Emilio López-Galiacho Carrilero , Universidad Nebrija
“No pensaba que en Bellas Artes iba a trabajar tanto con ordenadores”. Este comentario de un alumno refleja bien algunos prejuicios que todavía hoy cuestionan la posibilidad de hacer gran arte con herramientas digitales.
No solo puede hacerse y se hace, sino que quizás en esas nuevas tecnologías resida hoy la única posibilidad de ampliar por fin los tradicionales formatos y ámbitos de experiencia de lo artístico, y desterrar de una vez el famoso mantra de que en arte ya está todo inventado.
Algunos conceptos y un poco de historia
Arte digital, arte electrónico, arte de los nuevos medios, arte interactivo, arte virtual, net-art, computer-art, software-art… A lo largo de las últimas tres décadas, hemos visto cómo estos nombres iban apareciendo cada vez con más frecuencia en el ecosistema del arte contemporáneo, alimentando publicaciones, exposiciones y colecciones de importancia. Pero ¿a qué nos referimos exactamente con esas etiquetas?
El galerista y crítico alemán Wolf Lieser sugirió en 2008 una definición: Hablamos de obras artísticas que utilizan las posibilidades del ordenador y de internet con un resultado que no sería alcanzable con otros medios.
De esta forma, una imagen hecha en Photoshop imitando técnicas de dibujo o pintura tradicionales no sería arte digital. Lo sería, en cambio, si esa misma imagen, por ejemplo, fuera transformándose en una pantalla en tiempo real como respuesta a determinadas interacciones con los espectadores o con datos procedentes de internet, a través de algoritmos programados por el artista.
Lo digital como herramienta disruptiva
Parece lógica esta distinción. Hay un abismo conceptual entre usar lo digital como mero sustituto cómodo de lo analógico, o utilizarlo como herramienta disruptiva capaz de generar propuestas artísticas específicas y novedosas.
Lógicamente, el arte electrónico ha ido evolucionando a la vez que la tecnología que lo sustenta. La primera gran exposición de arte hecho por ordenador, CyberneticSerendipity, tuvo lugar en 1968.
En aquellos años las computadoras eran unos armatostes carísimos, sólo al alcance de instituciones públicas y grandes compañías, que ocupaban habitaciones enteras, tenían menos potencia que el peor de nuestros móviles y necesitaban para hacerlos funcionar operadores sesudos que se convertían en incómodos intermediarios entre el autor y su obra.
Ordenadores personales e internet
Solo con la llegada del ordenador personal, en los años 80 del pasado siglo, los artistas pudieron al fin experimentar libremente en sus estudios. La aparición de la World Wide Web en 1993 añadió a tales experimentos la posibilidad de eliminar cualquier distancia espacio-temporal y usar esa ubicuidad como material artístico.
Conforme aumentaba la potencia de las tecnologías digitales –y disminuía su precio– lo hacían también sus posibilidades creativas. Cada vez más artistas se atrevían a iniciarse en ellas y a explorar un territorio que se presentaba lleno de oportunidades. A la vez que ese cajón de sastre llamado arte electrónico maduraba, empezó a llenarse de variantes y sub-estilos: Net.art , software art , glitch-art , AI art , arte interactivo … También a coquetear con el mundo de la ciencia ( bioarte ) y el ocio ( video game art ).
Al mismo tiempo, iban surgiendo en todo el mundo centros especializados ( ZKM , Ars Electrónica Center , V2 , RIXC , iMAL , LABoral ) y se celebraban festivales y congresos donde se presentaban las últimas piezas y las tecnologías que las hacían posibles ( Ars Electrónica , SIGGRAPH , ISEA , Art Futura , FILE , Wro Media Art Biennal ).
Exhibir, comprar, coleccionar, conservar arte electrónico
Aunque no existe todavía una red amplia de galerías dedicadas en exclusividad al arte electrónico (como pueden ser la neoyorquina Bitforms o la berlinesa DAM ), es cierto que muchas otras –algunas muy prestigiosas– lo han ido introduciendo en sus exposiciones y en su fondo de catálogo.
En la exclusiva Pace Gallery podemos encontrar artistas electrónicos como Rafael Lozano-Hemmer o Teamlab junto a Rothko, Hockney o Picasso. Ocurre lo mismo en otra de las grandes, Lisson , donde Cory Arcangel se codea con Ai Weiwei o Marina Abramovic. También los grandes museos de arte contemporáneo tienen ya en sus colecciones numerosas obras de arte de nuevos medios y cada vez le dedican más exposiciones.
¿Qué características específicas tiene el arte electrónico a la hora de su exhibición y conservación? ¿Qué condicionantes podrían disuadir a museos y particulares de coleccionarlo?
Espacio y supervisión técnica
Uno de ellos es la necesidad de espacios con un determinado tamaño e infraestructura técnica. En algunas ocasiones serían suficientes unos cuantos enchufes y una buena conexión a internet, pero en otras esos requerimientos podrían llegar a ser muy complejos.
También es importante el hecho de que la obra de arte electrónico es algo que se enciende y se apaga y entre medias debe funcionar. Durante su exhibición, el arte digital exige una supervisión técnica permanente; si deja de funcionar, pierde su valor artístico ante el espectador.
La idea del mantenimiento durante la exposición se extiende también a la conservación de la pieza. Esta es una cuestión esencial para el coleccionista, que puede temer que la obra llegue a verse afectada por la obsolescencia de los dispositivos y protocolos tecnológicos que le dan vida.
Coleccionar obras electrónicas
Tales cuestiones, que hace veinte años podían parecer problemáticas, hoy están perfectamente resueltas. Los artistas entregan con sus piezas verdaderos manuales de instrucciones que contemplan repuestos, opciones sustitutorias y atención técnica personalizada, garantizando contractualmente que la obra no se quedará obsoleta. Al mismo tiempo, estamos viendo cómo prácticamente todos los grandes museos e instituciones artísticas relevantes cuentan ya con protocolos específicos y equipos especializados en este tipo de arte.
Decía la curadora Barbara London, en 2014, que si hay alguien verdaderamente preparado para reinventar hoy las actitudes de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, esos son los artistas de los nuevos medios. Y no solo por las herramientas que utilizan o los avances que promueven en la logística del arte, sino, sobre todo, por la contemporaneidad de las reflexiones que proponen.
Llamar por teléfono a un glaciar que se derrite para escuchar en tiempo real el llanto del hielo moribundo. Arrastrarse por la mañana en el suelo de Times Square y esa misma noche aparecer trepando por la inexpugnable fortaleza capitalista de sus pantallas publicitarias. Convertir la voz en nubes y las nubes en memoria. Desafiar las políticas migratorias de Donald Trump con hermosas esculturas de luz parlante que atraviesan fronteras y unen personas.
No, en arte no está todo inventado.
Emilio López-Galiacho Carrilero , Profesor de Tecnologías Digitales y Nuevos Medios en Bellas Artes, Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation . Lea el original .
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