Escritoras versátiles, deslumbraron a las letras mexicanas en prácticamente todos los géneros literarios, pues a través de sus ensayos, cuentos, novelas, poemas, obras de teatro y hasta conferencias académicas, sus ideas pudieron dar forma no solo a un legado artístico importante por sí mismo, sino también a un mensaje de sororidad para las generaciones futuras, mismo que ha llegado hasta nuestros días con la misma fuerza con que fue pronunciado en sus obras.
“Querido Diego, te abraza Quiela” (1978)
Nacida un 19 de mayo en París ―aunque “más mexicana que el mole” como ella misma se define―, a Elena Poniatowska le bastaron noventa y seis páginas para plasmar una breve obra maestra donde reivindica la difícil vida que llevó la pintora Angelina Beloff en París, luego de que Diego Rivera decidiera regresar a México sin ella, su primera esposa.
A manera de una náufraga que arroja botellas al mar, Elena recrea la estrechez económica, pero sobre todo el olvido a que se vio sometida la artista por parte del muralista mexicano, en una serie de cartas ficticias que van de octubre de 1921 a julio de 1922, misivas donde “Quiela” ―diminutivo con que Rivera la apodó― le cuestiona, ya no su abandono o si quiera las escasas remesas que él le enviaba esporádicamente, sino su silencio lo mismo como amante que como colega de oficio:
“Es inútil pedirte que me escribas, sin embargo deberías hacerlo. […] No necesitas darme muchas explicaciones, unas cuantas palabras serán suficientes […] P.D. ¿Qué opinas de mis grabados?”.
Para terminar este inciso, apuntemos que gracias a su talento, Angelina Beloff pudo hacerse un nombre por cuenta propia en las décadas siguientes en el mismo México donde ―salvo para arreglar lo de su divorcio― nunca más volvió a cruzar palabra con Diego Rivera.
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Oficio de tinieblas (1962)
Fue por azares del destino que un 25 de mayo de 1925 Rosario Castellanos llegara a este mundo en la ahora llamada CDMX, ya que su familia era originaria de Comitán, población chiapaneca a la que la futura autora llegó pocos días después de su nacimiento y donde pasó toda su infancia así como parte de su adolescencia.
Precursora en el sentido más amplio de la palabra, no solamente dio voz a las mujeres de su época y los problemas de género que aún subsisten con importantes ensayos como Sobre cultura femenina (1950) o Mujer que sabe latín (1973), sino que también ocupó su labor intelectual y creadora en favor de la población indígena, retratando las injusticias sociales de las comunidades chiapanecas en la única trilogía indigenista escrita en México, compuesta por Balún Canán (1957), Ciudad real (1960) y Oficio de tinieblas (1962), novela que ―cabe decir― se encuentra a la altura de cualquier obra perteneciente al boom latinoamericano, pues sus páginas recrean con maestría el levantamiento chamula del siglo XIX ―mismo en el que uno de ellos fue crucificado para ser proclamado el Cristo indígena― intercalando su argumento con el reparto agrario cardenista del siglo XX, dejando constancia de una depurada técnica literaria que bien pudo haber influido en la obra de los premios Nobel Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez , cuyo estilo en algunas de sus obras se asemeja a la precisa y mágica prosa de Rosario Castellanos.
Décimas a Dios (1953)
Fue un 30 de mayo de 1918 en que Guadalupe “Pita” Amor nació en la Ciudad de México. Mujer hermosa, irreverente, culta, pero por sobre todas las cosas con un talento sin igual, supo desde muy niña que nunca habría de pedir permiso ―ni mucho menos perdón― a los hombres que la miraban con aires de superioridad moral, así como a las mujeres que se indignaban por sus desplantes de diva.
Expulsada de varios colegios religiosos, todavía no cumplía los dieciocho años cuando escapó de su casa con un criador de toros, cuya relación se consumió al poco tiempo. También fue por esa época que empezó a frecuentar los cafés y centros nocturnos donde escritores, músicos, pintores, actores y demás personajes del medio intelectual mexicano habrían de sentirse atraídos por esa joven deslumbrante: Diego Rivera, Juan Soriano, Raúl Anguiano y Antonio Peláez la inmortalizaron en sendos óleos, algunos de ellos en traje de Eva, el atuendo favorito con que Pita gustaba provocar escándalos.
Sin embargo, su oficio poético tardó en manifestarse, ya que antes de tomar pluma y papel, decidió probar suerte sobre las tablas y bajo los reflectores participando como actriz en las puestas en escena de Casa de muñecas bajo dirección de María Teresa Montoya, así como en algunas películas del Cine de Oro: Tentación de Fernando Soler o La guerra de los pasteles de Emilio Gómez Muriel. Pero como vocación es destino, su fuerte carácter aunado a su delicada belleza no le ayudaron a conseguir el éxito como intérprete escénica que sí tuvo como poeta al publicar su primer libro llamado Yo soy mi casa (1946), volumen celebrado por el gremio literario, que en ese momento era dominantemente masculino. De ahí en más, cada texto llevado a la imprenta suscitaba aplausos y también envidias: Puerta obstinada (1947), Círculo de angustia (1948), Polvo (1949) y sobre todo Décimas a Dios (1953).
Las murmuraciones más recatadas que ocasionaron este último libro decían que en realidad el autor de todos los poemas era Alfonso Reyes; las más enardecías clamaban por el exhibicionismo de la autora, ya que había conseguido un espacio televisivo donde “cuajada de joyas, dos anillos en cada dedo, […] y sobre todo con un escote que hizo protestar a la Liga de la Decencia alegando que no se podía recitar a San Juan de la Cruz enseñando los pechos, se puso a decir décimas soberbias […] Sus Décimas a Dios fueron el delirio. Las declamaban los tramoyistas y los porteros”, recordaba su sobrina Elena Poniatowska en un homenaje en Bellas Artes realizado a la poeta.
¿Pero a qué se debía tanta antipatía para con ella? Principalmente a que no concebían que una mujer en apariencia tan frívola, pudiera manejar temas tan profundos como el sentido y destino de la vida humana, la muerte, el amor, la vanidad, la soledad, la angustia y Dios con una técnica tan depurada y similar a la de Sor Juana , pues conocía ―pero sobre todo manejaba― cualquier forma clásica poética con sorprendente éxito. De ahí que ella misma dijera de Octavio Paz : “Aunque él se tome tan en serio, no me llega ni a los talones. En realidad incluirlo es una condescendencia” a lo que el aludido respondía: “De Guadalupe Amor no quiero dar una opinión” aunque vale señalar que años antes el premio Nobel también había reconocido que “Pita Amor tiene más personalidad que todos nosotros juntos, más fuerza que todos los intelectuales reunidos” palabras que sirven muy bien para resumir la vida y obra de una mujer a la que nunca le importó el qué dirán.
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