Cada 12 de diciembre, 1 de cada 10 mexicano visitan a la Virgen en la Basílica de Guadalupe, para conmemorar la serie de apariciones de esta figura a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, campesino chichimeca a quien encargó que construyeran su templo en el cerro del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México.
Este campesino nació en Cuautitlán el 5 de mayo de 1474, dentro del barrio de Tlayácac, ubicado en el reino de Texcoco, además que fue de los primeros indígenas bautizados por los misioneros franciscanos cerca del año 1524, durante la llamada “Conquista Espiritual”, que constaba en convertir a los pueblos nativos a la religión Católica.
El conocer la historia de las cinco apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, que culminó en la construcción de la Basílica, es también conocer nuestra historia, durante el periodo de la Conquista, al poco tiempo de la llegada de Hernán Cortés a la Gran Tenochtitlán.
Todo comenzó el sábado 9 de diciembre de 1531, mientras que Juan Diego, de 53 años de edad, se dirigía a la enseñanza religiosa tras convertirse al catolicismo, cuando escucha cantos de pájaros, por lo que se detiene a admirar esta melodía que parecía de origen divino, cuando escucha que alguien le llama por su nombre.
Juantzin, Juan Diegotzin.
Tras este llamado, el campesino sube al Tepeyac, donde encuentra a una mujer rezando, con unas vestiduras blancas que “brillaban como el mismo sol”, y esta reveló ser la Virgen Santa María, quien le pidió a Juan Diego que hablara con el Obispo para que en este cerro se le construyera un templo en su nombre.
Hijito mío, el más amado: yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios…, mucho quiero tengan la bondad de construirme mi templecito…Allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores.
Cuauhtlatoatzin encontró a Fray Juan de Zumárraga, quien desconfió de este aparente visionario, pensando que podría hacer pasar este mensaje por idolatría indígena, por lo que Juan Diego, derrotado, regresa al Tepeyac a suplicar que se eligiera un mensajero más digno, pero la Virgen le pide que vea al Obispo nuevamente al día siguiente.
Hijito mío, el más pequeño: es indispensable que sea totalmente por tu intervención que se lleve a cabo mi deseo. Muchísimo te ruego y con rigor te mando, que mañana vayas otra vez a ver al Obispo. Y hazle oír muy claro mi voluntad, para que haga mi templo que le pido.
El campesino hace caso a la aparición, sin embargo, el Obispo duda nuevamente del mensaje de Juan Diego, además que ordena que el vidente consiga pruebas al respecto, por lo que la Virgen pide a Juan Diego que suba al Tepeyac al día siguiente, donde encontrará las respuestas que está buscando.
Así está bien, hijito mío, el más amado. Mañana de nuevo vendrás aquí para que lleves al Gran Sacerdote la prueba, la señal que te pide. Con eso enseguida te creerá, y ya para nada desconfiará de ti.
Esto no pudo suceder, pues el tío de Juan Diego, rebautizado como Juan Bernardino, enfermó de gravedad, por lo que incluso es obligado a salir la madrugada del martes 12 de diciembre a la ciudad para buscar un sacerdote para que le dé los santos óleos a su tío, rodeando el cerro, para que la Virgen no lo encontrara.
El encuentro con la Virgen resulta inevitable, y esta tranquiliza a Juan Diego, asegurando que su tío ya está sano, además, invita al campesino para subir al Tepeyac para encontrar la señal que le había prometido.
Al llegar, Juan Diego encuentra unas rosas muy hermosas, las cuales no crecían durante esa temporada, que la Virgen afirma, son la señal para que el Obispo sepa que el campesino habla con la verdad, y así se construya el templo en su honor, además que no debía quitarlas del ayate que cubría las rosas, ni enseñárselas a nadie más que el obispo.
Hijito queridísimo: estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al Obispo. De parte mía le dirás que por favor vea en ella mi deseo, y con eso, ejecute mi voluntad.
Simultáneamente, la entidad se aparece ante Juan Bernardino, a quien sana de su enfermedad, y se revela como la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe, afirmando que así es como se debe nombrar a su imagen.
En el transcurso de este día, Juan Diego alcanzó al Obispo, a quien muestra las flores en el ayate (tela elaborada con hilo de fibra de maguey), donde se manifiesta impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, resultando en la señal que tanto esperaba Fray Juan de Zumárraga, culminando en la construcción de la Basílica de Guadalupe en el Cerro del Tepeyac.
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