Hablar de Jaime Sabines es hablar de paz, melancolía y romance. Autor de una gran obra que no excede las 500 páginas, sus poemas han sido acogidos por lectores que poco o nada tienen que ver con la academia, el mundo literario o el ambiente editorial, debido a que su público se compone de las personas de a pie, almas cuyo aprendizaje sencillo ―o mejor dicho: sencillo en apariencia―, esconde un profundo significado, ya que sus ensoñaciones poéticas van dirigidas a la prostituta sabia, al amante doliente, a la cojita embarazada, al ciego alegre…
Nacido el 25 de marzo de 1926 y muerto en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1999 a los 72 años, celebremos su vida con los libros cuyas palabras francas y abiertas reflejaron la fragilidad y belleza de los sentimientos que nos habitan como humanos.
Horal (1950) es el debut soñado para quien escribe poesía: después de abandonar la Facultad de Medicina de la UNAM, un joven Jaime le confesaba al “Mayor Sabines”, su padre, el deseo de querer probar suerte en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras…
Corría 1949 y el frustrado médico de 23 años era inquilino en un edificio del Centro Histórico, en el cual había dos bares y un teatro justo debajo del cuarto de nuestro poeta, por lo que se cuenta que una noche de insomnio provocado por el bullicio, se levantó con unos versos en la cabeza que escribió de una sola plumada:
El mar se mide por olas, el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada…
Sin querer leerlos, regresó a la cama y durmió tranquilo hasta la mañana siguiente en que revisó sus líneas. Al ver que no necesitaban corrección alguna, firmó este breve texto como Horal, título que también da nombre a su primera colección de poemas que de inmediato llamaron la atención por composiciones como Los amorosos callan (Los amorosos buscan, / los amorosos son los que abandonan, / son los que cambian, / los que olvidan), o Yo no lo sé de cierto (Yo no lo sé de cierto, / pero supongo que una mujer y un hombre / algún día se quieren…), creaciones de juventud que en su momento reformularon la concepción del amor, la muerte o la soledad, dándoles un punto de vista fresco a la vez que universal.
Tarumba de 1956 fue escrito en el mostrador trasero de una tienda de telas y consagraría a Jaime Sabines como un poeta serio, sí, pero sobre todo un poeta cercano a los suyos ―a nosotros―, más que a colegas como Octavio Paz.
Después de imprimir La señal en 1951 y Adán y Eva en 1952 ―obras de una sensibilidad que afianzaron la calidad de Sabines con poemas como “Tía Chofi” o “La cojita está embarazada”― el escritor laureado, pero hombre sin dinero, se vio obligado a regresar a Tuxtla Gutiérrez en 1953 para ganarse la vida como dependiente en un comercio que pertenecía a su hermano Juan. En palabras suyas:
“Cada mañana tenía que levantar cuatro chingadas cortinas de acero y barrer la calle por donde la gente pasaba tirando basura. Era un poeta, pero tenía que ponerme a vender metros de manta o delantales o no sé qué carajos… Ahora reconozco que esos años terribles me enseñaron muchas cosas; la humildad, a ser cualquier gente…”
Es bajo estas condiciones que se convenció de que la verdadera poesía no es la que ocupa las palabras más difíciles o las más elevadas, sino la que aproxima a un autor a sus lectores a través de la crueldad y belleza del mundo cotidiano, por lo que bien puede lamentarse sinceramente de un niño moribundo cuyo viejo y pobre padre arrulla con dolor “Duérmete con todo el cuerpo, niño, / envidia de los ángeles, / hijito enfermo”, lo mismo que describir en otro poema un momento feliz debido a “La primera lluvia del año” que “moja las calles, / abre el aire, / humedece mi sangre”.
Con una calidad que se sostiene en sus libros posteriores a Tarumba, encontramos poemas afortunados entre los que podemos mencionar Te quiero a las diez de la mañana de Diario semanario y poemas en prosa (1961), No es que muera de amor, muero de ti de Poemas sueltos (1951-1961), Canonicemos a las putas o Espero curarme de ti de Yuriria (1967) hasta llegar a su obra cumbre Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973): de manera violenta y desoladora, el deceso de su padre sirvió al autor de inspiración para arremeter contra Dios, contra el diablo, contra la vida y la muerte, para así enfrentar sus propios miedos y demonios hasta conseguir una paz libre de cualquier culpa o temor tanto para él, como para quien se adentra en este lamento desde sus primeros versos: “Déjame reposar, aflojar los músculos del corazón / y poner a dormitar el alma / para poder hablar, / para poder recordar estos días, / los más largos del tiempo”.
Resta decir que no por nada ha sido el único poeta en abarrotar el Palacio de Bellas, donde para festejar su cumpleaños número 70, centenares de jóvenes se dieron cita la tarde del 30 de marzo de 1996 para verlo hacer un recuento de su obra y leer su poesía una sala principal atestada de oyentes, por lo que fue necesario instalar pantallas gigantes en la explanada y que así sus palabras pudieran llegar a todo el mundo, tal como siempre quiso Sabines que fuera su poesía: para todas las personas.