Cultura

Del performance radical al dolor en el arte

Por: Lina Plancarte 24 abril 2025 • 8 minutos de lectura

"El arte performance no es para los tibios. No está hecho para colgarse en una pared ni para que lo mires desde tu sillón con una copa de vino".

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Del performance radical al dolor en el arte
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¿Hasta dónde puede llegar el arte con tal de hacernos sentir algo? En el performance extremo, el cuerpo no se representa, se usa. Y cuando sangra, el mensaje entra directo.

Hay artistas que pintan con pinceles, otros con palabras, y luego están los que usan su propio cuerpo como lienzo, pincel y manifiesto. El performance extremo no es para cualquiera, es para quienes están dispuestos a llevar su cuerpo al límite, a convertir el dolor en arte y a hacer que el espectador se enfrente a realidades incómodas.

Pero… ¿qué es el arte performance?

No es teatro, no es danza, no es happening; pero puede tener de todo eso y más. El arte performance es una forma de expresión artística en la que el cuerpo del artista es el medio, el mensaje y el escenario.

A veces dura minutos, a veces horas. Puede ser silencioso o tener música, pasar en una galería o en plena calle, con público o en solitario. El punto es que lo que ocurre es real y sucede en tiempo presente.

No hay actores ni personajes, hay cuerpos haciendo cosas que dicen algo.

Y sí, muchas veces intimida, porque ver a alguien colgándose, cosiéndose, o simplemente estando horas en completo silencio puede generar preguntas como “¿esto qué significa?”, “¿por qué me está afectando tanto?” o “¿esto es arte o solo está sufriendo?”. Spoiler: esas preguntas son parte de la experiencia.

Pero no hay que entenderlo todo. Hay que dejar que te atraviese, por eso aquí te dejamos algunos tips para entrarle al performance sin que te dé la crisis:

abril 21, 2025 05:47 PM • 7 minutos de lectura

1. No busques entender, siente

Muchas veces no hay una “historia” o “moraleja”. Deja que el cuerpo del artista te incomode, te conmueva o te saque de onda. Eso ya es entender.

2. Llega sin expectativas

No intentes encajar lo que estás viendo en algo que ya conoces. El performance vive de romper moldes.

3. No siempre hay que mirar desde lejos

Algunos performances te invitan a moverte, a recorrer el espacio, a ver desde distintos ángulos. Participar también es una forma de ver.

4. Si te sacó una reacción fuerte, funcionó

Llámalo raro, intenso, hermoso o demasiado... pero si te hizo sentir algo —lo que sea— ya hizo su trabajo.

5. Google después, no durante

Sí, es válido salir con más dudas que respuestas. A veces las piezas tienen contexto, referencias o capas que descubres después. ¡Perfecto!

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Marina Abramović: la pionera del dolor performático

Y ahora sí, entremos a la leyenda: Marina Abramović, conocida como la abuela del performance, ha usado su cuerpo como obra desde los años 70. No actúa, se expone. Su trabajo no solo explora el dolor y la resistencia, nos confronta como espectadores "¿qué harías tú si estuvieras ahí?”.

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Una de sus piezas más radicales es Rhythm 0 (1974). Durante seis horas, Marina se convirtió en un objeto. Se colocó inmóvil frente a una mesa con 72 elementos —desde una rosa hasta una pistola cargada— y permitió que el público hiciera lo que quisiera con ella. Al principio, la gente fue tímida. Le acariciaban el cabello, le ofrecían flores. Pero cuando se dieron cuenta de que no iba a reaccionar, la cosa se puso oscura: le cortaron la ropa, le clavaron espinas, le apuntaron a la cabeza. Ella no dijo nada. No se movió. No se defendió.

“Lo que aprendí fue que… si dejas todo en manos del público, pueden matarte… Se creó una atmósfera muy agresiva. Después de exactamente seis horas, como estaba planeado, me puse de pie y caminé hacia el público. Todos huyeron. No podían enfrentarme cuando era una persona real”, contó la artista tiempo después.

Esa pieza cambió todo. Mostró de qué somos capaces cuando no hay consecuencias. Y también consolidó a Marina como una fuerza imparable del arte contemporáneo.

Performance Rhythm 0
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¿Lo mejor? Marina sigue más activa que nunca. En 2023, inauguró su retrospectiva en la Royal Academy of Arts en Londres, siendo la primera mujer en tener una exposición individual en ese recinto. También fundó el Marina Abramović Institute (MAI), donde entrena a artistas con ejercicios físicos y mentales (spoiler: son intensos, y no hay que subestimarlos).

Además, hace poco vino a México. Durante Art Week colaboró con La Metropolitana, el estudio de diseño mexicano, para crear una serie de sillas escultóricas que traducen su visión del cuerpo y la energía en piezas de mobiliario. Porque cuando Marina hace una silla… no es solo una silla, es un portal, un espacio de confrontación. Así de poderosa sigue siendo.

Chris Burden: el hombre que se disparó por el arte

A ver, primero lo básico. Chris Burden fue uno de los performers más radicales (y legendarios) del siglo XX. Estadounidense, formado en arquitectura y escultura, terminó llevando el arte conceptual a un lugar completamente visceral. El cuerpo no como representación, sino como campo de batalla. El suyo.

Su obra más icónica es Shoot (1971), y sí, es tan literal como suena: en una galería de arte, Burden pidió que un amigo le disparara en el brazo con un rifle calibre .22. El público estaba presente, mirando. No podían intervenir. ¿Por qué? Porque Burden quería mostrar cómo el espectador es parte del sistema, cómo la violencia —cuando es convertida en espectáculo— nos vuelve testigos pasivos.

La pieza fue una crítica brutal a la guerra de Vietnam, a la televisión, a la insensibilidad colectiva. Y también, una declaración: el arte no está para calmarte, sino para sacudirte hasta los huesos.

En Trans-fixed (1974), se crucificó literalmente sobre un Volkswagen escarabajo, con clavos reales atravesando sus manos. El motor rugía, como si la máquina fuera una extensión de su cuerpo sacrificado. Y en White Light/White Heat (1975), Burden vivió suspendido durante casi tres semanas en una plataforma de acero colocada en una esquina del techo de una galería. Nadie lo veía. No bajó. No comió. Solo meditaba. Fue la pieza más silenciosa… y la más inquietante porque a veces, el arte duele más cuando calla.

Chris no era masoquista. Era un artista profundamente metódico, obsesionado con el riesgo controlado y con llevar el cuerpo a situaciones límite para evidenciar lo absurdo del poder, la fragilidad humana y la complicidad del público.

Falleció en 2015, pero su trabajo sigue expuesto en museos como el MOCA de Los Ángeles o el LACMA, donde Metropolis II (una ciudad mecánica en miniatura) muestra su lado más ingenieril y menos sangriento. Pero si buscas lo extremo, el archivo de sus performances en video es pura adrenalina conceptual.

Orlan: cirugía, bisturí y feminismo de alto voltaje

Ahora imagina esto. Una mujer en una camilla, anestesiada, mientras su cara es modificada quirúrgicamente en vivo, con cámaras transmitiendo, música barroca de fondo y lecturas de textos feministas como parte del libreto. Esto no es una distopía médica, es Orlan. Artista, filósofa, performer, provocadora nata. Francesa y absolutamente imposible de ignorar.

Entre 1990 y 1993 llevó a cabo La Reencarnación de Santa-Orlan, uno de los proyectos más radicales del arte contemporáneo: se sometió a una serie de cirugías plásticas como performance, con un objetivo clarísimo, convertir su rostro en un collage de los cánones de belleza impuestos a lo largo de la historia del arte occidental. La frente de la Mona Lisa, la barbilla de Venus, los labios de una escultura romana… Nada era casual. Todo era discurso. Cada operación era también una instalación, una pieza en sí misma.

Orlan
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¿Y qué quería decir con todo esto? Pues que el cuerpo femenino ha sido moldeado históricamente por ojos ajenos. Que la belleza no es neutral. Que los ideales estéticos son construcciones culturales —y casi siempre, patriarcales. Orlan no buscaba parecerse a nadie. Su cara no era un deseo, era una crítica. Un manifiesto quirúrgico, un lienzo subversivo.

Lo más potente de su trabajo es que te hace preguntar cosas incómodas: ¿Dónde termina el cuerpo real y empieza el cuerpo diseñado? ¿Quién decide cómo se ve una mujer bella? ¿Cuánta agencia hay en la transformación cuando todo el sistema ya decidió qué es deseable?

Hoy, Orlan no ha bajado ni una sola revolución. Sigue girando por el mundo con exposiciones, conferencias y proyectos nuevos que combinan arte, tecnología y crítica social. Su trabajo está en colecciones como la del Centre Pompidou, y su Instagram es una clase magistral de cómo mezclar humor, activismo y performance en formato de selfie. Orlan no “expone”: interviene, descompone, reformula. Y si el arte contemporáneo sigue incomodando, es en parte gracias a ella.

Franko B: sangrar es amar (o resistir)

Italiano, residente en Londres, Franko B convierte el acto de sangrar en un poema visual. En su serie I Miss You (1999–2005), camina desnudo sobre una alfombra blanca mientras la sangre fluye lentamente por sus brazos. El espacio se mancha, el cuerpo se transforma, y lo que podría parecer puro shock se convierte en algo mucho más delicado y brutal: un acto de amor y resistencia.

Lo suyo no es el dolor gratuito, es el cuerpo queer, la religión, la exclusión, el amor que duele. Cada performance es una forma de decir “aquí estoy, esto es lo que pasa cuando te ignoran”. Como él mismo ha dicho: “Mi cuerpo es mi idioma”. Y eso lo cambia todo.

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Franko B no se detiene. Sigue creando, enseñando y exponiendo en espacios como la Tate Modern y el ICA de Londres. Su obra vive en colecciones públicas, tesis doctorales y en la memoria de cualquiera que lo ha visto sangrar y quedarse de pie.

Carlos Martiel: el cuerpo negro como campo de batalla

Nacido en Cuba en 1989, su obra se sitúa en lo más extremo del performance: intervenciones físicas reales, dolorosas, políticas. Nada de metáforas, todo literal. Su cuerpo, su historia, su denuncia.

En Simiente (2015), se insertó tierra cubana en una herida como acto de pertenencia, de dolor migrante. En Meditation on the Flag, se cosió una bandera extranjera en la espalda para hablar del exilio forzado y las imposiciones identitarias. En Monumento II, los nombres de personas negras asesinadas quedaron marcados en su piel, grabados durante una presentación en vivo. Todo es real. Todo es ahora.

Martiel no se puede mirar de lejos. Su trabajo incomoda, sacude, exige una reacción. Lo han llamado radical, pero la realidad es que su arte dice verdades que muchas instituciones apenas se atreven a pronunciar. Hoy exhibe en lugares como el Bronx Museum, el LACMA en Los Ángeles y la Bienal de Venecia.

No busca representar la opresión: la pone frente a ti, encarnada. Y te deja con la piel de gallina.

El arte performance no es para los tibios. No está hecho para colgarse en una pared ni para que lo mires desde tu sillón con una copa de vino. Es crudo, vivo, incómodo y a veces, duele. Porque cuando el cuerpo se vuelve herramienta, mensaje y escenario al mismo tiempo, el impacto es inevitable.

Marina, Orlan, Chris, Franko, Carlos... Todos estos artistas —distintos en forma, fondo y contexto— han usado el dolor no como fin, sino como camino para hablar de belleza, de poder, de guerra, de raza, de deseo, de opresión, de fe. El cuerpo se convierte en archivo, en grito, en terreno sagrado. Y su vulnerabilidad no los debilita, los vuelve poderosos.

¿Es fácil de ver? No. ¿Es cómodo? Tampoco. Pero ese es el punto.

La próxima vez que alguien diga que el arte contemporáneo “ya no dice nada”, recuérdale que hay quienes todavía ponen el cuerpo. Que hay gente sangrando —literalmente— para hacernos ver lo que no queremos mirar.

Y que sí, esto va a doler. Pero también va a transformar.

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