Podría decirse que Octavio Paz es el poeta mexicano más importante de los últimos cien años. Es cierto que en el jardín poético han aparecido obras y creadores que causan escándalo o asombro, personalidades disímiles que han alcanzado la popularidad por el signo vital que el lector también asume como parte del poema. Sin embargo, Paz atravesó el vértigo del siglo XX entre contrastes que lo convierten en el centro admiraciones y rencores. Tuvo un entorno propicio y una obra creativa e intelectual inmensa; criticó lo mismo a Breton que a Monsiváis; a la URSS estalinista que al PRI; ensayó sobre la historia y la cultura mexicana e hizo traducciones del portugués, el inglés, el francés y el sánscrito. Cada que una década se agota, la siguiente nos pone de nuevo a la figura del único premio Nobel de la literatura mexicana como el centro de nuevas reflexiones.
De Paz se dice, como de algunos equipos de futbol: o lo odias o lo amas.
Para los lectores que comienzan a decidir si adentrarse en la obra de Octavio Paz o pasar de largo, resulta importante recordar qué aspectos justificarían su curiosidad y alentarlos a separarse de los chismes espontáneos o confirmarlos.
La familia en medio de la historia
Paz vio la luz en 1914, en la Ciudad de México, en la colonia Juárez. Perteneció a una familia que estuvo en el centro de las tormentas políticas y sociales de aquellos años. Su abuelo, Ireneo Paz, fue un militante del liberalismo que hizo frente a la Segunda intervención francesa . Tuvo el abuelo del bardo una intensa faceta intelectual y política: se dedicó a crear novelas y ensayos históricos de los personajes célebres de su tiempo. Escribió también sonetos satíricos y hasta guías industriales.
Combatiente, periodista e intelectual, Ireneo perteneció a la clase ilustrada de su tiempo y fue un personaje central en las disputas políticas de la segunda mitad del siglo XIX.
Esa primera fuerza del patriarca familiar, como se refería Paz a su abuelo, vino a unirse a la segunda, la influencia de su padre, Octavio Paz Solórzano, abogado defensor de las causas agraristas y que, al modo del malditismo de su tiempo, se volvió alcohólico y murió presuntamente ebrio y destrozado por un tren. Cabe mencionar que Octavio padre militó en el zapatismo, según escriben los biógrafos del Nobel, con un fervor religioso. Así, el poeta ha de crecer entre las ausencias de los ascendientes aventureros, con el temor de las consecuencias del alcohol, la consciencia de la injusticia y con las inquietudes creativas e intelectuales de su abuelo; optó también por la profesión de abogado, mas la abandonó cuando le restaba sólo una asignatura para licenciarse. Paz se unió, como Torri y Vasconcelos, a la horda literaria de los abogados arrepentidos de serlo.
Un poeta militante en la historia cultural del siglo XX
El Paz de 1937 era un joven comunista , rodeado ya de amistades sustantivas como las de Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta y Carlos Pellicer1, así como de sus brillantes amigos, nacidos el mismo año que él: Efraín Huerta y José Revueltas.
Cercado de la polaridad de aquella década, en 1936 se editó ¡No pasarán!, poema que causaría una alharaca de elogios y denostaciones por el apoyo “poético” que brindaba Paz a la República española y que le agendó su participación en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia, Barcelona y París.2
En un momento de fiebre amorosa y política, en 1937 Paz decide casarse y aceptar la invitación de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) para representar a México en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura convocado desde la España que libraba la Guerra Civil.
Así dio inicio la prolongada y riesgosa luna de miel que emprendió el joven matrimonio entre balas, bombardeos, artistas e intelectuales de toda Latinoamérica y Europa. Garro y Paz coincidieron ahí, por ejemplo, con Pablo Neruda , quien estimaba la obra temprana de Paz; Carlos Pellicer, Alejo Carpentier, César Vallejo, Miguel Hernández y Luis Cernuda, entre muchos otros.
Además de España, el joven poeta mexicano continuó con su viaje heroico hacia Francia, país que entonces era una suerte de meca del arte internacional. En aquellos lares conoció a los principales exponentes del surrealismo e inició su carrera diplomática.
El diplomático
Acaso fue también la oportunidad de los viajes extensos lo que hizo de Octavio un intelectual y un poeta de relevancia y relieve. La experiencia cultural del viaje fue auspiciada por la diplomacia que ejerció en Francia, como agregado cultural entre 1946 y 1951, así como en el cargo de embajador en la India entre 1962 y 1968; y Japón, entre 1968 y 1971. Tales vivencias lo relacionaron con pensadores y artistas destacados como André Breton y Albert Camus, además de ponerlo en contacto con las filosofías orientales y que le servirán también para la edificación de libros como El mono gramático y la traducción de Las sendas de oku de Matsuo Basho.
Debemos reparar en que Paz conocía distintas lenguas y escrituras; entre ellas, desde luego, el inglés, el francés, el sánscrito y el japonés.
El amplio acervo cultural que poseía, así como la vorágine de su siglo, puso al poeta en relación íntima con las grandes mentes de su tiempo, con quienes entabló amistades y enemistades, pues la crítica que practicó, no siempre gentil, guió su trabajo durante toda su vida. Una de las célebres disputas es la que vivió con Carlos Monsiváis, cada cual desde su respectiva trinchera editorial, en los años 70.3
Por otro lado, en su madurez Octavio Paz asumió una suerte de liderazgo intelectual sobre las siguientes generaciones de escritores. Emprendió, por ejemplo, la antología Poesía en movimiento (1966), en cuya selección colaboraron José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí Chumacero. De igual modo erigió las revistas Plural (1971-1976) y Vuelta. En la primera, se incorporaron autores como Salvador Elizondo, Juan García Ponce y publicaron ahí escritores como Rosario Castellanos , Louis Glück, Blanca Varela, Ida Vitale, Jaime Sabines ; en la segunda, colaboradores internacionales recurrentes en las preferencias de Paz: Milan Kundera , Bioy Casares, Mario Vargas Llosa, entre muchos otros.4
Octavio Paz promovió la pluralidad, la crítica y, sobre todo, la inteligencia no sólo del país, sino de gran parte del mundo.
Parte de este legado, ha hecho ver a Paz como el arquitecto de un grupo hegemónico, hermético y elitista de intelectuales desclasados, pero, si se atiende a la diversidad de plumas que revistieron las páginas de ambas revistas, de posturas políticas disímiles y hasta antagónicas entre sí, es posible concluir que Octavio Paz promovió la pluralidad, la crítica y, sobre todo, la inteligencia no sólo del país, sino de gran parte del mundo. Tanto la obra de nuestro Nobel como sus proyectos editoriales dan fe de su incansable afán de ser un poeta moderno, es decir, de un poeta crítico y abierto a la crítica, plural y adaptable.
Notas:
1Domínguez-Michael, Cristopher, Octavio Paz en su siglo, México: Aguilar, 2014, p. 57.
2Adame, Ángel Gilberto, “¡No pasarán! Historia de una transición intelectual”, disponible en
Confabulario
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3“La polémica entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, disponible en:
Zona Octavio Paz
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4Enciclopedia de la literatura en México, “Plural. Crítica y literatura”, disponible en:
ELEM
; Domínguez-Michael, Cristopher; Malva Flores y Maarten van Delden, “Plural cincuenta años después” en Letras libres, 2021, disponible en:
Letras Libres
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*Abel Rubén Romero es abogado a regañadientes y escritor. Estudió Derecho, Letras Hispánicas, Escritura Creativa y Arte y Literatura en la Universidad del Valle de México, Universidad Autónoma Metropolitana, Universidad de Sevilla y Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
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