Cultura

Philip K. Dick ante el fin del mundo

Por: Carlos Betancourt Núñez 29 abril 2023 • 10 minutos de lectura

Philip K. Dick, uno de los autores más aclamados de las últimas décadas, nos muestra en estas originales y poco conocidas obras su punto de vista sobre un tema que siempre lo mantuvo preocupado: el fin del mundo por culpa del hongo atómico, amenaza que a más de cuarenta años de su muerte sigue igual de vigente que en el momento de escribir estas historias.

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Captura de Blade Runner 2049.

En lo personal, leer la obra de Philip K. Dick es una experiencia igual de divertida, estremecedora e impactante, como lo es el conocer ciertos pasajes biográficos suyos, específicamente los que se refieren a sus encuentros con la divinidad y las iluminaciones que dichas vivencias le dejaron. Así pues, PKD fue un fervoroso creyente del catolicismo cristiano y su consiguiente Dios, como del hecho de que el Omnipresente se comunicó en distintas etapas de su vida con él a través de revelaciones.

Haré un paréntesis breve para apuntar que gran parte de la documentación que hay sobre el tema, siempre refiere un punto que se repite: las apariciones de ángeles, demonios, dioses, etcétera, a hombres, mujeres y niños siempre conllevan en sí mismas un “mensaje” que los primeros transmiten a los segundos. A falta de un término mejor, diré que el hecho de “que te caiga el veinte” de por qué esta presencia te visitó, es llamado “gnosis” y se refiere a tener el conocimiento de esa vida anterior, en un mundo y tiempo distinto al nuestro, llámesele Paraíso, Nirvana, Samsara, Infierno o cualquier otro nombre que quieran agregar.

¿Y cuál era el conocimiento que el Uno transmitía a PKD? Bueno, partamos del hecho más fehaciente y comprobable: cierta mañana de 1974 nuestro escritor escuchaba con los ojos cerrados “ Strawberry Fields Foreve r” en la sala de su casa, mientras en el cuarto del bebé su esposa Tessa le cambiaba los pañales al pequeño Christopher, cuando al oír la estrofa “Living is easy with eyes closed” la obscuridad en la que se encontraba el autor se convirtió en luz rosa y al abrir los ojos se dirigió al cuarto de junto con gran alarma:

—Tess, Christopher tiene una malformación congénita.

—Pero si el doctor ha dicho que no tiene nada…

—Tiene la hernia inguinal derecha estrangulada. Ya le ha bajado a la bolsa escrotal. La membrana ha cedido. Tenemos que hacerlo operar inmediatamente.

Este certero diagnóstico fue corroborado por un médico del servicio de urgencias del hospital de Fullerton, quien operó al niño esa misma tarde, permitiéndole llegar a ser un viejo acaudalado gracias a las regalías que le reporta el trabajo de su padre.

Menos comprobables son las escenas donde por la misma época, a medianoche y seguramente víctima de alguna pesadilla atroz recurrente, PKD escupía una serie de violentos alaridos sin sentido los cuales la misma Tessa tuvo a bien transcribirlos fonéticamente para después comprobar que no eran simples galimatías, sino “griego koiné, el dialecto que se hablaba en la era helénica de la antigua Grecia y el cual nunca había estudiado”.

Para terminar estas anécdotas hablaré de un suceso menos esotérico, pero que marcó de igual manera al fecundo escritor: era 1958 y una de tantas noches Phil cenaba con su esposa Kleo. Después de hartarse de lasaña, el marido sintió un malestar en el estómago que lo condujo al botiquín del baño, donde intentó prender el foco buscando sin éxito el cordón que activaba el switch de la luz en el techo. Desesperado por encontrar dicho colgajo, en algún momento perdió el equilibrio golpeando su cabeza en una de las esquinas del anaquel frente a sí y de pronto todo tuvo sentido: el interruptor de la luz estaba en la pared junto al espejo que resguardaba las medicinas, no existía otro… Sin embargo, la idea de que era posible que ese cordón existiera justo en ese momento en otra realidad sobrepuesta de la que él también era partícipe, aunque no lo recordara, se allanó en su conciencia: la vida en dos planos, uno impuesto por fuerzas y sistemas represivos —el mundo del switch en la pared—, y otro verdadero —el mundo del cordón colgante—, estaba sucediendo al mismo tiempo y le estaba ocurriendo a él.

Así pues, la gnosis que PKD afirmó haber recibido de su comunicación con Dios consistía en una “pérdida del olvido” —o “anamnesis”, empleando el término griego usado por él— que lo había hecho “recordar” que en realidad él vivía como un cristiano perseguido por el Imperio romano entre los siglos iii y iv después de Cristo, en tanto que su existencia como escritor de ciencia ficción norteamericano era una mentira impuesta e ideada por el mismo régimen represivo que lo hacía ocultarse en las catacumbas de Judea.

En caso de creerle, podemos decir que Philip K. Dick presenció el fin del mundo y de una era, así como el surgimiento de un nuevo orden poco después de la muerte de Jesucristo. Y es precisamente ese tema, el cataclismo del mundo y las sociedades sobrevivientes, que abordan la siguiente novela y los cuatro relatos que menciono a continuación, textos de los que pocas veces se habla, por cierto, motivo que resulta a la vez una invitación de mi parte a quien desee adentrarse en las letras de este fantástico autor a través de ellos.

Tiempo desarticulado, novela. (Time Out of Joint, 1958)

Hablar de un mundo postapocalíptico siempre nos hará preguntarnos sobre el momento en que tal hecatombe ocurrió. En el caso de esta novela ese instante está pasando en dos tiempos distintos: en 1998 y en 1959. Para ser más precisos, es en la primera fecha donde una facción rebelde se oculta en la luna iniciando con ello un incesante bombardeo atómico sobre la Tierra, cuya única defensa consiste en que Ragle Gumm descifre el lugar donde caerá el siguiente misil. Mientras tanto, en 1959, el mismo Ragle Gumm se gana la vida de una manera muy poco ortodoxa: día con día ocupa su tiempo en resolver el concurso de una revista local que se llama “¿Dónde estará la próxima vez el hombrecito verde?”. Después de cierto tiempo Gumm se ha vuelto toda una celebridad al acertar en todos los concursos, por lo que poco ha poco se convierte en una obligación que va disfrutando cada vez menos. Al poco ocurren dos sucesos que lo empujan a querer abandonar la ciudad: tras un paseo en una colina boscosa con una vecina, Ragle le ofrece ir a comprar un par de refrescos, solo que al llegar al lugar que ubica para tal fin no encuentra sino un letrero pegado —algo así como un post-it antes de que existieran— con las siguientes palabras “PUESTO DE BEBIDAS” justo en el sitio donde el quiosco debería encontrarse. El otro acontecimiento es que una noche su cuñado, después de cenar, entra al cuarto de baño de su casa y al querer encender la luz con un cordón colgante se da cuenta que el contacto se encuentra en la pared, donde ha estado siempre —¿les parece conocida esta premisa?— y al contárselo a Ragle Gumm ambos coinciden que las cosas en ese lugar en el que se hallan resultan anormales, a pesar de que todo tenga una apariencia sospechosamente normal, como si en realidad todo fuera una mentira fabricada a gran escala: ¿por qué si no, cuando hayan un par de revistas viejas con Marilyn Monroe en la portada, no pueden reconocerla a pesar de que la publicación afirme que es la estrella de cine más famosa del mundo? Mientras tanto el fin del mundo sigue su curso en un tiempo futuro bajo el asedio de los “lunáticos” que no dan tregua en su afán de llenar al mundo con bombas nucleares. ¿Cuál de los dos Ragle Gumm podrá librar a la Tierra de esta terrible amenaza?

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El gran C, cuento. (The Great C, 1952)

Después de la gran Explosión la tribu de Tim Meredith ha enviado durante cincuenta años consecutivos a cincuenta jóvenes para realizarle tres preguntas al Gran C, la computadora que provocó la descomposición de los átomos y con ello el fin de los tiempos. No es capricho de las personas de ese nuevo mundo casi prehistórico esta visita anual: casi como un sacrificio ritual la computadora exige puntualmente ese encuentro pues su batería se alimenta con la vida de esos jóvenes, de lo contrario ocasionará una nueva Explosión más letal que la primera, por lo que los cuestionamientos que la tribu lanza en voz de un hombre lozano son preparados minuciosamente durante todo un año. Ahora es turno de Tim Meredith, quien sabe que de no sorprender al Gran C en algo que no conozca, sus días terminarán. El breve diálogo que protagonista y antagonista sostienen resulta escalofriante, pues recuerda la relación que actualmente mantenemos con inteligencias artificiales como ChatGPT, que consiste en responder y desarrollar cualquier pregunta que le hagamos, por más compleja que sea. Al final Tim Meredith enfrenta su destino con tres cuestiones que preocupan a todos los de su tribu: por qué se produce la lluvia, por qué el sol nunca se detiene en el firmamento y cómo es que el mundo inició. El Gran C, dispuesto, oye cada una con gran interés.

Y gira la rueda, cuento. (The Turning Wheel, 1953)

El Bardo Chai sabe de buena fuente que en su próxima vida su alma sufrirá un retroceso espiritual al reencarnarse como una mosca carroñera destinada a alimentarse de cadáveres putrefactos. Esto debido a los pecados que ha cometido en su vida presente, sobre todo el haber cometido adulterio con la esposa de su mejor amigo durante su juventud. El tiempo que le queda en la Tierra son ocho meses exactos antes de morir gracias a una de las tantas epidemias que azotan su mundo. Mientras tanto un monje superior a él en la doctrina del Brazo Sagrado le asigna una misión: debe dirigirse a Detroit para investigar si las sectas tinkeristas han ido en aumento. Nadie sabe bien qué hay al norte de Detroit, pues la intensa actividad radioactiva de la última guerra ocurrida varios siglos atrás sigue presente, así que el Bardo Chai, a sabiendas de que su destino está echado, intenta cumplir su deber al pie de la letra en ese sitio hostil y estéril, pero la sorpresa que se lleva al llegar es darse cuenta que él, así como la clase más baja del estrato social, son parte de la misma rueda en que vida y muerte gira sin fin. Al final un bardo y un tecno forjan una alianza que trasciende la existencia misma simbolizadas en dos piedras provenientes de los días antiguos: un par de cápsulas de penicilina que resguardan la salvación del Bardo Chai, en caso de que quiera expiar sus pecados.

El último experto, cuento. (The Last of the Masters, también publicado como Protection Agency, 1953)

Bors es un robot de los días antiguos que ahora se encarga de dirigir la vida de la floreciente ciudad de Fairfax, en la que sus habitantes dependen y ejecutan las decisiones de esta máquina sin cuestionarlas nunca. Por otra parte, Tolby, Penn y Silvia son miembros de la Liga Anarquista, la misma que doscientos años antes desmanteló —o creyó hacerlo— a todos los robots creados por el hombre, derrocando con ello gobiernos enteros e inutilizando cada una de las bombas y misiles con que se amenazaban unos a otros. Desde entonces la Liga Anarquista patrulla a pie por todo el orbe para corroborar que ningún arma, gobierno o autómata sigan en funciones. Entre tanto, la noticia de estos tres personajes llega a los circuitos de Bors, quien intuye que las cosas no tardarán en cambiar pronto. ¿Será que la Liga Anarquista vaya tras él?

¡Cura a mi hija, mutante!, cuento. (Psi-Man Heal My Child!, 1954)

En este relato hay dos líneas de acción que aunque se encuentran en un punto narrativo breve, corren tangenciales de manera independiente. Ed Garby y su mujer salen de su refugio subterráneo para dirigirse al campamento de los “psiónicos”, los únicos seres que se atreven a vivir en la superficie terrestre. El motivo es llevar a su hija menor, que sufre de cáncer en los huesos, con la vieja que posee la cualidad de curar y sanar a los enfermos. Dentro de esa cofradía de personas con “paratalentos” se encuentra Jack, capaz de desplazarse en el tiempo intercambiándose con su yo del momento al que elija ir. Así pues, Jack se traslada del 2017 al Chicago de 1962, época en que él era un joven de dieciséis años, todo esto para hablar con el general Butterford y convencerlo de que frene la inminente guerra que está por desencadenarse contra la Unión Soviética. En uno de los parlamentos más estremecedores que he podido leer de PKD, el militar desoye enfáticamente las súplicas del “psiónico”, quien le asegura que en cincuenta años todo el planeta quedará destruido y el futuro de la humanidad será vivir bajo tierra, por lo que la guerra no tendrá ningún ganador sino todo lo contrario: dejará un rastro de dolor y desolación para toda la raza humana. Desalentado por la respuesta de Butterford, Jack regresa a su tiempo donde, entre otras cosas, se ha decidido que los humanos que opten por salir del refugio no podrán volver a entrar a él, por lo que deberán escoger entre quedarse debajo de la tierra o vivir junto a los “psiónicos”. Ed Garby sabe que su hija no tiene otra opción que volver a ver a la vieja curandera, pues en caso contrario la pequeña habrá de morir.

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