Como la mayoría de las tradiciones modernas, la Noche de Brujas nace a partir de antiguas creencias de nuestros antepasados y, en este caso tan específico, no podemos dejar pasar el oscuro, pero fascinante pasado de las fiestas que nos trae el fin de octubre, donde las calles se adornan de telarañas, papel picado y más utilería de figuras terroríficas, como las calabazas de Halloween.
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A pesar de que es uno de los íconos más reconocidos de esta celebración, normalmente pasa desapercibida ante los demás motivos aterradores de esta tradición nocturna, pero el tallar un rostro en una calabaza y colocarla en tu puerta es una de las prácticas más antiguas que hasta la fecha perduran.
La famosa calabaza de Halloween tienen su origen principalmente en Irlanda, aunque también hay registros de otras regiones celtas, quienes recibían la víspera de Samhain, entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, con la creencia de que los espíritus de los muertos caminaban entre los vivos, y con esto en mente, los irlandeses antiguos tallaban rostros aterradores en vegetales y utilizaban disfraces para espantar estos espíritus.
Anteriormente, no se empleaban calabazas para crear estas linternas orgánicas, era más común cortar nabos, betabel, o incluso papa, aunque en general se usaban verduras de raíz; que eran abundantes en esta temporada, pues acababa de ocurrir la cosecha; para después colocar una vela encendida para generar luz, creando así estos tan ahora clásicos adornos de Halloween.
Lo más empleado en esta práctica era el nabo, y se usaba también como forma de generar luz, pues dentro de las supersticiones que englobaban Samhain, se pensaba que no solo los muertos rondaban en las calles, también corrían el riesgo de encontrar hadas perdidas, monstruos, y otros espíritus antiguos que podrían adentrarse a los hogares de los celtas y llevarse a sus seres queridos.
Esta tradición continuó en práctica incluso ya bajo el catolicismo, y una de las entidades más temidas en esta época para los irlandeses era Stingy Jack (Jack, el tacaño), cuyo relato cuenta que su avaricia hizo que engañara al Diablo para obtener muchas riquezas, lo que provocó que Dios le negara la entrada al cielo y Lucifer lo vetara del Infierno, por lo que su espíritu vaga entre mundos.
Su destino fue tal, que el Diablo sintió lástima por él, y le obsequió un pedazo de carbón ardiente para darle luz en su transición de la tierra de los muertos a la de los vivos, por lo que se puede ver al espíritu de Jack como una luz de fuego dentro de un nabo hueco, que recorre un lado a otro en pena eterna, siendo bautizado también como Jack O’ Lantern.
Conforme pasaron las décadas, la tradición cambió de utilizar vegetales de raíz a la calabaza cuando los irlandeses llegaron a Estados Unidos, quienes descubrieron que las calabazas (que no se dan en Irlanda) son mucho más prácticas para tallar las caras en estas fechas, por lo que sustituyeron los nabos por este fruto.
El mito del Jack O’ Lantern tomó un giro más aterrador en Estados Unidos, y es que con esta renovada tradición irlandesa, la leyenda más conocida del pueblo de Sleepy Hollow, El Jinete sin Cabeza, ya incluía la calabaza como parte fundamental de la historia, que se queda como remanente en el área donde Ichabod Crane desapareció, y eventualmente esta se transformó en la posible cabeza del aterrador jinete en algunas versiones.
Aún quedan muy pocas tradiciones vivas del mundo antiguo, entre ellas, se encuentra el interesante (y aterrador) origen de las calabazas de Halloween. ¿Conocías esta historia?
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