Es temprano y llegamos a una bodega ubicada en el norponiente de la Ciudad de México, donde nos recibe Natalia Morales, la creadora de Le Macaron Boutique, una empresa que acaba de abrir su tienda número 50 y que nació cuando ella apenas cumplía 24 años.
El terreno nos sorprende por dentro, pues tiene una cocina industrial en toda norma, con acabados de lujo y cualidades muy bien pensadas que, sin duda, hacen feliz a esta emprendedora, quien inició su negocio luego de no tener claro cuál sería su camino laboral.
Natalia regresó de París –donde estudió alta repostería francesa y chocolatería– y estaba pensando a qué se dedicaría después de dejar a la mitad la carrera de comunicación y graduarse como chef.
La cocina de casa de sus papás fue su primer laboratorio. Eligió los macarrones como inspiración e invadió ese espacio sagrado.
“Mi mamá se acuerda de que yo metía una pala de madera entre el horno y la puerta para dejar un poquito de espacio y que por ahí saliera el vapor”, recuerda con nostalgia en la oficina de la fábrica, donde trabajan cerca de 50 personas.
Pero este inicio tan improvisado tuvo fecha de caducidad. “Llegó un punto en el que, por no mezclar lo dulce con lo salado, durante toda una semana pedí pizzas para que mis papás y mis hermanos no se metieran a la cocina; obvio se hartaron. Así que con su apoyo, renté un departamento de 25 metros cuadrados; ellos me pagaron un mes de renta y mi mamá me ayudó a comprar mi primer horno, uno más profesional, pero igual de chiquito”, cuenta.
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Siendo más independiente y responsable, Natalia dejó de darse abasto con los pedidos de restaurantes y lo que vendía en bazares, por lo que, cuando llenó este pequeño lugar con cinco refrigeradores, cremas, cajas y almendras, fue momento de mudarse.
Chapultepec–, la cual modificó totalmente para volverla una cocina; “ahí nació la primera tienda, la más bonita”, comenta.
Una vez más, su crecimiento le exigió un cambio, ahora más radical: una primera bodega en Polanco; al poco tiempo, otra más grande en Naucalpan, hasta que llegó la buena, ésta donde nos platica su historia.
Hace casi cuatro años, esto era un centro de almacenaje de medicina; estaba completamente abandonado y no había nada, unos cuantos racks y ya. Creamos de cero todo el proyecto; nos tardamos como diez meses, pero quedó tal como lo quería
De aquí salen las galletas, los panqués, los pasteles, los toffees y, por supuesto, los macarrones que vende en sus tiendas, pero pronto estas delicias no solo serán para territorio nacional, ya que Natalia está planeando su expansión a Estados Unidos.
“Es un orgullo pensar en la pala de madera atorando el horno de casa de mis papás y ahora tener este espacio. Tardé seis meses en perfeccionar la receta de los macarrones; ahora estoy muy convencida de este producto.
Nuestra meta es lograr mil cosas en Estados Unidos y, en un futuro, también tener allá una fábrica como ésta”, finaliza.
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