Hoy por hoy, los nacidos o vecinos de los fraccionamientos residenciales aledaños a Ciudad Satélite tienen un profundo arraigo a su comunidad. Se identifican con los espacios urbanos que han rodeado sus vidas desde la infancia e, incluso, vuelven a estos con nostalgia y evocación una y otra vez.
Una comunidad alrededor la obra de Barragán
Las Torres de Satélite –una obra que conjuga la arquitectura con la escultura, creación de Luis Barragán y Mathias Goeritz– dieron origen al desarrollo urbano de esa zona, conurbada a la Ciudad de México. Se inauguraron en 1958; a partir de entonces y hasta hoy, alrededor de estas creció una identidad común.
La idea era edificar un símbolo visual de Ciudad Satélite, zona habitacional diseñada por Mario Pani. Fue así como se dio lugar a las cinco torres de concreto, de planta triangular y diferentes colores y alturas, que pueden apreciarse desde lejos y cuentan con un efecto visual de movimiento.
Luego de esto vinieron desarrollos habitacionales en los que participó Luis Barragán, como Verdín y Las Arboledas, donde se encuentran Paseo de los Gigantes, la fuente Los amantes y la fuente de El bebedero.
En ambos fraccionamientos residenciales, los camellones, los jardines, el club hípico y la iglesia son diseño de este arquitecto. Cuando levantó dichas edificaciones, Luis Barragán no imaginó que también estaba desarrollando el ambiente en el que viviría una comunidad apegada a los valores de su trabajo artístico, y que, sin saber, los conservan en su imaginario colectivo. Estos valores son la conformación de la familia, los espacios para la serenidad y la calma, la alegría y el recogimiento espiritual.
Aquí, la obra de Barragán demostró el impacto que tiene el arte en la vida cotidiana y dejó en claro, con elementos físicos y espacios rodeados de jardines, que hay una mejor manera de vivir la vida.
Esta comunidad, donde por lo menos han pasado cuatro generaciones, ha integrado a su vida personal una identidad común alrededor de estos espacios en los que existen los principios del llamado poeta de la arquitectura: la belleza, la serenidad, el silencio, la intimidad y el asombro.
En estos, la experiencia estética se fusiona a la vida cotidiana de los individuos, que sin darse cuenta, integraron la espiritualidad en los muros de la iglesia Corpus Christi, jugaron al lado de los espejos de agua, pasearon en El bebedero y comieron helado junto a las fuentes anaranjadas de cada camellón.
Así, la obra de Luis Barragán es pilar de la identidad arquitectónica de México. Su propuesta aportó una visión cosmopolita y moderna a la fisonomía de nuestro país. No en balde es el único mexicano que ha ganado el premio Pritzker, considerado el premio Nobel de la arquitectura.
El legado y la herencia del “poeta de la arquitectura”
Es indudable que el trabajo de Luis Barragán ha trascendido al tiempo, pues su genialidad y sensibilidad conmueven de manera universal. Su trabajo se basó en preceptos que él resumió en palabras como belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento, serenidad, silencio, intimidad y asombro.
Su archivo, dividido en dos partes –el profesional y el personal–, ha sido motivo de muchos avatares del destino e, incluso, polémicas. El archivo personal se encuentra en la Casa Luis Barragán, en Tacubaya, Ciudad de México, mientras que el profesional está en Suiza, en la Barragán Fundation, que cuenta también con los derechos sobre su nombre.
El de la Casa Barragán asciende a más de siete mil piezas, entre cartas, fotos y objetos que responden a sus aficiones personales. El profesional recopila 30 mil piezas, como planos, fotos, revistas y textos relacionados con su obra, que se encuentran guardados en Basilea, Suiza. Este archivo fue comprado por 2.5 millones de dólares, primero por un afamado galerista neoyorquino de nombre Max Protec, quien luego lo vendió al dueño de Vitra, Rolf Fehlbaum. Este último lo obsequió a su esposa Ferderiza Zanco, y ella lo recibió como obsequio de compromiso.
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Barragán no tuvo descendencia y nunca se casó. En 1984, cuatro años antes de morir, estableció en su testamento que dejaba sus derechos de autor, documentos, películas, diseños, croquis, maquetas y dibujos a su socio, Raúl Ferrera Torres.
Años más tarde, envuelto en problemas legales, Ferrera Torres se suicidó. Su heredera y viuda, Rosario Uranga Grijalva, fue quien decidió vender la totalidad del archivo profesional de Luis Barragán.
Para algunos, la decisión fue adecuada, pues en Basilea se encuentra en excelentes condiciones de conservación, y es posible visitarlo por estudiosos de la obra de Barragán, lo que en México no necesariamente es viable. Sin embargo, para otros, resulta una pérdida de patrimonio para nuestro país.
En 2015, Jill Magid, una artista contemporánea estadounidense, bajo dudosas prácticas, logró abrir la urna de los restos de Barragán, ubicada en la rotonda de los hombres ilustres de Guadalajara, Jalisco. Obtuvo así una porción de sus cenizas, las cuales convirtió en un diamante que engarzó en un anillo de compromiso. Con ello, intentó negociar con la dueña actual del archivo, para que devolviera el material a México.
Se trató de una extraña forma de llamar la atención que fue recibida por la UNAM para exponerse en 2017. Pero el archivo no fue devuelto, la tumba de Barragán fue profanada, la UNAM fue cuestionada y se revivió la historia del testamento del arquitecto tapatío, quien conservaba su vida personal bajo mucha discreción.
Esto fue respecto a su herencia, pero su verdadero legado son los espacios arquitectónicos donde “canta el silencio”, como él lo buscó con su trabajo. Con estos marca –y lo seguirá haciendo– de manera positiva la vida de la comunidad que ha tenido el privilegio de visitarlos y vivir en estos.
Barragán legó la otra parte de su archivo al arquitecto Ignacio Díaz Morales, para que eligiera la institución dedicada a la arquitectura que él estimara conveniente, y que quisiera recibir y cuidar su biblioteca. A la muerte de Barragán, Díaz Morales cumplió su cometido y, con el arquitecto Juan Palomar Verea como presidente, se creó la Fundación de Arquitectura Tapatía (FAT), que hoy resguarda dicho legado en Guadalajara. En el siguiente inciso, Barragán dejó todos sus objetos personales a su ahijado Oscar Ignacio González, quien posteriormente los cedió a la FAT.
Cinco espacios para conocer su obra
1. Fuente El bebedero
Paseo de los Gigantes, Las Arboledas, Atizapán de Zaragoza, Estado de México.
Ubicado en Las Arboledas, es un fraccionamiento realizado entre 1958 y 1961 por Luis Barragán. Se trata de un terreno largo y estrecho, lleno de eucaliptos gigantes, donde a decir de los vecinos, hay incluso águilas que se pasean por las copas de los árboles. Barragán utilizó este espacio para crear una “fuente-bebedero” para caballos, con un remate visual de un muro blanco de 15 metros de altura.
Este lugar representa el paseo favorito de las familias de la zona, que disfrutan de la calma, la naturaleza y la serenidad que las obras de Barragán otorgan.
2. Parroquia de Corpus Christi
Avenida Río Sur 1, Las Arboledas, Atizapán de Zaragoza, Estado de México.
El altar está visualmente integrado a la naturaleza con un ventanal de piso a techo detrás, como un retablo hecho de jardín en un diálogo con la creación de Dios. Luis Barragán fue un hombre religioso y católico; para él, detrás de la experiencia estética, está la búsqueda de la espiritualidad, verdadero alimento del arte.
El lugar da la bienvenida a los fieles con muros altos color naranja, blanco y rojo. Hay una cruz estilo Barragán que esboza su completud. La iluminación entra por la ventana del lado izquierdo, con un vitral que permite a los rayos de luz colarse sobre las cabezas de los que allí rezan.
Es un espacio de encuentro, donde se lleva a cabo la vida social de la comunidad. Para su creador, “sin el deseo de Dios, nuestro planeta sería una lastimosa tierra de desperdicio de fealdad”.
3. Casa estudio Luis Barragán
General Francisco Ramírez 12, Ampliación Daniel Garza, Ciudad de México.
Luis Barragán describía a su casa como “un refugio, una pieza emocional de arquitectura, no una pieza fría de conveniencia”. Fue construida en 1948, y habitada por el mismo arquitecto hasta 1988.
Se trata de una síntesis entre la arquitectura moderna y elementos tradicionales. Es la obra más conocida del arquitecto nacido en Guadalajara y fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco en 2004.
La entrada cuesta 400 pesos por persona, para extranjeros; 300 pesos para público nacional, y 200 pesos para maestros y estudiantes. Hay lista de espera de por lo menos un mes.
4. Casa Gilardi (1976)
General Antonio León 82, San Miguel Chapultepec, Ciudad de México
La particularidad de esta casa privada es que sus elementos principales son la alberca y el árbol de jacaranda del jardín.
Gracias al manejo de la luz y su reflejo en el agua, el arquitecto Luis Barragán logró que los muros y los colores de los mismos muestren matices cambiantes a lo largo del día. La construcción de la casa se diseñó alrededor de la jacaranda que cada primavera florece en su característico color lila. Casa Gilardi es el último proyecto que realizó Barragán antes de morir.
Las obras de Luis Barragán han sido descritas como una búsqueda para expresar un concierto espíritu de serenidad, una sensación de calidez, reposo y dignidad, que se manifiesta en formas básicas y simples. Esta obra es muestra de ello.
En fechas recientes, se han promovido visitas privadas al lugar, así como experiencias gastronómicas y recorridos nocturnos en este. Los precios superan los mil pesos.
5. Torres de Satélite (1958)
Inspiradas en las torres de San Gimignano, en la Toscana, son un conjunto escultórico emblema de la modernidad, y el ícono distintivo de la zona conurbada de la Ciudad de México. Fueron pensadas para ser apreciadas desde la velocidad del automóvil.
Está conformado por cinco torres de distintos tamaños, que se encuentran a la entrada de Ciudad Satélite. Construidas junto con Mathias Goeritz, en 1958, se trata de una serie de prismas triangulares huecos. Han tenido algunos cambios a lo largo del tiempo: originalmente tenían los colores blanco, amarillo y ocre, pero con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968, se pintaron de color anaranjado para generar un juego de contrastes entre las torres y el cielo. En 1989, volvieron a ser pintadas: dos blancas, una amarilla, una azul y una roja.
Cuando se construyó el segundo piso del Periférico, los vecinos de la zona evitaron que pasara a su alrededor. En esa ocasión, se convocó incluso a abrazos comunitarios a las Torres para manifestarse al respecto.
La obra de Luis Barragán fue en busca de la dignificación de la existencia humana y de demostrar que en la creación artística, la vida triunfa sobre la muerte.
* Kristina Velfu es periodista especializada en la difusión del arte y la cultura
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