestigio.

Pero lo que hace a Goya realmente fascinante —y lo que lo convierte en un puente entre el arte clásico y el arte moderno— es ese giro brutal que da su obra tras enfermar gravemente en 1792.

Ya sordo, con síntomas que incluían vértigo, alucinaciones y una profunda inestabilidad emocional (hoy se sospecha de una encefalopatía, o incluso migrañas severas con componente neurológico), Goya cambia por completo su forma de pintar.

De las grandes obras cortesanas pasó a los demonios internos. Sus Pinturas Negras, que pintó directamente sobre las paredes de su casa en la Quinta del Sordo, no estaban pensadas para exhibirse. Eran privadas, crudas.

El aquelarre
Wikimedia Commons

Como Saturno devorando a su hijo, que parece salida de una pesadilla existencial. Como si la sordera le hubiera afinado otros sentidos, la vista, la intuición, el miedo.

Y lo más fuerte, todo ese giro estilístico, tan radical y adelantado a su época, anticipó al arte moderno. Sin Goya probablemente no tendríamos a Munch, ni a Bacon, ni al expresionismo más crudo. Su dolor lo empujó a ver distinto, y esa mirada nos sigue inquietando siglos después.

Lewis Carroll

Lewis Carroll, no solo fue el tipo que nos regaló a Alicia y al Sombrerero Loco, también fue un matemático brillante, lógico, fotógrafo y una mente atormentada por migrañas con aura y, según varios especialistas, epilepsia del lóbulo temporal.

O sea, tenía un cerebro que no dejaba de sorprenderlo (ni de sabotearlo). Y eso se nota. Si vuelves a leer Alicia en el país de las maravillas con esta info en mente, todo cobra otro sentido: los cambios abruptos de tamaño, las lógicas imposibles, los diálogos que se enredan como cables cruzados. Es una representación bastante precisa de lo que siente una persona atrapada entre una migraña y un aura visual.

Y no es solo interpretación creativa, existe un diagnóstico real llamado Síndrome de Alicia en el país de las maravillas —así, tal cual— en el que el paciente ve las cosas más grandes, más pequeñas o más lejos de lo que son.

Lewis Carroll
Wikimedia Commons

Las distorsiones pueden ser visuales, corporales o espaciales, y son frecuentes en niños; pero también en adultos con migraña. Lo cierto es que, con Alicia, Carroll hizo que lo raro se volviera un mundo completo, un universo donde perder la cabeza no es trágico, sino inevitable; y en su caso, probablemente literal.

Joan Didion

Joan Didion, una de las voces más icónicas de la literatura norteamericana, fue cronista del duelo, del caos político, de Hollywood, del fin de las utopías sesenteras, de su propia vida y también de su dolor de cabeza. Literalmente.

En su ensayo In Bed —que si no has leído, esta es tu excusa para hacerlo — habló de algo que muchas personas viven y pocos saben poner en palabras: la migraña como una experiencia total, física y emocional.

“Una vez que ha comenzado, hay un universo y solo tú estás dentro. El mundo se vuelve otro lugar: nada entra, nada sale”, escribió. Y no hay mejor forma de explicarlo.

Didion no buscaba dramatizar; de hecho, su estilo era lo contrario: minimalista, seco, controlado. Pero debajo de esa contención había una intensidad eléctrica.

Muchos críticos han dicho que esa capacidad suya para escribir con tanta nitidez —para mirar el mundo desde un lugar tan preciso y al mismo tiempo frágil— tiene que ver con su cuerpo, con ese malestar recurrente que era parte de su cotidianidad. La migraña, en su caso, era como un editor más: le enseñó a eliminar lo que no importaba, a decir solo lo que dolía de verdad.

Virginia Woolf

Y luego está Virginia Woolf, la autora que hizo del pensamiento una corriente y de la conciencia una forma de narrar.

Hoy se sabe que Woolf padecía trastorno bipolar, y aunque en su época no se hablaba abiertamente de migrañas, muchos de sus síntomas coinciden: fuertes dolores de cabeza, hipersensibilidad, estados de aislamiento total.

En Mrs. Dalloway o Las olas, su estilo es líquido, fragmentado, lleno de ecos y silencios. Leerla es como entrar a una cabeza en medio de una tormenta elegante, con todo el caos contenido bajo la superficie. Woolf no solo narraba desde el dolor, narraba con él, como si cada página fuera una especie de traducción entre el cuerpo y el mundo.

Virginia Woolf
Getty Images

Y no lo decimos por drama, hay ciencia detrás. Estudios recientes muestran que las personas con migraña —sobre todo con aura— tienen una conectividad aumentada entre las áreas visuales y emocionales del cerebro. Es decir, literalmente ven más, sienten más, perciben más. Todo se enciende.

Según un artículo publicado en Neurology (2015), incluso en reposo, el cerebro de quienes padecen migraña con aura muestra hiperactividad en zonas asociadas con la visión y las emociones. Y otro estudio de Brain (2022) lo confirma: su respuesta emocional ante estímulos visuales es mucho más intensa.

¿Qué significa todo esto? Que para muchas personas creativas, esa sobrecarga sensorial —aunque dolorosa— también es un motor. Ver demasiado puede ser agotador, sí; pero también puede ser una forma de ver más allá.

La comunidad médica no termina de ponerse de acuerdo si esta hipersensibilidad es causa o consecuencia de las migrañas, pero algo está claro: el sistema nervioso de quienes las padecen opera en una frecuencia distinta. Y eso, para un artista o alguien que trabaja con ideas, formas, palabras o colores, puede convertirse en material.

Ver más, sentir más, sufrir más y también crear más.

abril 16, 2025 01:29 PM • 6 minutos de lectura

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