Por: Louise Mereles Gras
El epicentro del movimiento cultural cholombiano se dio en los años sesenta en la colonia Independencia, en Monterrey, un barrio popular al sureste de la ciudad, donde los sonideros (animadores y programadores) locales empezaron a poner viniles de cumbia colombiana que traían del otrora Distrito Federal o de Estados Unidos. Por la topografía de la colonia, el sonido que se emitía desde lo alto del cerro de la Campana parece haberse ido chorreando, conquistando a todos a su paso y echando raíces en la ciudad norteña.
Sin duda, la música fue la chispa que detonó esta manifestación cultural que se nutrió y multiplicó gracias a la original indumentaria, las fiestas y los bailes, hasta convertir a sus adeptos en una tribu urbana. Los peinados de mechones laterales fijados con cantidades industriales de gel, los escapularios gigantes con mensajes crípticos, el guardarropa con motivos religiosos confeccionada por ellos mismos, las gorras con distintivos y decoraciones hechos con aerógrafo puestas delicadamente a modo de corona sobre sus cabezas y los pantalones bien planchados son todos elementos que forjaron la identidad cholombiana.
Como se lee al entrar a la muestra Cholombianos “esta exhibición le rinde tributo a uno de los movimientos urbanos más originales surgidos a nivel mundial”. Curada por la inglesa Amanda Watkins, quien cursó la maestría en Diseño de Moda en el Royal College of Art en Londres, la exhibición se centra en el guardarropa, el estilo de peinados y los accesorios de esta subcultura que creció alrededor de la cumbia norteña. La muestra ha viajado tanto al Reino Unido como Francia.
El músico y DJ Toy Selectah, exintegrante de Control Machete, describió el movimiento de manera concisa: “La moda de los cholombianos de Monterrey es particular, única, legítima y bastarda. Es muy punk y, al mismo tiempo, como tropical”. José María Espinasa, director del Museo de la Ciudad de México, piensa que la subcultura cholombiana constituye un milagro expresivo: “Es una construcción cultural en un contexto urbano en donde las amalgamas y el mestizaje entre la música colombiana, la estética fronteriza, los punks y los pachucos se unen en una nueva estética, en un manifiesto por la identidad y la diversidad”.
De los sonideros de la ciudad, Gabriel Duéñez fue quien más influyó para que la cumbia colombiana se popularizara y adquiriera un sabor mexicano. Hay una anécdota que cuenta cómo, en una fiesta en los sesenta, su casetera se calentó y la música empezó a escucharse mucho más lenta. Fue así como nació la cumbia rebajada. No es casualidad que la tornamesa de Duéñez ocupe un lugar privilegiado dentro de la exposición, bien resguardada por una vitrina y con un spot de luz que la hace brillar como toda una joya.
Durante cuatro años, iniciando en 2007, cuando entró en contacto con los cholombianos en los bajopuentes, a la orilla del río Santa Catarina, Watkins se abocó a documentar con su cámara las expresiones estilísticas del movimiento y a colectar entre los adeptos piezas únicas como gorras, escapularios y piezas de ropa que forman esta muestra. Con su ojo extranjero, la inglesa logró algo esencial, que se ve plasmado tanto en el libro Cholombianos de editorial Trilce como en la exposición del mismo nombre: rescatar antes de su desaparición esta cultura urbana y asegurarse de que su paso por la ciudad de Monterrey deje huella.
Dónde: Museo de la Ciudad de México. José María Pino Suárez 30, colonia Centro
Cuándo: Hasta el 28 de agosto
Horario: Martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas
Precio: Entrada general 26 pesos
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