La primera piedra de Bodegas Domecq fue colocada donde no había nada en mayo del 1972. Cuatro meses después –luego de nivelar terrenos, construir la bodega, conseguir el equipo, instalar los sistemas de refrigeración y un largo etcétera–, “el 13 de septiembre, ya estábamos recibiendo uva y trabajando”, cuenta Camilo Magoni, el primer enólogo de Bodegas Domecq.
Entre los muchos retos a los que se enfrentó Camilo en Bodegas Domecq, lograr que el 23 de septiembre se inaugurara oficialmente fue uno de los mayores. Hacía 30 años que no se construía una bodega en Baja California y para conseguirlo, sacrificó varias horas de sueño.
Parte de la historia de Domecq y del vino mexicano se construyó gracias a Padre Kino, un vino parteaguas que ayudó al desarrollo de la cultura vinícola en nuestro país, pues hizo accesible esta bebida para muchas personas.
“Me tocó hacerlo y producirlo”, comparte con orgullo Camilo Magoni, antes de afirmar que se le pidió hacer “un vino fresco, de poco alcohol, con toquecito de dulcecito, para que sea fácil de tomar”… y lo fue tanto que llegaron a vender un millón y medio de cajas anuales.
No solo llamó la atención por la tapa, que era de alta tecnología para ese momento –y de paso, hacía más fácil su consumo por no necesitarse un sacacorchos–, también destacaba por la forma de florero que tenía el envase. Algunos decían que se vendía por el “florero”, pero vendían de 30 a 35 millones de botellas al año. “Se me hace mucho florero, ¿no?”, responde Camilo sobre la bebida que marcó una época.
El presente y el futuro de una empresa con mucha historia
En estos años, la bodega ha pasado por diferentes manos y dueños, lo cual causa cambios de todo tipo, pero esto solo ha sido el detonante para la evolución de la empresa, igual que los retos a los que se han enfrentado, pues estos han marcado el estilo que ahora tienen para hacer las cosas.
Aunque cada enólogo que ha pasado por allí tenía una filosofía diferente, todos han buscado respetar al máximo la calidad de los productos, expresar lo que da la tierra y dejar en claro el potencial del terroir del valle de Guadalupe.
Para ello, se han centrado en experimentar, siempre con miras en la evolución, gracias a lo cual han logrado transformaciones impresionantes y la reivindicación de Domecq.
La llegada a los 50 años de Bodegas Domecq es muy especial porque muy pocas bodegas pueden lograr este aniversario y menos lo pueden hacer pensando en los siguientes 50, explica Aurelie. Con esta visión en el futuro, el tema medioambiental se ha vuelto central para ellos, cuidando el entorno para que las futuras generaciones también puedan disfrutar sus vinos.
Alberto Verdeja, el director y actual enólogo de
Bodegas Domecq
, es el encargado de esta nueva etapa de Domecq, en la que la reinvención y experimentación comienza a dar frutos en cuanto al reconocimiento de su papel como pioneros en el valle de Guadalupe y cimentadores de lo que es el vino mexicano hoy por hoy, pero sobre todo, en la calidad y propuesta presente.
La dedicación, la disciplina, el empeño y en especial “la curiosidad eterna, que se ve reflejada en cada copa, vino y fermentación”, le ha permito ver resultados en el día a día, pero también una transformación impresionante de la que todos hemos sido testigos.
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A la par de buscar nuevas zonas para hacer plantaciones de viñedo, Alberto confiesa que una de sus labores fundamentales es dibujar lo que serán los siguientes 50 años de Bodegas Domecq, un reto nada sencillo y sí bastante ambicioso.
Parte fundamental de su estrategia para cumplir esta tarea es imprimir trabajo, pasión y energía “para que los siguientes 50 años nos lleven por el rumbo del éxito para conquistar nuevos territorios, paladares y, por supuesto, corazones”, pues Domecq es una marca que muchos llevan en el corazón.
Esta interesante conversación con Aurelie, Camilo y Alberto, quienes son el corazón de la marca, sucedió en una cata vertical de añadas 1992, 1993, 1995 y Vasija Blanco con un maridaje servido en Concours Mondial de Bruxelles en la colonia Juárez.
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