Personaje CENTRAL

Chula the Clown y la importancia del sentido del humor

Por: Por Laura Gamboa · Fotos David Franco 04 diciembre 2020 • 17 minutos de lectura

En el final de un año tan difícil quisimos resaltar dos herramientas que nunca fallan a la hora de rescatarnos: la risa y el arte. Y nadie mejor para llevarnos de la mano en este proceso que Gaby Muñoz, alias “Chula the Clown”.

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Nacida el 13 de abril de 1981, a su corta edad ya tiene más trayectoria que muchos veteranos pues, según se explica en su página , cuenta con amplia experiencia en el teatro, el circo y la ópera. Entrenada en la London International School of Performing Arts (LISPA) –del método de aprendizaje del maestro de actuación francés Jacques Lecoq–, Gaby también es voluntaria en Clowns Without Borders lo que la ha llevado a trabajar en campos de refugiados en Líbano, Siria y Jordania, y en lugares donde han sucedido enormes desgracias, como por ejemplo el tifón que devastó Filipinas en 2013, donde con su performance animó a la gente a enfrentar el miedo y salir de nuevo a las calles.

En 2010 creó Perhaps Perhaps Quizás, un espectáculo con el que le ha dado la vuelta al mundo y en el que transporta a los espectadores a un universo imaginario donde el dolor y el humor coexisten, para revelarnos lo fascinante que es vivir. Otros shows de su creación son Limbo (2015) –en el que unió fuerzas con Natalia Lafourcade y Ernesto García– y Dirt!, que estrenó el año pasado.

En lo que llega el momento de volver a presentar espectáculos de manera segura (tiene en puerta uno llamado The Silence of Sound en el que colabora con la directora de orquesta mexicana Alondra de la Parra), Gaby, para quien es imposible dejar de crear, se ha dedicado en estos meses de pandemia a hacer un libro con el que celebra sus primeros 10 años de trayectoria.

Una década como clown

“Durante mi infancia y adolescencia, siempre me sentí un ente extraño y eso no era necesariamente algo positivo; era extraño y confuso. Fue difícil, por decir lo menos… hasta que encontré un modo de canalizar mi existencia y vivir abiertamente, vivir orgullosamente, gracias a haber confrontado mis inseguridades y miedos a través de la risa. De hecho, este es el tema que me hizo aventarme a hacer el libro”. Con estas palabras arranca el libro en el que Gaby ha estado trabajando durante meses, involucrada en absolutamente cada parte del proceso.


En una de sus estancias en México –porque esta clown mexicana vive en Helsinki, Finlandia– platicamos con ella sobre esta hazaña editorial y sus recuerdos de infancia, así como sus aventuras profesionales y opiniones varias sobre el mundo en general.

Encontré un modo de canalizar mi existencia y vivir abiertamente, vivir orgullosamente, gracias a haber confrontado mis inseguridades y miedos a través de la risa.
Chula the clown

¿Qué tal te ha ido en este encierro, cómo has vivido la pandemia?
Fuertísimo, muy duro, un sube y baja. Todo 2020 ha sido súper intenso para mí porque comenzó con una cirugía. En 2019 estuve de gira casi todo el año, entonces acabé agotada y con mucho dolor en el pie; finalmente nos dimos cuenta de que sí era algo que tenían que quitarme porque estaba apretando mi nervio. El caso es que vine a México a operarme y pasar aquí mi recuperación antes de empezar gira en abril, pero mi recuperación fue un poco más larga de lo que yo pensaba y en marzo empezó la pandemia en México, entonces todo empezó a posponerse, los vuelos se cancelaban y fue la incertidumbre de “nos vamos el próximo mes”, “no, no nos vamos”, “que nos vamos en tres semanas”, “no, que nos quedamos”… así, hasta septiembre.

¿Ahí surgió el proyecto del libro?
Sí, como yo no puedo estarme quieta –y también como una manera de desdoblarme y desprenderme de esta realidad tan cruda, dura y terrible– me puse a hacer un libro y ahí, aunque no fuera en escena, pude canalizar y sacar muchísima de mi creatividad. Al final fue maravilloso entrar al mundo editorial y conocerlo; me hizo salir de mi cuerpo y de esta realidad para viajar en un momento en el que era imposible y decir “no voy a dejar de contar historias, sea como sea, quizás el medio cambie y tal vez ya no me toque hacerlo por mucho tiempo en un teatro, pero definitivamente voy a seguir tratando de entender quién soy de otras maneras”. Y eso fue empoderador y muy hermoso, porque de pronto yo en la punta del estómago sentía un dolor colectivo que he estado intentando procesar.

No voy a dejar de contar historias, sea como sea, quizás el medio cambie y tal vez ya no me toque hacerlo por mucho tiempo en un teatro, pero definitivamente voy a seguir tratando de entender quién soy de otras maneras.

¿Sientes que este periodo para ti ha sido una gestación artística, crees que esto que está pasando, esta pausa, este silencio, te van a llevar a crear algo?
En definitiva, ahorita empieza ese proceso, justamente, en donde después del silencio todo está más asentado; mi dolor, mi temor y todas mis emociones están un poquito más acomodadas, entonces siento que ya tengo algo de lo que me gustaría hablar, aunque tampoco tengo prisa de cómo presentarlo ni en qué formato, ya se dará de forma natural.

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La mini “Chula”

¿Cómo fuiste de niña? ¿Qué recuerdos tienes?
Tuve una infancia maravillosa (risas), muy libre, con unos papás geniales y excéntricos, en especial mi papá y su familia. En vez de la prohibición, en vez de “no”, yo escuché muchos “sí”. Nutrieron mis mundos imaginarios. Quizás por todo eso, ahora, de adulta, me cuesta un poco más habitar la realidad y bueno, por algo me dedico a lo que me dedico, ¿no? (risas), pero sin duda es algo que le agradezco a mi papá y a mi mamá, que me dieron la posibilidad de entrar a ese mundo imaginativo y creativo para habitarlo completamente cuando lo necesito.

Cuéntanos alguna de tus anécdotas favoritas de infancia.


Aunque ninguno de mis papás se dedicó a las artes, son personas extremadamente sensibles y bueno, recuerdo que una vez de niña estaba llorando mucho y mi mamá, ya muy malviajada, le dijo a mi papá “oye, algo le pasó, no me quiere decir pero algo trae, no deja de llorar”. Mi papá fue a ver qué tenía y le dije “me llegó una carta”, “no pues, ¿de quién o qué?”, me preguntó. “De mi papá chino”, le contesté. Yo me había inventado que tenía una familia china (risas). Y en vez de que mi papá me dijera “no, bueno, pero es que eso es tu imaginación”, me dijo “OK, wow, híjole pues lo siento mucho, hagámosle un funeral”, pero antes me dijo “a ver la carta” (risas) y tuve que hacerla así de inventarme algo de la nada y le dije “aquí está, dice que está muerto” (risas). Entonces pasaban desde ese tipo de cosas hasta que, cuando estábamos muy chiquitas, en una época mi papá no tenía trabajo y mi mamá estudiaba medicina, así que mi mamá se iba a estudiar y mi papá se quedaba con nosotras y, para entretenernos, nos filmaba. Hacía guiones, nos asignaba personajes y nos vestía con la ropa de mi mamá, entonces siempre hubo un acercamiento al juego, a la ligereza, a la libertad de ser, de descubrir lo que nos gustaba. Fue una infancia muy libre y divertida, sin duda.

Otro recuerdo que ahorita me vino a la mente, de libertad también y que le aprecio mucho a mis papás y a mi familia, fue que en algún momento, como a los 7-8 años, yo quise ser niño y me corté el pelo como niño, me empecé a vestir como niño y le dije a todos “ya no soy Gabriela, soy Gabriel y de ahora en adelante me dicen Gabo, por favor”. Y nadie se opuso, o sea, a la fecha me siguen diciendo Gabo en mi familia. Esa es una de las anécdotas que más valoro y atesoro.

Chula The Clown

Háblanos de tu camino al mundo del clown...
A lo largo de mi vida creo que me ha costado mucho trabajo lograr un sentido de pertenencia, aunque gracias a esa búsqueda he hecho muchos amigos de grupos y backgrounds muy distintos entre sí, porque siempre he sido muy adaptable. A pesar de esto, de alguna manera sentía que me faltaba raíz y poco a poco entré al mundo de las máscaras, del teatro físico y finalmente del clown, que la verdad yo no lo conocía ni tenía grandes referencias, pero tuve unos guías hermosos que me dijeron “pues esto es lo que es para ti” y yo sentí que efectivamente había encontrado a mi tribu. Sentí realmente un bienestar, una gozada y una celebración hacia mi persona, algo que nunca había experimentado.

De alguna manera sentía que me faltaba raíz y poco a poco entré al mundo de las máscaras, del teatro físico y finalmente del clown.

Sabemos que te invitaron a subir a un escenario, estuviste 7 minutos y en ese lapso tuviste la revelación de que eso era lo tuyo...
Sí, yo viví mucho tiempo fuera de México y cuando regresé no sabía ni dónde, ni cómo, ni por qué, ni cuándo, ni nada, así que un amigo me dijo “tienes que buscar a los de Circo Demente, ellos te pueden dar chance de hacer algo”. Fui a buscarlos y me dijeron “no pues ya está súper lleno, está programado todo”; después la directora me dijo “a ver, espérate, hay una noche de cabaret, si quieres haz un número, pero tienes 7 minutos máximo”, entonces fue de “OK, va, perfecto” y ahí probé por primera vez un pedacito del show con el que he girado los últimos diez años (risas).

¿Tienes alguna profesión frustrada?
Sí, creo que la pintura o la jardinería. Ahorita estoy muy clavada en el dibujo también, siento que ha sido una herramienta importantísima para sacar todas mis cosas, mis demonios y todo.

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Entre flores y musas

¿Cómo te inspiras y cómo es tu proceso creativo?
Para mí siempre hay una oportunidad de crear, a partir de lo que sea. De hecho, para mí, en todos los días tiene que haber un momento para crear algo. Mi proceso puede empezar a partir de alguna canción que escuche, colores que vea, una fotografía… Sueño mucho; en mis sueños resuelvo cosas, a veces me despierto y me quedo un rato acomodándolos o dándoles algún tipo de interpretación y los anoto en tarjetitas que tengo en una caja y que luego saco, releo y digo “ay, esto puede estar padre con este otro sueño o esta otra cosa”. Después empiezo a hacer el juego, el movimiento de transiciones, pero en mi cabeza siempre hay historias que voy encontrando.

Sabemos que a los 17 años pasaste por un procedimiento médico que se complicó y estuviste un mes en coma, ¿crees que eso delineó tu manera intensa de vivir y crear?
Sí, seguro. Fue como ahorita, este año, que ha sido tan cercano a los duelos, a la muerte, a la impermanencia... No me queda más que agradecer y agradecerle a mi lado rebelde que también me ha hecho vivir tan intensamente. Aunque a veces quise calmar mi intensidad, porque me costaba trabajo comunicarme con los demás, me sentía muy freak y nada más embonaba con otros freaks como yo (risas). Mi intensidad me daba miedo y también ser distinta al resto, pero creo que ahora, a mis 39 años, finalmente puedo ser libre para ser quien soy, decir “qué chingón” y ya no tenerle miedo a mi intensidad.

Mi intensidad me daba miedo y me daba miedo ser distinta al resto, pero creo que ahora, a mis 39 años, finalmente puedo ser libre para ser quien soy.

En Greta, tu personaje, hay una cierta melancolía, ¿qué tienes en común con ella?
Todo en común. Greta es una extensión de mí y ese dolor, nostalgia o melancolía, es mía completamente. A veces siento que tengo que ser feliz todo el tiempo porque la vida me ha dado tanto, pero con Greta puedo explorar el hecho de que la vida siempre me ha dolido, no puedo evitarlo, y esa dualidad trágico-cómica que tengo desde niña era lo que hacía reír a mi familia, lo que hacía reír a mis amigos y lo que finalmente pude convertir en profesión, fusionando lo maravilloso de estar vivo abrazando al mismo tiempo mi dolor.

Chula The Clown

Esta forma intensa de entender la vida, ¿crees que también está enraizada en tu cultura, en el ser mexicana?
Sí, total, total (risas). En algún momento no lo tuve tan claro, pero al estar casada con un finlandés, de una cultura tan opuesta a la nuestra, ahora veo mi sello mexicano exponenciado así de “no pues sí estamos bien locos”. Sí, a veces mi esposo Sampo [Kurpa] me dice como de “güey, o sea, ¡relájateee!” (risas).

Sabemos que obviamente cambió tu vida el trabajar en campos de refugiados, ¿tienes alguna anécdota especial sobre esa experiencia?
Sí, claro. En 2013, después del tifón en Filipinas, fuimos con Plan International, Save the Children, la Cruz Roja y Médicos sin Fronteras a ayudar. Los de Médicos sin Fronteras estaban bastante en contra de llevar payasos, decían “no se necesitan payasos, necesitamos medicamentos”, y alguien por ahí dijo “necesitan reírse, la gente se está muriendo de miedo, o sea, no necesitan solo una pastilla, sino otra experiencia de vida para salir de sus casas, entonces pues vamos a hacer la prueba”. Y llegamos una tropa de payasos a un lugar completamente devastado, donde había coches en los techos de las casas, un barco a la mitad del pueblo, cientos de chanclas en la playa… nunca se me van a olvidar esas imágenes, tremendas, muy, muy fuertes. Pudimos entrar a una unidad de quemados en donde había niños y entendimos cómo, esos breves encuentros, pueden ser más poderosos que un show. No era de “te quiero hacer reír”, era transmitirles compasión, empatía y el “afecto-efecto” que tenemos el uno con el otro a partir de la desgracia más tremenda. Fueron experiencias bellísimas y siempre pienso en los ojos de esas personas cuando doy un show, porque en mis shows invito a gente del público, me enfoco en darle a una sola persona todo el show, como si fuera nada más para él o ella. Mi compromiso con esa persona es “te voy a cuidar como cuando tuve ese breve encuentro en Filipinas que quedó marcado en mi corazón; voy a estar aquí para ti y vamos a, en silencio, comunicarnos una historia que sea la nuestra y que quizá la audiencia no va a entender nunca, pero esto es lo importante, no esto [señala en lo general]”.

El poder curativo de la risa

¿Cómo explicas el poder curativo del humor y de tu arte?
Yo no puedo no reírme ni un día. Aun frente a las pruebas más difíciles, hay momentos en los que digo “¡qué maravillosa es la vida que siempre da una posibilidad para reírse!”. En este año en donde todo ha ido así papapapapa [queriendo decir “rápido”], vivimos lo absurdo de seguir aquí y de que te sigas despertando y sigas diciendo “bueno, vamos a seguir, voy a hacer mi chamba, tengo que hacer el jugo de la mañana y los pendientes…” (risas). Todas esas dinámicas y cotidianeidades se vuelven completamente absurdas y al mismo tiempo esperanzadoras. Y eso es lo más bonito que puedo sentir, que a pesar de tanto duelo, muerte y dolor en este 2020, puedo sentir a mi cuerpo con ganas de reír y con ganas de hacer lo que hicimos hoy [se refiere a nuestro shooting y entrevista] y decir “qué bueno, ¡gracias!”. Es transformador el poder del humor, es algo importantísimo.

Hay que ser muy sensible para saberse reír…
Sí, totalmente. Hay que conocer la tragedia también. Hay que haberla vivido y haber estado en ella. Eso tiene una profundidad mayor a nada más querer hacer reír. Hay una risa realmente muy profunda, que es la que a mí me gusta, porque es de entendimiento de lo humano, de decir “qué absurdo es existir, qué absurdo es que de pronto todo se acabe, qué absurdo es el amor, qué absurdo es llorar, qué absurdo es todo… (risas). ¡Qué maravillosamente absurdo es vivir!”.

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A pesar de tanto duelo, muerte y dolor, puedo sentir a mi cuerpo con ganas de reír.

Una clown mexicana en Helsinki

Cuéntanos tu historia de amor con tu esposo, el artista Sampo Kurppa ...
Nos conocimos en un festival de clown en Nueva York y ni siquiera nos hicimos amigos ni nada, pero él vio mi show, yo vi su show y nos encantó entender que hablábamos un idioma muy parecido porque estudiamos en escuelas de la misma pedagogía, él en Francia y yo en Inglaterra. Cuatro años después, otro miembro de su compañía me escribió para decirme “oye, vamos a estar en Francia, en el mismo festival, un mes compartiendo teatro”. Y ahí Sampo y yo pudimos pasar más tiempo juntos, pero no pasó nada, terminó todo y ya de regreso en México dije “ay, no puedo dejar de pensar en este güey, pero pues es finlandés, o sea, ni al caso, ¿qué le voy a decir?, '¿a ver cuándo nos vemos?’” (risas). Y una amiga me súper convenció así de “dile, dile, dile, dile, dile, ¡dileeee!”, y de veras que cómo es de bonito el amor, porque cuando el amor es, es, así que nada más le pregunté “¿quieres venir a México?” y me respondió “sí”. Llegó con una maleta y le dije “¿y tu casa y tus cosas?”, “ah, regalé todo”, me respondió (risas). ¡Wow! Luego estuvo aquí algunos meses y me preguntó “¿quieres irte a Finlandia?” y yo “sí, OK, bueno, pues vámonos, pero yo no voy a regalar nada” (risas). Y ya, todo fue como fluido, fluido, fluido. Después lo invité al mundo del payaso social y nos fuimos a la India juntos, algo que a él también le expandió el corazón y dijo “qué importante es no perderse de esto en la vida” y ya, ahí fue cuando decidimos “hay que hacer equipo, realmente, de corazón, vamos a estar juntos” y ya llevamos juntos cinco años.

Chula The Clown

¿Cómo es tu vida en Helsinki, se parece en algo a la vida en México?
¡No! (risas), ¡nada que ver, no, no, no! Es de risa la diferencia.

¿Qué haces en un día normal?
Depende del clima (risas), porque ahorita por ejemplo ya comienza el invierno, hay muy pocas horas de luz, empiezan las nevadas, mucho viento y ya no quieres estar afuera, la verdad, y aparte con el covid también era como “no pues guárdate”. Pero algo hermoso es que hay muchísima naturaleza, y para mí la naturaleza me ayuda siempre a entender mi paso por la muerte-vida. El silencio es algo que igualmente encuentro allá, es algo que me inspira porque no hay mucha gente ni ruido, de alguna manera no le importas a los demás (risas). En enero regreso a Helsinki, y aunque no va a estar mi esposo porque aún va a andar de gira, voy a estar con mi perro que se quedó allá, voy a darme ese espacio de un mes para hacer una residencia y empezar a trabajar en lo próximo que quiero hacer; quiero sentarme y escribir, algo que a veces es imposible hacer en México porque aquí están mis amigos, mi familia, mis cosas y allá en realidad tengo tiempo, espacio y mucha calma.

¿Qué diferencias encuentras entre el público latino y el escandinavo, por ejemplo?
Muchas. Es algo muy cultural. Los escandinavos están acostumbrados, por respeto al artista, a no reaccionar (risas); no hacen ruido, entonces para un payaso es muy difícil jugar sin respuesta, pero nadie se mueve y al final te aplauden y todo, pero no tienes ninguna guía. En Latinoamérica, o sea, todo son reacciones inmediatas… y para mi sorpresa, en Australia y Nueva Zelanda, es como “bueno, ¿dónde le pongo off a la risa de estos?, o sea, no estoy haciendo nada, ya cállense (risas)”.

Colaboraciones, body shame y cejas locas

¿Cuáles son las colaboraciones con otros artistas que más has disfrutado hacer?
Sin duda la primera es con mi hermana Valentina Muñoz porque hay una complicidad que tiene que ver con cómo nos educaron; compartimos los mismos papás y por ende, en silencio nos comunicamos perfecto. Eso es delicioso y también ver su proceso y la manera en que su crecimiento artístico va muy de la mano del mío, es bellísimo, es muy emocionante.

De igual manera me ha gustado hacer equipo con fotógrafos con los que nunca pensé trabajar, como Joel-Peter Witkin, que cuando trabajamos juntos yo pensaba “¡no puedo creer que me está tomando una foto este genio!” (risas).

Y con Natalia Lafourcade ha sido una experiencia bellísima porque ella y yo tenemos esto a lo que le llamamos “el duende”, que es ese momento creativo en el que si de pronto te paras a las 2 de la mañana con ganas de hacer algo, no necesitas justificación de ningún tipo porque cuando llega el duende, el duende llega y ¡chaz!, entonces ha sido hermoso trabajar con ella.

En tus shows a veces sales en ropa interior, ¿has enfrentado algún tipo de body shaming?
Claro, pero para mí es un poco como gasolina, es darme de comer, o sea, entre más me provocan más quiero hacer las cosas. Y me he dado cuenta de que ese bullying a veces viene más del lado de la mujer que del hombre. Y también justamente por eso lo hago, porque los artistas somos reflejos y “lo que te choca, te checa”, entonces ese morbo y esas reacciones son justo lo que quiero provocarte, para generar una reflexión de por qué tienes que estar de equis manera para verte “bien” y ser “sexual” o sentirte bien sexualmente con tu pareja, cuando la realidad es que a mí me ha encantado mi vida con una persona que me puede ver más allá de si tengo una lonja o no.

Los artistas somos reflejos y ‘lo que te choca, te checa’.
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Hablando de Chula y su maquillaje, ¿sus cejas representan algún tipo de emoción ambivalente?
Sí, cuando empecé a hacer clown en la escuela me dijeron que algo de lo que más daba risa de mí era que siempre tenía una mirada como de signo de interrogación, de que no entendía de qué se trataba nada de la vida (risas). Los maestros buscaban que encontráramos nuestra “voz” de payaso y cuando yo empecé a salir a escena, me dijeron “qué maravilla que tú habitas tu silencio, no queremos que hables porque tienes una mirada que comunica justo esa manera de estar completamente perdido en el universo”. Y, precisamente, hace poco me di cuenta que las cejas de Chula son las cejas de mi papá (risas). Encontré una foto donde sale justo con una ceja como de [ruidito de “hacia arriba”].

¿De dónde sale tu nombre, “Chula”? ¿Cómo se te ocurrió?
Por un amigo de una amiga que vino de Grecia. Mi amiga le dice “chula” a todas sus amigas y entonces él un día preguntó por mí y le dijo “oye, ¿y tu amiga ‘chula’?”. Y mi amiga como “¿cuál de todas?”. “Chula, chula the clown” (risas). Y ya, a mi amiga le dio mucha risa y cuando me lo contó fue de “ja, ja, ja, sí está muy cagado ‘Chula the Clown’”. Y ya, me lo puse de avatar en mis redes sociales y de pronto fue como de “ah, tú eres Chula the Clown” y pues ya, se quedó, pero el personaje se llama “Greta”.

Para conocer más acerca de la obra de Gabriela Muñoz y estar pendiente de sus presentaciones, visita su página y su cuenta de Instagram @chulatheclown .

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