Para la década de los 70, Salvador Dalí ya era toda una leyenda, que ya había influenciado a toda una generación de artistas con su arte surrealista. Al mismo tiempo, en ese tiempo un nombre causaba escalofríos en las personas adultas y moralistas: Alice Cooper, quien ya gozaba de fama mundial con éxitos como “School’s Out” y “I’m Eighteen”.
Cooper, cuyo nombre real es Vincent Damon Furnier, apenas tenía 25 años en 1973, mientras que Dalí tenía 69, sin embargo, el azar los llevó a conocerse en el famoso Hotel St. Regis de Manhattan, dentro del King Cole Bar. El pionero del shock rock estaba en el recinto cuando un grupo de 5 personas andróginas entraron por la puerta, seguidos por una mujer en esmoquin y sombrero de copa, que en realidad era Gala, la esposa del pintor español.
De repente, estas cinco ninfas andróginas vestidas de gasa rosa flotaron (en el bar).
Este fue el preludio para la excéntrica entrada de Salvador Dalí al famoso bar, frecuentado en aquella época por figuras de la talla de Ernest Hemingway, John Lennon o Marlene Dietrich. El artista anunció su llegada; utilizaba un chaleco de piel de jirafa, zapatos árabes dorados y un saco azul de terciopelo; gritando “¡El Da-lí… está… a-quí!”.
Los seguía Gala, que vestía esmoquin de hombre, chistera y frac, y portaba un bastón de plata. Luego vino Dalí. Llevaba un chaleco de piel de jirafa, zapatos dorados de Aladdin, una chaqueta de terciopelo azul y calcetines de color púrpura brillante que le regaló Elvis.
Este fue el primer encuentro que ambos artistas tuvieron, pero no fue la primera vez que Dalí escuchaba de Alice Cooper, de hecho, el surrealista ya había asistido a uno de los conciertos de Cooper en un estadio. El autor de La persistencia de la memoria quedó fascinado con el tétrico show, que incluía serpientes reales, cabezas de bebés hechas de plástico y una decapitación del cantante, que ocurría noche tras noche, afirmando que era como ver una de sus pinturas cobrar vida.
Es así como el equipo de Dalí se puso en contacto con el del músico, en uno de los encuentros más interesantes y extraños del siglo XX, que recordaría al mundo que ambos eran maestros de lo macabro. El artista plástico tenía un ambicioso plan con Cooper, que era crear el primer holograma viviente y transformar al cantante de Detroit en una obra de arte.
La simple idea de colaborar con Dalí causó furor en Alice Cooper, quien se graduó en la carrera de arte durante su juventud, y que ha afirmado en más de una ocasión que el trabajo de Salvador Dalí fue sumamente influyente en la creación de su personaje.
Antes de que aparecieran los Beatles, él (Dalí) era lo único que teníamos. Mirábamos sus cuadros y hablábamos de ellos durante horas. Sus pinturas también tenían mucho humor. Entonces, cuando formamos nuestra propia banda, era natural que tomáramos algunas de esas imágenes, como la muleta, y las usáramos en nuestras presentaciones.
La personalidad del artista plástico sorprendía todo el tiempo al cantante, incluso durante la creación del famoso holograma, que constó de varias secuencias conocidas como “multiplex”, que si se observan de distintos ángulos, parecen estar animadas. Este trabajo tomó aproximadamente 6 meses, y mucho equipo complejo de la tecnología más avanzada del momento, como luces halógenas de tungsteno, lámparas de arco de mercurio y un láser de 2 megavatios.
El toque surrealista de Dalí no podía faltar en esta obra, colocando en Cooper una tiara y un collar del famoso joyero Harry Winston, que en aquella época tenían un valor de 2 millones de dólares. Encima de esto, el vocalista se quitó su playera, y con el torso desnudo debía cantar y morder una estatuilla con forma de Venus de Milo colocada en una estaca de metal, como si se tratara de un shish kebab.
La excentricidad de Dalí no terminó aquí, y al día siguiente, el artista español sorprendió a Alice Cooper con una escultura de cerámica con forma de cerebro, que derramaba éclair de chocolate por la parte trasera. La obra estaba recubierta por diamantes y pintada con hormigas que formaban las palabras “Dalí” y “Alice”, que fue titulado The Alice Brain (El cerebro de Alice).
Cuando Cooper preguntó si podía quedársela, Dalí lo negó por completo, afirmando que “valía millones”, aunque el cantante nunca supo si bromeaba o lo decía en serio. En la actualidad, la obra titulada First Cylindric Chromo-Hologram Portrait of Alice Cooper’s Brain (Primer retrato cromoholográfico cilíndrico del cerebro de Alice Cooper) se encuentra en el Museo Dalí de Figueres, España.
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