Durante siglos habíamos pensado que las esculturas clásicas de la antigua Grecia y del Imperio Romano eran obras realizadas sobre mármol o bronce, sin mayor retoque, donde se mostraban héroes y dioses de historias y mitos de estas culturas, pero los estudiosos del arte han descubierto que estas, de hecho, tenían color en su concepción original.
Esto salió a la luz gracias a los avances tecnológicos que se han aplicado a los equipos de restauración, donde se ha desmentido el mito de que las estatuas de estos territorios eran completamente blancas, pues incluso, los griegos pensaban que, al darle color a sus tallados, capturaban la esencia de sus dioses, utilizando como medio distintos materiales para captar estas tonalidades.
Aunque la imagen de trabajos como La Venus de Milo o el Augusto de Prima Porta en el consciente colectivo de los estudiosos de la historia y el arte siempre ha permanecido en dichas efigies sin color alguno, gracias al Museo Metropolitano de Arte, ubicado en Nueva York, sabemos que esto no fue así, además que se ha encargado de restaurar algunas de las obras clásicas a su esplendor original.
Específicamente, a realizar réplicas de estatuas griegas y romanas elaboradas en bronce o mármol, utilizando las herramientas modernas para recuperar los tonos con las que dichas obras fueron presentadas, que además han revelado aspectos históricos que hasta hace poco tiempo se desconocían, por ejemplo, gracias a la restauración del Arquero del Templo de Afaya, ha surgido la teoría de que se puede tratar de Paris, quien atravesó el talón de Aquiles con una flecha durante el asedio de Troya.
Dicho proceso ha sido documentado por el MET, donde figuras como Vinzenz Brinkmann, analizan los métodos con los que encontraron las tonalidades aplicadas a dichas obras históricas, apoyándose de la tecnología y algunas fuentes antiguas, solo con la finalidad de regresar estas obras a al gran esplendor de civilizaciones admiradas por muchos.
Esto se ha descubierto porque rastros de color se han encontrado en incontables ejemplares de esculturas grecorromanas, que se han preservado sutilmente con el paso del tiempo, aunque factores como el clima, y el mismo desgaste de componentes aplicados al mármol, como la malaquita o la azurita, se han desvanecido con el paso de los años.
La concepción de que las obras talladas durante la Grecia Antigua y el Imperio Romano eran monocromáticas se reforzó durante el Renacimiento, cuando los artistas retomaron las técnicas de estas culturas para alejarse del arte religioso que ponderaba durante la Edad Media, hasta que se descubrieron trabajos mejor conservados en sitios arqueológicos como Pompeya, donde ciertas estatuas aún conservaban sus pigmentos.
En las ruinas de la ciudad destruida por el volcán Vesubio, también se recuperó un cuadro donde se puede apreciar perfectamente a un artista dándole color a una estatua, aunque la percepción de que estas eran blancas se mantuvo en el consciente colectivo por siglos, en conjunto con los trabajos provenientes de la cultura egipcia, que también eran acabadas con color.
La noción de que las estatuas griegas y romanas tenían color resulta sumamente impactante para muchos amantes del arte, que han vivido mucho tiempo con la idea de que estas eran de una sola tonalidad, sin embargo, resulta sumamente interesante imaginarnos como se veían las calles de las ciudades de estas culturas, cuyos templos y obras pintaban los alrededores con la finalidad de exaltar a sus héroes y sus dioses.
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