Mathias Goeritz, es considerado como uno de los artistas más influyentes del siglo XX. Sus aportaciones a México en el campo de la pintura, escultura y arquitectura dejaron una huella imborrable en la historia del arte contemporáneo mexicano.
De origen alemán, Goeritz emigró al país tricolor lleno de cultura y costumbres, llamado surrealista por Salvador Dalí en 1949, una Nación donde halló un campo fértil para su impulso creativo y donde años más tarde hizo una conexión importante con otras mentes brillantes como Luis Barragán, Helen Escobedo, Jesús Reyes Ferreira, Manuel Felguérez, Federico Silva, entre otros.
Pese a su gran visión del arte, no fue recibido con los brazos abiertos. De acuerdo con El Eco , “a principios de los años cincuenta, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros lo atacaron públicamente como un agente de la Escuela de París, un imperialista de la Abstracción y un neoporfirista”.
Incluso, el artista Juan O’Gorman sostuvo en 1953 que “la arquitectura y la pintura abstracta, eran inmorales y anti mexicanas”.
La obra de Mathias Goeritz
El sello de Goeritz se caracteriza por una búsqueda constante de la abstracción y la geometría. Buscó fusionar elementos del arte moderno europeo con una profunda apreciación por la cultura mexicana (sí, aunque al muralista Rivera no le agradara).
La llegada del artista alemán a México coincidió con un momento crucial en la evolución del arte moderno en el país, pues se estaba en busca de una identidad propia. La visión de Mathias Goeritz “apelaba a la necesidad de idear espacios, obras y objetos que causaran al hombre moderno una máxima emoción, frente al funcionalismo, al esteticismo y la autoría individual”.
Laura Ibarra, en el libro Mathias Goeritz: ecos del modernismo mexicano, indica que los primeros años del artista en México estuvieron repletos de actividad. Sus esculturas pasaron del expresionismo a la abstracción, situación que despertó el interés del público y la crítica.
Sin embargo, lo que verdaderamente lo puso en la mira fue la construcción del Museo Experimental El Eco, “después de su inauguración en 1954, sus obras ya no pudieron pasar inadvertidas y fueron siempre objeto de controversias”, indica Ibarra en su escrito.
El concepto de arquitectura emocional se relaciona íntimamente con Mathias: “Sólo si emociona, la arquitectura puede considerarse un arte”.
Mathias Goeritz y sus aportaciones a México
Además del Museo Experimental El Eco, construido en la colonia San Rafael de la Ciudad de México y considerado como la base del Manifiesto de la Arquitectura Emocional, Goeritz dejó grandes aportaciones a México como las Torres de Satélite, la Ruta de la Amistad, y más.
Las Torres de Satélite
Junto a Luis Barragán y Jesús Reyes Ferreira, la aportación de Mathias a México fueron las Torres de Satélite. Se trata de cinco prismas triangulares de concreto de diferentes tamaños y pintados con diferentes colores que simbolizaban la “modernidad mexicana”.
El diseño se inspiró en las torres medievales de San Gimignano, en Italia, de ahí que originalmente fueran pintadas en blanco, amarillo y color ocre, sin embargo, en 1968, con motivo de los Juegos Olímpicos fueron pintadas en color naranja para contrastar con el tono azul del cielo.
Las Torres de Satélite son Patrimonio Artístico.
Poemas en muros de la Ciudad de México
La obra disruptiva de Goeritz se vio durante algunos años en los muros de la Ciudad de México. En 1965 trasladó su poema Pocos Cocodrilos Locos al muro de un café de la Zona Rosa y que se perdió tras el terremoto de 1985.
Con ello, Mathias dejó en claro que las letras podían existir en otros soportes más allá del papel, como por ejemplo, sus Mensajes o Dorados resguardados por el MUAC que retratan la renovación de la estética litúrgica, y que estos a su vez “se asocian a las búsquedas espirituales que Goeritz emprendió desde principios de los años cincuenta, y que luego se volvió abiertamente religioso, a través de manifiestos, textos y declaraciones en las que hablaba de Dios como un valor ‘estable’ para enfrentar la crisis humanitaria y la confusión en los años de la posguerra”.
Ruta de la Amistad
La idea de Mathias Goeritz era representar la amistad y la fraternidad, como conceptos universales más allá de religiones o ideologías políticas. De esta manera en el tenor de los Juegos Olímpicos de 1968 que se celebraron en México, le propuso al presidente del Comité Organizador, Pedro Ramírez Vázquez, un programa cultural con 20 proyectos para las 20 pruebas deportivas.
De esta manera, en la Ruta de la Amistad participaron 18 artistas de 15 países de los cinco continentes, el punto era posicionar a México y al entonces, Distrito Federal como símbolo de la modernidad cosmopolita y avanzada.
Cada artista debía entregar un diseño abstracto de escala monumental, considerando que fuera concreto el material principal de construcción.
Al colocar las esculturas en el periférico, el artista y arquitecto creía que podría estimular los sentidos de las personas que vivían en las zonas suburbanas de la ciudad y que siempre estaban en un auto. Así, se buscaba un sentido utilitario a las esculturas para su época, un hito de su arquitectura emocional para hacer un entorno urbano más amable.
La Ruta de la Amistad fue el corredor escultórico más largo del mundo, con 17 kilómetros de longitud.
Monumento a la Nada
En un afán de impulsar la escultura, el escultor Federico Silva propuso realizar un espacio artístico interdisciplinario dentro del campus universitario.
Mathias Goeritz agregó a la propuesta de artistas universitarios una estructura anular de bloques prismáticos de hormigón armado. Llamado por él como el “Monumento a la Nada”, es una representación de la cosmogonía prehispánica.
Mathias Goeritz sigue siendo una fuente de inspiración para artistas y arquitectos debido a sus grandes aportaciones a México.
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