El primer actor Ignacio López Tarso falleció a los 98 años de edad , debido a complicaciones de una severa neumonía.
Hace unos años, entrevistamos a Ignacio López Tarso, primer actor y figura icónica del cine y teatro mexicanos, que ha marcado a generaciones con su talento y que ha compartido escenarios y hasta aprendido de figuras de gran renombre del mundo artístico y cultural de México.
Con motivo de su entonces interpretación en La tempestad, conseguimos un par de confesiones del actor para conocerlo más a fondo.
¿El mejor, más memorable beso de su carrera?
El que más he disfrutado fue con Elsa Aguirre. Estaba enamorado de ella y aunque nunca se lo dije con palabras, ella lo entendió. Una vez me dijo, “a mi me pasa lo mismo”.
Si pudiera preguntarle algo a alguien, ¿a quién y qué?
¡Ay! A mis bisnietos, es con los que más platico ahora. Me cuentan sus aventuras, me abren el mundo de los recuerdos. Sus voces son las que más añoro y en las que más confío.
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¿Tiene un pecado favorito?
Uy, pecados sí debo tener varios. Pero alguno favorito que lo cometa con deleite… Lo que es un pecado grave para mucha gente, para mí no llega a ser ni uno venial, como le llaman a los más ligeros. No me aterroriza el infierno ni me entusiasma el cielo. Nunca es tan grave ni tan hermoso algo, o nada.
"Cuando nacemos ya traemos la muerte escondida en el hígado o en el estómago o acá, en el corazón, que algún día va a pararse. También puede estar fuera sentada en algún árbol que todavía no crece pero que te va a caer encima cuando seas viejo".
— Letras Breves (@LetrasBreves) June 1, 2022
Macario.
Ignacio López Tarso. pic.twitter.com/vvdUhL1Zfl
¿Cuándo supo que “la había hecho”?
Lo que aprendí en la Academia (INBA) me fue tan útil, tuve maestros tan dedicados y valiosos que cuando pisé un escenario por primera vez, lo hice con absoluta seguridad. No siempre fue el mismo éxito, pero en todo me fue muy bien. Me ofrecieron magníficos personajes, obras, grandes responsabilidades desde un inicio.
¿Qué saborea con la mente?
La comida de la que habla Cervantes. Lo que comían y bebían El Quijote y Sancho Panza se me hace de las mayores aventuras de estos dos. ¡Yo sé que era delicioso! Un lechón, un cosido, un manchego, un buen tinto.
¿Entre usted y las paredes de Bellas Artes existe un lenguaje, un cariño privado?
En esas paredes deben estar las voces, por ahí en algunos rincones, de los actores de mi época. ¡Y es que el teatro de aquel recinto fue el mismo de la escuela de Bellas Artes!
¿Ha sido feliz?
Todos los días son una explosión de dicha. Una conversación, una mirada, a veces un contacto, la amistad, un platillo compartido. Lo que sea que provoque el disfrute de los sentidos.
Haciendo alusión a la obra que interpreta ahora, La tempestad, ¿cree que ha superado la más honda y personal de sus tempestades?
La gran lección de la vida y en este caso, de la obra, se resume en que la grandeza radica en la virtud, no en la venganza. Los giros diametrales son los que nos salvan a los humanos de nosotros mismos. Aunque ésta fue la última obra de Shakespeare quiero pensar que no me sucederá a mí lo mismo. Mientras tenga salud, deseo, impulso, disciplina, quiero seguir trabajando. Lo que me sostiene es el placer que me causa estar sobre un escenario. Ese placer es vida, es un gran alimento.
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