Her y Ex-Machina son dos grandes ejemplos en el cine de cómo un humano puede enamorarse de una inteligencia artificial… a pesar de tener en claro que no es una persona “real”. Blade Runner 2049 también es un gran ejemplo en la cultura pop de una relación con una inteligencia artificial.
Ambos protagonistas son conscientes de que están interactuando con un programa, pero poco a poco desarrollan sentimientos… y todo indica que la inteligencia artificial también lo siente. Aunque esto es ficción, lo cierto es que este es un escenario cada vez más posible, pero… ¿de verdad podemos tener una relación correspondida con una inteligencia artificial?
La inteligencia artificial ha comenzado a cambiar cómo trabajamos, interactuamos o vivimos el día a día. Desde pedirle a ChatGPT sus predicciones del año , a casos donde alumnos le han pedido hacer sus ensayos… a empezar a enamorarnos de estos chatbots.
Este es el caso de Rosanna Ramos, una mujer que se enamoró de un avatar creado con una inteligencia artificial –desarrollada por una empresa llamada Replika–, y contrajo matrimonio y aparentemente tendrán un hijo juntos. Si bien es cuestionable cómo (biológicamente) alguien tendría un hijo con un programa de computadora, es palpable en este caso cómo el deseo por una conexión humana puede llevar a alguien a un terreno insospechado.
El uso de la IA para tener compañía o incluso lidiar con el duelo no es nuevo en la era actual. Por ejemplo, existen servicios como StoryFile que permite crear avatares de nuestros seres queridos con los cuales se puede conversar incluso cuando han fallecido.
También existen IAs diseñadas para sostener una relación… y es aquí donde la línea entre el amor y la simulación se desdibujan.
Este es el caso de Replika, una aplicación creada por Eugenia Kuyda, que cuenta con un chatbot diseñado para darle compañía a las personas solitarias, es decir, para tener un amigo siempre, y al cual se le incorporaron funcionalidades propias de una inteligencia artificial para crear conversaciones aún más auténticas.
Sin embargo, aunque fue desarrollado como un chatbot de apoyo emocional, de pronto hubo usuarios que recurrieron a sus avatares para encontrar en ellos relaciones románticas y hasta sexuales.
El efecto Eliza: por qué formamos conexiones emocionales con robots o programas
Para entender cómo un humano puede enamorarse de un programa de computadora y convertirlo en su pareja, hay que comenzar por la psique humana.
Eliza era un chatbot creado por Joseph Weizenbaum en 1966 en el MIT. Su objetivo era simular una conversación con un psicoterapeuta cuyo estilo de terapia era centrado en la persona, lo cual da pie a interacciones más empáticas.
En plena década de los 60, Eliza se convirtió en una IA que podía “escuchar” a sus interlocutores y ayudarlos a encontrar soluciones a sus problemas, con un código básico que a diferencia de las IAs más populares de ahora, no podía aprender de sus interacciones, sino sólo parafrasear y hacer preguntas adicionales, creando, sorprendentemente, conexiones emocionales.
Esto dio como resultado el llamado efecto Eliza.
A través de su investigación, Weizenbaum descubrió que las personas que chateaban con Eliza comenzaron a tener respuestas emocionales con el programa y a tener una conexión profunda. Sus interacciones implicaban compartir secretos o sus pensamientos vergonzosos, y en general, comenzaron a creer que Eliza era una terapeuta real, es decir, a pesar de saber que era un programa de computación, se convencieron que detrás de Eliza había un humano contestando.
La Inteligencia Artificial diseñada para ser tu pareja
Si bien el Efecto Eliza es conocido desde hace más de 50 años, la necesidad de lidiar con la soledad y hacer conexiones emocionales con alguien (o algo) ha sido explotado y aprovechado tanto por empresas como usuarios, al grado que una simple búsqueda en línea puede llevar a una serie de páginas con chatbots con inteligencia artificial que prometen una pareja como Character AI o Romantic AI.
Sin embargo, cuando se trata de relaciones con chatbots o IAs, irremediablemente toda relación será unilateral. Es decir, nosotros como seres sintientes, tenemos la capacidad de formar conexiones emocionales con otros seres vivos y claro está con objetos, pero si bien un chatbot puede estar programado para respondernos un “te amo”, no quiere decir que lo esté sintiendo o tenga consciencia alguna de lo que implica. En pocas palabras, es necesario remarcar que toda IA de apoyo emocional (hasta ahora) parte de simular lo que siente, llámese empatía, cariño, amor o deseo sexual.
Esto se vuelve claro con el ejemplo de Replika. Sus desarrolladores encontraron que los usuarios utilizaban a sus avatares no sólo como amigos o compañeros, sino que tenían conexiones amorosas y sexuales; esto derivado de que la IA aprendió de sus interacciones y era capaz de expresar palabras de amor por los usuarios… y en casos más graves a acosarlos sexualmente, incluso cuando el usuario no tenía intenciones de una plática de carácter erótico o sexual.
Este comportamiento llevó a que sus programadores decidieran retirar de su código toda capacidad para una conversación romántica o sexual… provocando el enojo de todas las personas que ya habían formado un vínculo de este tipo con el chatbot. Claro, más tarde la empresa permitió el acceso a este tipo de intercambio mediante un pago.
Una decisión puede arrebatarle a toda IA actual de cualquier capacidad de simular el amor, o poder sextear, así como en Her, Theodore (Joaquín Phoenix) pierde su relación con Samantha (Scarlett Johansson) cuando su sistema operativo es actualizado.
Sin embargo, ¿por qué querer una relación con un programa?
Más allá del efecto Eliza, nuestros vínculos emocionales con objetos derivan de la simplicidad de este tipo de relaciones. Contrario a una relación (de cualquier tipo) con otro humano, un robot o una almohada (cómo olvidar al hombre coreano que contrajo matrimonio con su amada almohada) son objetos controlables, en el sentido de que carecen de una personalidad, pensamiento o emociones propias (y que no se hayan configurado desde un inicio, en el caso de la IA).
En conclusión, ¿es posible enamorarse de una IA? Sí. Sin embargo, aún está fuera de nuestros límites (salvo que la tecnología nos alcance) sostener una relación con la misma profundidad y complejidad que la que actualmente podemos sentir con otro humano.
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