Salvador Dalí fue todo un personaje, su personalidad, su arte y su manera de ver las cosas es sin duda el velo que cubría toda la parafernalia que era su vida. Uno de los temas más controversiales en su momento y de los cuales muy pocas ocasiones habló fue su obsesión sexual con Hitler.
El afamado surrealista fue expulsado del movimiento artístico en 1934 por André Breton y otros colegas, debido a distintas acusaciones que se hicieron en contra del personaje considerado como el mejor artista contemporáneo sobre su creciente interés sobre el ascenso del fascismo en Europa.
De acuerdo con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, donde se albergan algunas obras de Dalí, “para los surrealistas, que nunca se habían sentido cómodos con la manera descarada en la que Salvador Dalí exhibió en público sus obsesiones sexuales, la representación que Dalí hacía de Hitler estaba fuera de lo común”.
Ni tardo, ni perezoso, Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, refutó tales acusaciones aseverando que el arte debía ser completamente apolítico, incluso reviró con su argumento: “Yo soy el surrealismo”.
El artista abandonó el continente para afincarse en Estados Unidos, donde inició una serie de pinturas místico-religiosas, a las que le seguirían un conjunto de obras que componen su “período nuclear”.
En textos de la historia del arte, se sustenta que el pintor nacido en Figueiras, España le confesó a su amigo el escritor André Parinaud en el libro Confesiones inconfesables de Dalí, en 1975, sus memorias sus más íntimas fantasías con el líder alemán:
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