El pan es uno de los alimentos más antiguos en la historia de la humanidad, de hecho, se cree que este fue el primer comestible procesado que el ser humano llegó a elaborar con sus propias manos. La elaboración de pan data de culturas muy antiguas, entre el año 10800 y el 8300 a. C., con las primeras sociedades de la humanidad en el periodo Mesolítico. Con el paso de los años, el uso de los granos fue evolucionando, al grado de que se comenzaron a refinar las harinas, creando así el pan blanco.
Los registros más antiguos de este proceso datan de hace 5 mil años, en Egipto, con un proceso que utilizaba telas colocadas en aros fabricados con caña, realizado principalmente a mano. Este era muy tardado y costoso, por lo que el pan blanco era exclusivo para la realeza, aunque se cree que la harina de esta época no era completamente blanca, pues no podría tener un resultado tan fino.
En la mayoría de las culturas, existió el proceso de refinar la harina, conocido también como tamizado, pero fue en la Grecia clásica donde se perfeccionó el arte de hacer pan, agregando diferentes tipos de ingredientes, incluyendo especias, aceite de oliva o nueces. Con el tiempo, el Imperio Romano comenzó a abrir hornos públicos en las ciudades conquistadas, creando así las panaderías, pero el arte de refinar el pan para limpiarlo de “impurezas” siguió siendo un proceso sumamente exclusivo.
En la Edad Media, el pan blanco toma aún más relevancia, pues este se convirtió en un símbolo de estatus, especialmente por la hambruna que se vivía en las calles de la Europa medieval. De este modo, el proceso de tamización señalaba el poder adquisitivo de una persona, mientras que el pan negro era entregado a los pobres.
Además del proceso de refinamiento de harinas, había otra razón por la cual el pan blanco era tan valioso en estos tiempos, a raíz de la influencia de la religión católica, donde el pan tiene un enorme peso simbólico. A pesar de que el pan que se consumía en Jerusalén en los tiempos de Jesucristo se elaboraba sin levaduras, la creencia popular era que el pan refinado, al ser blanco, era más puro, mientras que el negro simbolizaba el mal y lo impuro.
Incluso, el pan era utilizado durante las misas católicas, en la comunión de los creyentes, y este mismo era repartido por monasterios e iglesias para alimentar a los pobres, a quienes se les daba pan de centeno con grano entero.
Dicho estatus permaneció en el consciente colectivo durante cientos de años, hasta llegar al siglo XIX, cuando se elaboraron molinos que facilitaron el proceso de refinamiento de la harina durante la Revolución Industrial, haciendo mucho más accesible el pan blanco. La reducción de costos generó una enorme popularidad del pan blanco, debido a que aún se creía que era “alimento de ricos”, pero existían otros factores que influyeron en esta preferencia.
Uno de los puntos más importantes es que el proceso removía también impurezas, reduciendo riesgos de generar intoxicaciones en estos tiempos, donde el control de calidad y salubridad de los alimentos era casi nulo. Sumado a esto, la caducidad de este es mucho más tardada que de las elaboraciones integrales, dando la oportunidad de tener pan por mayor tiempo en las alacenas de la gente común.
Esto se sumaba al sabor y textura del pan blanco, siendo más suave que otras versiones y un gusto mucho más sencillo que los elaborados con granos enteros.
No cabe duda que el pan blanco está muy pegado a la historia del ser humano e, incluso, en la actualidad sigue siendo un alimento básico de la población mundial.
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