Habían pasado diez años desde que conoció Santo Domingo Tonahuixtla cuando Fernando Laposse volvió para crear Totomoxtle, un proyecto basado en los maíces criollos oriundos de aquella región de la mixteca poblana.
Su idea nació en 2015, a partir de una residencia en el Centro de Las Artes de San Agustín, un lugar fundado por Francisco Toledo a las afueras de la ciudad de Oaxaca.
“En esa época, se estaba decidiendo si se prohibía o no el uso de maíz transgénico en el país, y el maestro Toledo siempre fue una de las máximas figuras defensoras de los maíces ancestrales; fue difícil no contagiarse de la euforia de defenderlos”, recuerda.
“No obstante, no había propuestas creativas para solucionar los complejos problemas económicos que provocaron que estas variedades fueran abandonadas, así que dediqué los tres meses de la residencia a desarrollar una chapa con las coloridas hojas de estos maíces que son sumamente difíciles de encontrar”, añade.
La elección de Tonahuixtla para su trabajo no fue arbitraria, pues dos personas con las que él convivió de niño eran de ahí. “Es un pueblo chico, de unas 300 personas, donde todo el mundo se conoce; es una comunidad que siempre ha vivido del campo y ha sabido mantener sus tradiciones indígenas”.
Sin embargo, al regresar, luego de una década de ausencia, Fernando descubrió que el pueblo había sido abandonado y ya casi nadie plantaba maíz. Tras platicar con los agricultores de esa región, entendió que no podían competir en un mercado con precios acordados, en el que la mayoría de las ganancias iban a los intermediarios y se favorecía la cantidad sobre la calidad.
También te puede interesar: Visit México y los retos a los que se encuentran las empresas turísticas en la era de la digitalización post pandemia
“Aparte, los terrenos de cultivo estaban erosionados a causa de agroquímicos que llegaron dos décadas antes con programas del gobierno. El modelo de apoyos para el campo se concentraba en incrementar la productividad, convenciendo a los agricultores de cambiar sus técnicas tradicionales de la milpa por métodos más ‘modernos’, sin considerar el daño ambiental que esto genera en regiones con suelos semidesérticos”.
Otro problema era que tres cuartas partes de la población de Tonahuixtla emigraron a la Ciudad de México o a Estados Unidos. Nada de esto detuvo a Fernando para desarrollar el proyecto que, estaba seguro, cambiaría las condiciones de vida de los pobladores.
Así, formó un equipo que se encarga de producir un material a partir de las hojas de los maíces, las cuales están dotadas de un colorido inigualable que lo inspiró para crear esta especie de chapa de madera con la que hace muebles y superficies murales para interiores.
“Muchas de las técnicas que uso ya se utilizan en la marquetería de maderas finas, como puede ser el palo de rosa o el tulipán”, comenta.
Hasta ahora son 45 las personas que se han entrenado para hacer este material. Ellas trabajan en un taller con un sistema de rotación que les permite atender sus otras responsabilidades en el campo.
“También tenemos a 12 familias cosechando maíces criollos previamente en peligro de desaparecer; esto lo hemos logrado con el apoyo del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), el banco de semillas de maíz más grande del mundo, el cual nos donó semillas de su bóveda que no se habían plantado en más de 50 años”, comenta orgulloso.
La labor de Fernando y de este poblado no solo se ha quedado en territorio nacional. En los últimos cinco años, ha sido expuesto en lugares como el MoMA, el Victoria and Albert Museum y la Triennale di Milano.
Además, el artista y diseñador nos comparte que en enero, fueron invitados al Foro Económico Mundial en Davos, en Suiza. “Me acompañaron dos de los agricultores con los que trabajo y tuvieron la oportunidad de participar en este prestigioso lugar al que nunca habían ido indígenas mexicanos. Para mí, esto es un testimonio del poder de reparación que tiene el diseño”, finaliza.
También te puede interesar: Perfumérica, una esencia para cada personalidad