El pintor noruego Edvard Munch contrajo la gripe española en 1919 y, tras ello, dejó testimonio de su padecimiento a través de su obra Autorretrato después de la gripe española, en la que se ve a un hombre de mediana edad, sentado y convaleciente.
La vida de Munch, considerado uno de los precursores del expresionismo, estuvo marcada por la tragedia y las pestes. Cuando tenía cinco años, su madre murió de tuberculosis y, poco después, falleció su hermana por la misma causa. Edvard escribiría años más tarde: “La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida”.
Otros artistas que fueron víctimas de la gripe española, que acechó al mundo entre 1918 y 1920, fueron los pintores Gustav Klimt, Kaita Murayama y Egon Schiele, así como los escritores Guillaume Apollinaire y Edmond Rostand.
Dicha pandemia –la más devastadora de la historia humana– comenzó en el sudeste asiático, propagándose rápidamente por todo el mundo, debido a las movilizaciones militares de la Primera Guerra Mundial. A causa de este conflicto bélico, los países involucrados decidieron silenciar la situación, para no mostrar debilidad. Como España no participaba de lleno en la guerra, fue el país que más investigación, reportes y publicaciones realizó sobre el fenómeno viral. Por esta razón, al brote se le llamó “ gripe española ”. De acuerdo con información de CDC (Centers for Disease Control and Prevention), se estima que el total de infectados fue de 500 millones (aproximadamente un tercio de la población mundial en ese entonces), con hasta 100 millones de víctimas mortales.
En periodos de enfermedades contagiosas, el aislamiento social ha sido una medida recurrente, y esa soledad, una virtud inherente a la creatividad. Desde tiempos inmemoriales, las épocas de cuarentena han sido semillero de grandes pinturas y esculturas, textos frenéticos y diversas expresiones culturales. Tal vez por el encierro y la falta de distracción o porque, en momentos extremos, se tocan las fibras más profundas de la sensibilidad, lo mejor y lo peor del espíritu humano sale a la luz cuando existe un punto de quiebre como el que implica una pandemia.
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La Edad Media y la danza de la muerte
El miedo activa de manera inmediata la imaginación; testimonio de ello es El triunfo de la muerte, de Pieter Brueghel el Viejo, que se conserva en el
Museo del Prado de Madrid
. En ésta, se muestra la victoria de la muerte sobre las cosas mundanas. Los humanos, sin esperanza ni salvación, son conducidos por un ejército de esqueletos a un enorme ataúd. Solo una pareja de amantes, en la esquina inferior derecha, parece ignorar la situación en el sublime estupor del enamoramiento.
Esta pieza, fechada en 1569, corresponde al sentir de la población europea durante la llamada peste negra o peste bubónica, que asoló al continente en el periodo conocido como Baja Edad Media (entre los años 1300 y 1500) y los tres siglos posteriores. Las obras que tocan esta cuestión tienen un carácter moralizante, pues se creía que las enfermedades de origen desconocido eran un castigo de Dios.
De esta forma, la temática de las pestes y la muerte se convirtió en un género denominado “La danza de la muerte”, el cual exploraba la universalidad de un fenómeno que no respeta edades, clases sociales o nacionalidades; todos por igual “danzan con la muerte”. Esta expresión recordaba la fugacidad de la existencia y los placeres terrenales.
En 1538, el artista alemán Hans Holbein el Joven publicó 51 grabados creados para la contemplación y la reflexión de las verdades últimas de la vida que se realizan en momentos de enfermedad. En estos, hay procesiones de esqueletos que escoltan a los vivos hacia su destino final. Representan el auge de la estética de lo macabro, popular en occidente a finales de la Edad Media, y están completamente relacionados con la presencia de la epidemia que atacaba a Europa.
A través de los siglos, la peste negra continuó siendo un tema recurrente entre reconocidos pintores. En 1637, Pedro Pablo Rubens le dedicó un espacio central entre los grandes males del mundo en Las consecuencias de la guerra; Francisco Goya creó Corral de apestados en 1823, y en 1898, Arnold Böcklin pintó un óleo que tituló La peste.
“La temática de las pestes y la muerte se convirtió en un género denominado “La danza de la muerte”, el cual exploraba la universalidad de un fenómeno que no respeta edades, clases sociales o nacionalidades”.
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El Sida y el arte en los 80
En el siglo XX, una nueva enfermedad hizo temblar al mundo: el sida , un mal desconocido hasta el momento, que fue relacionado con la comunidad homosexual, ya de por sí discriminada.
De nuevo, el arte expresó el drama de las víctimas de esta enfermedad tabú, a la cual le dio visibilidad el artista pop Keith Haring mediante sus icónicas figuras, en las que plasma la relación entre la ignorancia y el miedo, o el silencio y la muerte.
Pero es acaso la poética, aterradora, real y sublime imagen The Face of AIDS que Therese Frare le tomó al activista David Kirby, en 1990, y que publicó la revista Life, la que dio verdadero rostro al sida como una pandemia. En ésta, Kirby, de 32 años de edad, se encuentra en su lecho de muerte con la mirada perdida, aunque rodeado del incondicional afecto de su familia.
Esta imagen ha sido definida como arte por su calidad emotiva que humaniza al enfermo, quien está siendo arrebatado de la vida por el virus. Ha sido incluso calificada como una “Piedad contemporánea” al convertirse en un símbolo moderno de la compasión.
Gracias a las manifestaciones artísticas de esta naturaleza, se logró poner al VIH en el centro del debate público. Y es que el arte convierte lo personal en público, y lo público necesariamente es político.
No obstante, las creaciones relacionadas con la problemática alrededor del VIH conservan la categoría de tabú y son consideradas “outsiders”. Apenas en 2019 se expuso en el Museo Reina Sofía de Madrid, luego de estar en el Whitney Museum Of Art en Nueva York, la obra de Peter Hujar y David Wojnarowicz, ambos fotógrafos y artistas que murieron en 1987 y 1992, respectivamente, por complicaciones derivadas del sida. Aun hoy, el trabajo de este último es motivo de controversia, pero finalmente, ha logrado convertirlo de mártir enfermo de sida a ícono social.
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La expresión artística como catarsis
En la Edad Media, el arte representó los valores colectivos de la época y la manera religiosa de explicar las situaciones extremas que se vivían. Durante la Primera Guerra Mundial, los artistas estamparon su experiencia frente a la enfermedad. En la actualidad, y desde los 80, el arte difunde información e, inclusive, contribuye económicamente recaudando fondos.
En el 2020, la expresión artística seguramente se ha estado –y se sigue– produciendo desde la intimidad del aislamiento por la pandemia del coronavirus. Ejemplo de ello es el proyecto del artista mexicano Jorge Marín, quien, en cuanto sea posible, instalará en Toledo, España, su pieza monumental Alas de México –como la que se puede ver en nuestra Avenida Reforma–, para celebrar y simbolizar la recuperación de la libertad tras el largo encierro.
Ahora, el Internet y, en específico, las redes sociales son quizá el soporte más eficaz para la manifestación del arte. En esa escena pública, se expresan y organizan las emociones colectivas que la nueva pandemia le genera a la humanidad. Una de las más evidentes es el aplauso y el canto que en muchas ciudades se le dedica al heroico personal médico desde las ventanas de quienes se han confinado. Paradójicamente, en el presente, el arte también es viral.
*Kristina Velfu es periodista cultural, especializada en el mercado y difusión del arte y la cultura.
@Velfu
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