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El dolor en la tortura

Por: Jorge Fernández Menéndez 31 marzo 2025 • 3 minutos de lectura

"La tortura es un tema de poder que busca la humillación, la destrucción de la víctima"

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Getty Images

“Me llevó mucho tiempo, como a la mayor parte del mundo, aprender lo que sé sobre el amor, el destino y las decisiones que tomamos, pero la esencia me llegó en un instante, mientras estaba encadenado a una pared y siendo torturado.” Es una frase de una mala novela, pero es una realidad: en medio de la tortura, en la indefensión, se comprende la esencia de todas las cosas, desde el amor al odio, desde el terror hasta el abandono y todo en términos absolutos.

La definición sociológica de la tortura nos dice mucho y no dice nada. La tortura, dicen los libros, se define como todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero, información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación. Esto incluye métodos que buscan anular la personalidad de la víctima o disminuir su capacidad física o mental, incluso si no causan dolor físico o angustia psíquica directa”.

Todo eso es verdad, pero cuando hablas, conoces, tienes una relación profunda con alguien que ha sido torturado sabes algo mucho más sencillo. La tortura no se aplica solamente para obtener información, en la mayoría de los casos el torturador o quien le ordena torturar, ya tiene esa información.

La tortura es un tema de poder, que busca la humillación, la destrucción de la víctima y lo hace por la vía del dolor pero también por la humillación, por el simple horror de lo que se sufre y lo que se puede sufrir.

La tortura busca la transformación del otro en una cosa, en un objeto que no pueda tener voluntad ni ningún otro sentimiento que no sea el miedo, el dolor y la subordinación. La cosificación del torturado es el objetivo principal de la tortura y el objeto, en muchas ocasiones ,de gozo del torturador.

En la medida en que la víctima se rompe y se somete, en que se desvanece como ser humano para convertirse en una cosa, lo que se haga con él no importa, todo termina siendo aceptable. La tortura ha acompañado siempre a la humanidad y siempre se ha escudado en la defensa de causas, sean políticas, religiosas o raciales. Pero la tortura se puede aplicar y se ejerce cuando el otro, el que es diferente por cuestiones ideológicas, de fe, de nación o de raza, puede ser considerado una cosa, y por lo tanto un objeto desechable. Tiene que haber una discriminación previa para decidir ejecutarla.

El término clave, en el lenguaje de los victimarios, es quebrar, romper la voluntad del torturado, no sólo para obtener una información que muchas veces no es siquiera necesaria, hay que quebrarlo para controlarlo, acabar con su voluntad, deshumanizarlo, volverlo un objeto servil al que se le puede hacer o pedir cualquier cosa, incluso, como suele suceder, para desecharlo.

Conozco a muchas víctimas de tortura, alguna cercanísimas incluso en lo familiar, originarios de Argentina, Chile, Uruguay. Conozco los testimonios de muchos otros que fueron torturados en América central e incluso en Africa, conocemos, todos lo hemos visto, a las víctimas de los regímenes nazi, fascista, franquista o soviético. Hemos leído en la historia como torturaba la inquisición y como lo hacían prácticamente todas las religiones con sus herejes, quitar al diablo del cuerpo no es más que una forma relativamente primitiva de cosificar a alguien que es diferente, herético.

Pero conociendo todo eso, también se debe comprender que a la tortura en sí se le suma siempre un factor de género:

A lo largo de la humanidad, la tortura contra las mujeres siempre ha sido más brutal, más humillante que la peor tortura a la que puede ser sometido un hombre, porque se sexualiza hasta grados intolerables y porque en muchas ocasiones se aplica también, en forma simultánea, a sus hijos.

No puede haber justicia, de ningún tipo, si está basada en la tortura. Hay quienes dicen que en ocasiones es imprescindible por los riesgos, las circunstancias, por la prisa para conseguir una información. No es verdad, es el camino corto y fácil porque sobre todo hoy existen infinidad de métodos de interrogatorios muy eficaces, que no pasan por la tortura y, además, una persona torturada, quebrada, rota, cosificada, deshumanizada va a decir lo que quieran, sea o no verdad, porque el torturador, casi siempre, cree saber qué quiere que diga el torturado, desde aceptar que se es una bruja hasta un terrorista.

No hay peor dolor que el del torturado, no hay régimen más decadente que el que tiene que mantenerse con base en la tortura, no hay religión más abyecta que aquella que tiene que torturar para reafirmar su fe. La tortura es como un virus que va contaminando todo un ser, comienza enfermando a quienes lo inoculan y termina matando a quienes lo ordenan.

Jorge Fernández Menéndez es periodista, analista político y conductor del programa Todo Personal en adn40. Síguelo en sus redes sociales: X: @J_Fdz_Menendez Facebook: Jorge Fernández Menéndez Instagram: @fernandez_menendez_oficial

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